15. C'est la vie

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—El cinturón de seguridad primero, Meike.

Con manos temblorosas, aseguro el cinturón y coloco mis manos en el volante. Una mezcla de emociones revolotea en mi interior: ansiedad, emoción y determinación.

—Aquí enciendes el motor —Klaus señala el botón en el tablero y luego indica la palanca de cambios—. Estamos en el parque ahora. Pon el freno y cambia a primera.

Una sonrisa nerviosa se curva en mis labios.

—Asegúrate de revisar los espejos retrovisores y laterales antes de salir —añade.

—Oh, ya revisé mi maquillaje —bromeo, poniéndome un poco de brillo labial.

Klaus me mira con incredulidad. —Para asegurarte de que no haya nadie detrás o a tu lado, Meike. No para volver a aplicarte el lápiz labial.

—Ah, claro. —Rio entre dientes—. Pero si me detiene la policía, al menos estaré presentable. Los podría convencer con una sonrisa.

—Pon el pie derecho en el pedal del acelerador... —Klaus mira mis pies—. Jesucristo, Meike. ¿Qué es lo que llevas puesto?

—¿Qué? —Pregunto, encontrando su mirada con una sonrisa—. Dijiste que me pusiera calzado cómodo.

—No tacones de quince centímetros.

—¿Por qué no? Son bonitos y muy cómodos. Mira. —Enciendo el motor, cambio y piso el acelerador con demasiada fuerza. El auto da un bandazo hacia adelante.

—¡Mierda! —Klaus ruge y sujeta el volante—. ¡Detén el puto auto! ¡Ahora!

Freno bruscamente, deteniéndonos a escasos centímetros de otro vehículo. —¿Eso estuvo bien, verdad?

Los ojos de Klaus se arrugan en las comisuras mientras me mira e intenta no explotar en una carcajada. —Sí, estuvo bien, Nymphe. Cambia a reversa y retrocede un poco.

Guiando mi mano en la palanca de cambios, me instruye para retroceder hasta la posición inicial.

—Intentémoslo de nuevo, pero esta vez más despacio. ¿Ok?

—Ok. ¿Qué tan despacio?

Klaus toma mi barbilla entre sus dedos y roza sus labios con los míos. —Lo suficientemente lento para no matar a nadie, por favor.

—Entendido. —Sonrío y presiono ligeramente el acelerador.

El auto avanza a paso de tortuga y Klaus asiente con la cabeza. —Así está mejor. Ahora, intenta dar la vuelta al final del camino de entrada y hazlo un poco más rápido.

Nos movemos a menos de diez millas por hora, y él mantiene su mano izquierda en el volante, inspeccionando el camino de entrada como si esperara que me desvíe en cualquier momento y choque contra los arbustos. Me cuesta mantener la compostura al verlo tan concentrado.

—Está bien, Klaus. —Deslizo mi mano sobre la suya en el volante—. Tengo el control. Puedes soltarme. No voy a herir a nadie.

—Por supuesto que sí. —Señala el parabrisas—. Ojos en el camino. Siempre.

Suspirando, piso el acelerador.

—Meike, despacio, Nymphe.

Mantengo una velocidad moderada mientras avanzamos, rodeando dos veces la isla ajardinada en el camino de entrada, y luego procedo a estacionar cuidadosamente el auto al lado del garaje.

***

—Háblame de ti —digo de regreso a casa mientras asaltamos la cocina.

DesenfrenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora