prólogo.

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Los oscuros orbes de Taehyung brillaron debido a la fascinación provocada por aquel hombre que ingresaba a su solemne castillo sin permiso; imponiendo su salvaje presencia con cada insolente pisada que era arremetida en el prolijo salón del trono al que él tanto amaba, haciéndolo sentir vulnerable de una forma que no permitió se viera reflejada en su rostro.

Y fue innegable la ineptitud de sus guardias al quedarse atónitos por la repentina llegada de aquel bárbaro, siendo que nadie pudo detenerlo mientras se abría paso por las inmensas puertas que el mismo Taehyung ordenó tallar cuando su reinado dio comienzo tan sólo un año atrás, esperando que de esa forma se marcara el inicio de una nueva era para los siete venerables reinos que ahora tenía bajo su estricto mando. Siendo que esas puertas habían sido cuidadosamente labradas sobre la exótica madera oscura que sólo crecía en las cálidas tierras de Rodinnia; y fue cincelada pulcramente con la imagen de un precioso ángel sosteniendo una espada más grande que sus alas, desenvainándola por encima de su cabeza en símbolo de la batalla que estaba a punto de librar contra la demoniaca bestia que yacía bajo sus pies. Era majestuosa.

La imagen había sido imperiosamente solicitada por su majestad, exigiendo a los artistas que aquel etéreo ser fuera diseñado con las mismas facciones que él, siendo tal la realización de lo mandado que se terminó creando un retrato sobre madera del rey más joven que Rodinnia conoció, y resultaba una obra de arte que inmortalizaría al mismo; significando que Taehyung se consideraba una deidad virtuosa por encima de cada uno de sus súbditos, esas puertas eran la forma más sutil de manifestarlo. Esa era su manera de marcar una línea divisoria entre él y los plebeyos sobre los que regía poder.

El imponente castillo de Kim se cimentaba en piedra, y estaba forjado con hormigón y acero del cual se alzaban siete imponentes torres espigadas de una altura tan significativa que los habitantes de aquel caluroso reino solían relatar leyendas que versaban sobre llegar a la punta de alguna y escuchar las voces de los ángeles, o si mirabas por alguna de sus innumerables vidrieras encontrarías una dulce probada de lo que podría llegar a ser el cielo después de la muerte si te portabas adecuadamente. Su interior era espacioso también, hasta el punto de resultar frío a pesar del cálido ambiente del que presumía Rodinnia; sus pasillos resultaban gigantes y casi laberinticos, algunos de sus pisos estaban trabajados en fina madera, así como sus pilares poseían ingeniosos fragmentos en piedra volcánica por el gusto del excéntrico rey que había regido esas mismas tierras siglos atrás y ordenó alzar aquella majestuosa construcción; la cual fue también perfectamente cincelada por fuera en pequeños detalles de guerra, a los cuales, si algún curioso prestaba la debida atención, le contarían la historia de ese mismo monarca, el que después de años de incesantes guerras logró que los siete reinos se unieran en paz y Rodinnia fuera el corazón de aquella unión; era un castillo oscuro, resaltando sus detalles bohemios con diamantes y rubíes, lo cual le proveía una esencia elegante.

Pero la entrada a tan magnífica obra de arte se mantenía cerrada por orden inminente de su actual alteza, nadie fuera de él podía solicitar que las puertas al salón del trono fueran abiertas si no daba orden de ello; por eso fue tan devastador para su ego que en aquella terrible ocasión, más allá de su poder e imperios, sus sagradas puertas estaban siendo profanadas por el hombre de cabello oscuro cual carbón, y ojos penetrantes como navajas, el que se movía con un aire imponente rodeando su macabra aura dándole, de forma repulsiva para el gusto del castaño, contraste con la esencia de su sombrío castillo; el salvaje se abría paso por las baldosas recién pulidas, ensuciándolas con la plebeya tierra de afuera, y con la feroz mirada sosteniendo aquella burlona del castaño que lo observaba grácilmente sentado desde su posición en el trono erigido en piedra ka'ux, una que resultaba más preciosa, codiciada y extraña que el mismo diamante. Y pertenecía al rey de toda tierra conocida y explorada por el séquito de Rodinnia, Kim TaeHyung, quien mantenía su espalda erguida, alzando ligeramente el mentón en un gesto despectivo hacia el que había entrado a su reino sin invitación.

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