02. Curiosa invitación

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¿Qué puede arruinar el sueño? Un temblor, un terremoto, una tormenta, un bombardeo, la tercera mundial, el fin del mundo, una apocalipsis zombie o la peor de todas, la alarma que se me ha olvidado desactivar desde hace dos semanas, que mal que de tantas cosas por las que me pude haber despertado me halla tocado una tan desgraciada.

Consumí mi cabeza en la almohada y ahogué un grito en ella, que al parecer nadie había oído, ya que mi madre seguía durmiendo plácidamente en su lado de la cama, yo mientras tanto entre rezongos y quejas empecé a buscar a buscar mi teléfono en la mesita de noche, no estaba, había quedado en mi habitación la noche anterior. Me levanté cuidadosamente para que mamá no despertara, apagué la alarma y miré mi alrededor, habían tazas y vasos en todas partes, ropa tirada por ahí, el paquete de galletas que me había comido ayer tirado en el piso. Ay no, eso traería muchas hormigas.

Hormigas al ataque 2: El regreso.

Empecé a recoger y ordenar absolutamente todo, me dí cuenta que sería una excelente camarera, ya que no calló ni una sola gota de algún líquido de dudosa procedencia, ya sabía que podía hacer si algún día quedaba cesante, de hambre no moriría, una causa de muerte menos. Barrí mi espacio, no salió sucio solo aparecieron una migajas de galletas. Todo estaba limpio, como debía ser. 

Mi psicóloga había dicho algo de que debía tener mi habitación limpia y ordenada, ya que eso iba a beneficiar de alguna manera mi estado mental y emocional, la verdad ese cuento jamas me lo creí, siempre que ella mencionaba algo así pensaba que mi madre le pedía que me recomendara eso para que cambiara ese pequeñito mal hábito que tenía, más bien, tengo. Sin embargo me sentí muy orgullosa de mi misma cuando vi mi pieza de otra manera y la verdad si le daba otras vibras —menos depresivas— al lugar.

—Veo que alguien se levantó productiva —comentó mi mamá detrás de mi.

Miré a mi madre, yo era muy similar y a la vez muy distinta a ella. Ambas éramos pelirrojas, pero yo tenía el pelo largo y lacio, ella corto y ondulado, más allá de eso no teníamos más diferencias, yo solo era un versión más joven de ella.

 —Sí —respondí —He visto el desorden y decidí hacer algo por ello —comenté —¿Te he despertado? —pregunté. 

—No, he despertado sola —aclaró —se me hizo raro no verte, así que vine a verte.

—Me ha despertado una alarma. Hubiese seguido durmiendo de no ser así.

Y claro que lo hubiese hecho, estaba en plenas vacaciones de verano, hace dos semanas que habían empezado, no tenía ninguna obligación ni nada que me motivara para estar en pie a las 8:00 de la mañana, sonaba mucho mejor y más rentable despertar a las 12:00 del día. Me podrán criticar mucho por ello, pero se que no soy la única, incluso sé que hay gente que se levanta a las dos de la tarde.

Solo lo dices para que lo tuyo no suene tan grave.

—Ya lo creo, hija. Estaré en la cocina, no tardes —sonrió.

No esperó repuesta de mi parte, solo se retiró, por mi parte no la seguí de inmediato, más bien me quedé revisando el celular, tenía diez llamadas pérdidas, cinco de la compañía telefónica.

El único que me ruega.

Tres de Cam, que habían sido antes de la vídeo llamada de anoche, y dos de ¿Nick? Parpadee un par de veces, tal vez lo había leído mal, pero no, su nombre seguía en las últimas dos llamadas desde hace media hora. Sentí que lo mejor sería devolverle la llamada, así que eso hice, sonó dos veces el tono, creí que ya no contestaría, cuando lo hizo.

—¿Hola? 

—Hola, Sarah —parecía nervioso —te estaba llamando...

—Sí, por eso te devolví la llamada —admito que estaba un poco ansiosa —¿Pasó algo?

Pícara InocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora