3. Un rescate imprevisto

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Mis primeros tres días libres al fin, me quedé en un hotel hasta que encontré un apartamento tipo estudio. Han pasado cinco días desde que me encontré a esos idiotas y no me he vuelto a meter en problemas, lo que significa que no tengo que volver con Blaz y los chicos.

Después de buscar trabajo infructuosamente durante todo el día, vuelvo a mi apartamento. Ya estaba amueblado cuando firmé el contrato de arrendamiento, lo cual es un alivio.

Cierro la puerta principal detrás de mí y aseguro los tres cerrojos en su lugar, que me llevó horas instalar. Me dejo caer en el sofá, me quito las zapatillas y dejo escapar un suspiro de cansancio. Solo me siento unos minutos antes de que el intenso dolor en el corazón me alcance y rompa a llorar. Acostada en el sofá, me acurruco en un bulto y enfrento el dolor que viene en oleadas.

Extraño jugar con Eda y dormir a su lado. Pero no lo voy a buscar ni a tratar de contactarla; si fue capaz de venderme una vez, lo haría una segunda vez. Además, aunque extraño bailar, ella me dijo que me fuera del burdel y nunca mirara atrás. Ahora soy una chica libre y no voy a arriesgarme a caer en las garras de trata de blanca y prostitución de nuevo.

Sollozando, me trago las lágrimas y saco el teléfono que Blaz me dio de mi bolsillo.

«¿A quién vas a llamar, Meike? No tienes a nadie», me digo a mí misma, dejando el teléfono en el sofá con un bufido.

Un golpe en la puerta principal hace que mi cabeza se levante de golpe y mi corazón empiece a martillear en mi pecho.

—No te hagas ilusiones, probablemente sea el propietario. Que los chicos te enviaran joyas y vestidos de fiesta la otra noche no significa que hoy te inviten a salir —murmuro para mí misma en voz baja, antes de preguntar—: ¿Quién es?

—El repartidor —responde una voz desde afuera.

—Yo no he pedido nada.

—Es una entrega para usted.

Mis labios se separan en un jadeo y mis ojos se abren con sorpresa. Rápidamente quito los seguros de la puerta y la abro.

Alguien me jala hacia fuera. Grito y esa persona me agarra con fuerza, llevándome a su pecho. De un rápido movimiento, me carga sobre su hombro y comienza a caminar directamente hacia la salida. Lucho y grito, pero la fuerza con la que me retiene es mayor. Estamos en plena calle Berlín y las pocas personas en la calle giran sus rostros con asombro debido a nuestro escándalo. La puerta de una limusina se abre cuando nos ven llegar. El conductor de la limusina recibe un disparo en la mano y oigo más desde atrás, pero me tiran en la parte trasera de una camioneta y luego mi raptor cae sobre mí. Vocifero con desesperación, moviéndolo y revisando que esté vivo; tiene una bala en la cabeza y me mancha de sangre. Sigo gritando como loca hasta que uno de esos hombres presiona un trapo sobre mi rostro. Es un olor fuerte y desagradable y me marea al instante. Cierro los ojos y caigo sobre el cuerpo de mi primer captor sin comprender qué sucede y por qué estoy perdiendo el conocimiento.

«¿Quién pudo hacerme esto? ¿Qué mierda he hecho yo?»

Un golpe de agua helada me obliga a abrir los ojos.

Me duelen las manos porque las tengo atadas sobre la cabeza en una especie de viga. Tengo los pechos descubiertos y mi vestido se ha ido; solo estoy en bragas, liguero y zapatillas de tacón que no son míos, pero si de mi talla. Una nueva ráfaga me hace temblar y chillar, pues siento los hilos de hielo cortándome la piel. Me noto los pezones duros por el agua. No puedo ver nada, tengo los ojos cubiertos por una venda, pero siento que no estoy sola, que están mirándome.

DesenfrenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora