El sábado por la tarde Norman se afeitó. Sólo lo hacía una vez por semana, el sábado precisamente. No le gustaba afeitarse, a causa del espejo, que formaba líneas onduladas. Todos los espejos parecían tenerlas, y le herían la vista. Aunque la verdad residiera quizá en que tenía los ojos enfermos. Sí, eso era, porque recordaba cuando le gustaba mucho permanecer ante el cristal bruñido, completamente desnudo. En cierta ocasión su madre le sorprendió haciéndolo y le golpeó en la cabeza con el mango de un cepillo para el cabello. Le golpeó muy fuerte, haciéndole daño. Su madre le dijo entonces que era pecaminoso mirarse al espejo de aquella manera.Podía recordar el escozor producido por el golpe y el dolor de cabeza que tuvo después. Desde entonces, cuando se miraba, le dolía casi siempre la cabeza. Por fin su madre le llevó al médico, el cual dictaminó que necesitaba gafas. Su uso le alivió un poco, pero a pesar de ellas le costaba ver bien cuando se miraba al espejo. Por tanto, dejó de hacerlo, excepto cuando era absolutamente imprescindible. Su madre tenía razón. Era pecaminoso contemplarse a sí mismo completamente desnudo; mirar las gruesas capas de grasa, los cortos brazos desprovistos de vello, el grueso vientre... Al hacerlo, deseaba ser alguien distinto, alguien alto, esbelto y apuesto, como el tío Joe Considine.
—¿Verdad que es el hombre más atractivo que jamás has visto? —Solía preguntar su madre.
Era cierto, y Norman se veía obligado a reconocerlo. Pero a pesar de ello continuaba odiando a tío Joe Considine, aunque fuera guapo. Y deseaba que su madre no insistiera en llamarle «tío Joe», porque en realidad no era pariente suyo, sino un amigo que visitaba a su madre.
Fue él quien la hizo construir el parador, cuando vendió las tierras. ¡Qué extraño era! Su madre hablaba siempre contra los hombres, a pesar de lo cual tío Joe Considine hacía de ella lo que quería. Sería agradable ser como él, y tener su mismo aspecto.
¡No lo sería! Porque tío Joe estaba muerto.
Esta reflexión hizo parpadear a Norman mientras se afeitaba. Era curioso que hubiera olvidado la muerte del tío Joe. Debía hacer por lo menos veinte años de ello. El tiempo es relativo, desde luego. Einstein lo había dicho, pero no fue el primero en descubrirlo; los antiguos lo sabían ya y también algunos místicos modernos, como Aleister Crowley y Ouspensky. Norman los había leído a todos e incluso poseía algunos de sus libros. A su madre no le gustaba, pues decía que aquellas cosas eran contrarias a la religión. Pero la verdadera razón era que cuando él leía aquellos libros ya no era un niño, sino un hombre hecho y derecho, que estudiaba los misterios del tiempo y del espacio y dominaba los secretos de la dimensión y de la existencia.
En realidad, era como ser dos personas a la vez: el niño y el adulto. Cuando pensaba en su madre, se volvía de nuevo niño, con vocabulario y reacciones emocionales infantiles. Pero cuando estaba a solas —no precisamente a solas, sino inmerso en un libro— era un hombre maduro, lo bastante maduro para comprender que incluso podía ser víctima de una leve forma de esquizofrenia.
Cierto que aquella situación no era muy saludable. Ser el niño de mamá tenía sus inconvenientes. Por otra parte, mientras reconociera los peligros podría enfrentarse con ellos, y con su madre. Resultaba beneficioso para ella que él supiera cuándo debía ser hombre, que conociera algunas cosas acerca de la psicología y la parasicología también.
Fue afortunado cuando el tío Joe Considine murió, y volvió a serlo la semana anterior, cuando llegó aquella muchacha. Si no hubiera obrado como un adulto, su madre correría un grave peligro en aquellos momentos.
Norman pasó suavemente el pulgar por el filo de su navaja.
Estaba muy afilada; debía ser cuidadoso para no cortarse. Sí, y también tenía que guardarla después de afeitarse, y encerrarla en algún lugar donde su madre no pudiera cogerla. No podía ya confiar en su madre, con un instrumento cortante en la mano. Por eso casi siempre cocinaba él y lavaba los platos. A su madre aún le gustaba hacer la limpieza de la casa, pero Norman se encargaba siempre de la cocina.
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PSICOSIS - ROBERT BLOCH.
Misterio / SuspensoEra una noche oscura y tormentosa; Mary Craine estaba exhausta, perdida, y al límite de sus fuerzas, ansiosa por darse una ducha caliente y encontrar un lugar donde pasar la noche. Cuando el Motel Bates apareció de pronto entre la tormenta, Mary pen...