III | antipsychotics

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La comunicación entre ambos hombres se mantuvo en pie, llamándose algún que otro día, enviándose mensajes y juntándose únicamente para cenar, pues ninguno se animaba a dar el siguiente paso todavía.

Gustabo despertó, apagando la alarma que le sonaba como mil cuchillas traspasandole el oído una y otra vez. La hora daba exactamente como las anteriores veces, siendo las cuatro de la mañana en punto. Era hora de repetir su rutina, como todas las madrugadas desde hace dos años. Perezoso, se sentó en su cama y buscó entre los cajones de su mesa de noche, dando con el pequeño pote de pastillas. Las blanquecinas cápsulas resaltaban a través del anaranjado de su recipiente.

—Una de aripiprazol.—susurró para sí mismo, abriendo el plástico y tomando una cápsula, llevándosela a su boca y tragandola, empujándola únicamente con su saliva.

Dejó el frasco dónde lo había encontrado, y tomó el de su costado. Este era un pote blanco y no traslúcido como el de las anteriores, al abrirlo encontró las pastillas azules. No quedaban muchas, pero no era horario ni estaba en sus cinco sentidos como para pensar en ello.—Y una de quetiapina.—repitió la acción, como si fuese un ritual para él.

Rascó su cabeza, sintiendo el hambre inundar su estómago de manera abrupta. Siempre pasaba a esa hora y por culpa de sus medicamentos. Se levantó a regañadientes, con el objetivo de saciar su hambre aunque sea un rato para poder volver a dormir. Una persona normal iría a la cocina, revisaría el refrigerador y las alacenas en busca de algo rápido para comer. Sin embargo, Gustabo García no es una persona normal. No, Gustabo es todo lo contrario a lo normal. Aparenta, y vaya que le sale bien. García tomó el pequeño cuchillo de la mesada, ya sabiendo lo que le tocaba. A pesar de tener los muebles llenos de galletas, dulces o frutas, siempre optaba por la forma más rápida y sencilla de saciar su hambre. Colocó su brazo sobre el fregadero, siendo cuidadoso para no manchar los muebles o tendría que quedarse incluso hasta más tarde con tal de no dejar evidencia de sus actos. Claro, aún siendo que vivía solo. No le gustaba despertar y encontrar las pruebas de sus delitos durante la madrugada bajo los efectos de las pastillas.

Acercó el cuchillo levemente contra su piel, apretándola hasta sentir ese reconocido ardor que lo hizo sisear en una mezcla extasiante entre dolor y placer. Ágilmente y con cuidado de no traspasarse mucho, comenzó a cortar un pequeño trozo de su piel. La sangre brotó tan pronto como él comenzó a mover el instrumento afilado contra su propia carne. Se sentía tan despierto ahora, pero debía contenerse. Al menos, ya había tomado sus medicaciones. Fue un pequeño trozo, no era más que piel y un poco de carne, bañada en el espeso líquido rojo que le daba aquel sabor exquisito, deleitando las papilas gustativas del dueño. Procuró curarse la herida que acababa de hacerse, cubriéndose con una gasa y limpiando el desastre que se había provocado a sí mismo en su fregadero. Tomó el cuchillo con cuidado y lo lavó, dejándolo donde lo había encontrado.

Entonces, sus brazos se apoyaron contra la mesada de su cocina, sintiendo el fuerte dolor de cabeza arremeter junto con el ardor insaciable en su brazo.

Un pedazo no puede saciar mi apetito.

Cállate.

Dió un fuerte golpe a la mesa y se alejó rápidamente de cualquier elemento punzante, con filo o que sirviese para lastimarse nuevamente a sí mismo. Se tiró sobre su cama y se cubrió con las sábanas de la misma, cerrando sus ojos para volver a conciliar el sueño. Pero, le es imposible.

Jacky es muy lindo, ¿qué pensaría él de tus formas para combatir el hambre?

Apretó un puñado de su almohada entre sus dedos, haciéndole caso omiso al maldito sentimiento de culpa.

Solo busca molestarte, Gustabo, no le hagas caso.

Sin embargo, no podía evitar aquellas palabras repercutir contra él. Llenándolo del amargo sabor de la culpa, sintiéndose recaído ante sus impulsos conscientes del riesgo que era para él mismo. Divagó un rato más, dando vueltas por su cama y buscando la forma de quedarse completamente dormido, ignorando la voz que lo atormentaba una y otra vez hasta el cansancio.
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—Aquí está lo que me pidió, jefe.

La pequeña carpeta cayó frente suyo, sobre su escritorio y captando su atención. Hizo un ademán agradeciéndole al ruso por su cooperación, pero le pidió que se quedara a su lado. Comenzó a revisar el expediente, saltándose un par de hojas sin importancia y llegando a una en concreto.

—¿Has podido averiguar algo?—inquiere, aún con la vista sobre los archivos. Escucha al ruso murmurar mientras pensaba unos segundos, seguido de eso, habló.

—No mucho, Conway.—hizo una mueca de indiferencia, llevando sus manos hacia atrás y juntandolas en su espalda baja, jugando entre sus dedos.—Es una persona casi inexistente, no tiene antecedentes penales, pero si un diagnóstico clínico. Está en la última página.—recordó.—Estuvo internado en el psiquiátrico alrededor de dos años, fue dado de alta hace poco más de seis meses. Buena conducta y avances específicos, todo está detallado ahí.

Jack resopló.

—¿Puedo saber su interés por este hombre, superintendente?—cuestionó el peligris. La actitud del mayor había estado extraña los últimos días, algo más distante y distraído, como pensando siempre. Ya no se molestaba tanto en el papeleo o en las denuncias, durante los patrullajes no mostraba alguna indiferencia y, bueno, ya no hacia sus tan estrictas horas extra (Volkov agradece, pues siempre era arrastrado a quedarse junto con él).

—Nada en especial, es un conocido.—dicho eso, hizo un gesto con la mano para que el comisario se retire, acatando la orden y dejándolo solo en su despacho. Cómo últimamente lo estaba haciendo. Se encerraba en su despacho, durante horas y horas, únicamente siendo visitado por el comisario con nuevos informes o los rangos más bajos con alguna cuestión en particular.

Suspiró y tomó la última hoja del expediente, dándole una leída por encima mientras fumaba.

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GUSTABO GARCÍA
Veintiún años.
Fecha de internación: 03 de Septiembre, 2021.

Ingresa mediante procedimiento médico, sin compañía policial o familiar. Se evidencia patrón de desdoblamiento de la personalidad.

DIAGNÓSTICO
Trastorno disociativo de la personalidad y amnesia disociativa.

TRATAMIENTO
Psicoterapia.
Terapia de electro shock conductual.
Confinamiento obligatorio.
Se mantiene bajo receta de la/s siguiente/s dosis: aripiprazol y quetiapina.

Mediante la presente, se informa: Mejoría en la capacidad de desempeñar funciones laborales y relaciones sociales, sin suponer un riesgo. Psicoterapia realizada. Se concluye que el paciente se encuentra en plenas facultades de continuar con su labor cotidiana, manteniendo la dosis de antipsicóticos diaria y continuando bajo estricta supervisión médica.
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—Mierda, Gustabín.—rió levemente para si mismo, releyendo el diagnóstico y luego, arrojándolo a sobre el escritorio, reposandose contra el respaldo de su silla.

Ahora su interés por el rubio había incrementado notoriamente, queriendo saber más de su vida. El porqué lo habían ingresado, su historia, su pasado.

Ese rubio lo estaba volviendo loco, y ambos lo sabían.









MEIN TEIL | intenabo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora