II | my kind of man

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"Hoy me reuniré con un hombre, le
gusto tanto que podría comerme."

Sus nervios podían sentirse en los bellos de su cuerpo, los cuales se erizaban y se complementaban con el cosquilleo en su estómago, no sabiendo diferenciarlo entre náuseas o la ansiedad. Luego de aquella llamada, habían logrado pactar una reunión. Así lo había pedido el desconocido al otro lado del teléfono. Y él había aceptado.

Me gusta conocer mis partes, ¿Sabés?, me gustaría que nos reunamos antes de hacer cualquier cosa.—aquella frase resonaba en su mente. Mis partes. ¿A qué se refería? Lo había pensado desde aquel día, sin embargo, no preguntó y dejó que pase. Habían acordado una fecha, horario y lugar para verse. A pedido del superintendente, lo harían en un lugar público y con cámaras capaces de monitorear todo su encuentro. Luego de varios debates, llegaron al acuerdo de hacerlo en un bar cerca de ambos, un viernes a la noche donde la gente salía a disfrutar. Sería bueno tener testigos en caso de que algo suceda.

Entonces, allí se encuentra. Jack está sentado en una mesa, algo alejado de la barra pero no le daba importancia, ya había adquirido las bebidas, siendo ese su tercer vaso de whisky escosés. Para calmar los nervios. Nervios que él desconocía de sí mismo, había vivido tantas cosas y se ponía en ese plan por conocer a alguien. Una parte de él comenzó a imaginarse a la persona con la que se reuniría. Si pensamos en un carnicero, un hombre gordo con delantal blanco y manchado en sangre animal se nos viene a la mente, una persona algo asquerosa a la vista. Y Jack no quería eso, menos si había pactado tener sexo con él.

Suspiró y bebió otro sorbo, vaciando el tercer vaso y observando a su alrededor. Al menos, habia bastante gente, tanto en la barra como en las demás mesas o en la pista de baile alejada para el confort de quienes solo iban a cenar. "Iré vestido de traje, ve tu también así." era la única indicación que le había dado al carnicero, con tal de que lo reconociese en un ambiente donde la gente solo viste provocativa o cómodamente. Él no sabría cómo iría aquel individuo. Pero no pudo pensar mucho en eso.

—¿De verdad viniste en traje a un bar?, incluso me arrastraste a hacer lo mismo.—escuchó que lo cuestionaban, levantando su vista y chocando con unos orbes celestes que lo observaban en la tenue luz del lugar. Y su imaginación sobre un hombre gordo y asqueroso se había desvanecido completamente.

Aquel hombre tomó asiento frente a él, y entonces pudo observarlo mejor. Rubio, ojos celestes y tez blanquecina. Tenía un tatuaje pequeño en el lado derecho de su cuello. No vestía un traje formal como él, más bien, únicamente había llegado con pantalones oscuros y una camisa negra, arremangada y con dos de sus botones abiertos en la parte de su cuello, dándole una pequeña vista de lo que parecía ser el inicio de otro tatuaje. Una vista bastante sensual, debía admitir. El hombre estaba decorado de piercings: una ceja, su nariz, boca y ambas orejas. Joder, definitivamente no era un carnicero y, tranquilamente, podría ser una estrella porno.

Él tampoco se quedó atrás, ambos se veían entre si, inspeccionándose uno al otro. Le gustaba lo que veía. Un hombre de traje formal, con un saco, corbata y camisa que, si no fuese por el saco, podría darse el lujo de una vista exquisita. Un rostro rodeado de belleza masculina y pelinegro, sin aros ni tatuajes como le había detallado por teléfono.

Ninguno habló, simplemente se veían sin siquiera disimularlo. La sonrisa ladina del rubio lo devolvió lentamente a la realidad. Suspiró y sirvió otro vaso de whisky, esta vez, para ambos.—Si no venías en traje, entonces, ¿En qué?—dijo, contestando a la pregunta anteriormente hecha por el contrario y siendo el primero de ambos en hablar después de largos minutos.

—Hombre, soy una persona libre, ¿sabés?—responde, bebiendo del alcohol y luego apoyando su mentón sobre su palma, sin sacar la vista del pelinegro enfrente.—¿Cómo te llamas? Ya has visto que soy inofensivo.—dijo, sonriendo lascivo y relamiendo suavemente sus labios, dejando a la vista otro piercing que el mayor no había visto.

Dudó en contestar. Pero tenía razón, ahora tenía la certeza de que era una persona real como él.—Jack.

El rubio entrecerró sus ojos, dándole una rápida vista por encima a la figura del hombre.—Si, tienes cara de Jack.—contesta burlón, tomando un cigarrillo de la caja ajena y enciéndolo. Conway ríe levemente, había algo en la actitud del rubio que lo desencadenaba a querer continuar con la reunión.—Mi nombre es Gustabo, con b.

Gustabo.

—Vaya mierda de nombre.—comenta, devolviendo la burla y observando la mueca indiferente del rubio.—Encima, mal escrito.

Gustabo rió.—Por lo menos es original y creativo, Jacky.—mierda, ese apodo. Jack no objetó nada, simplemente tomó la bebida y, luego de darle un sorbo, la revolvió entre su mano.

—No me has dicho tu edad, Gustabín.—era una guerra entre quien se burlaba más de quien, y eso hacia más fluida la charla entre un carnicero y su parte.

—Tengo veintiún años, aún tienes tiempo para terminar de criarme.—respondió, mirando lascivo al mayor y guiñándole un ojo. Conway sonrió y terminó de beber el whisky, dándose cuenta que habían acabado la botella entre la conversación.—Bien, vamos al grano si quieres.

Jack asintió y le dio el pie para continuar.—Estoy buscando a alguien para complacernos mutuamente.—comenzó a explicar, bajo la atenta mirada del pelinegro.—Si tu quieres sexo, yo te lo doy. Pero, a cambio, debes darme lo que yo quiero.—dio una última calada al cigarrillo, apagándolo contra la mesa y dejando una pequeña quemadura en esta.—Si te lo pones a pensar, ambos buscamos devorar al otro.

Aquella frase despertó una alarma en Jack, pero que rápidamente ignoró. No quería dar lugar a ese tipo de pensamientos. Entonces, Gustabo mordió su labio y se acomodó sobre su asiento.—Me gustas, Jack. Eres el tipo de hombre que siempre desee tener para mi.—dijo, sin escrupulos. El mencionado rió ante la sinceridad y lo directo que era el rubio.

Sin embargo, no pudo negar su pequeña, pero existente, atracción por el rubio.—¿A qué te dedicas?—le preguntó Gustabo, intentando indagar más sobre su vida. Jack resopló y sacó su billetera, abriéndola en su palma y enseñando su placa.

—Soy Superintendente.

Gustabo se relamió los labios, gustoso ante lo que estaba presenciando. Por primera vez, en muchísimo tiempo, tenía un policía para él, ambos para complacerse entre los deseos del otro. Carajo, ni siquiera era un policía común, era el jefe.—Joder, al final no será tan mala idea follar contigo.

Finalizada la conversación, ambos hombres disfrutaron una tranquila velada, llena de cotilleo y preguntas personales, para conocerse mejor.

Definitivamente, no se arrepentía de haberlo llamado.

Por ahora.




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