CAPÍTULO V

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"Me declaro ateo. Ese personaje ficticio, que todos llaman Dios, no ha hecho nada por mí. Sólo tengo a mi proyecto"

—Doctor Kenish J.Morrison— Científico del Centro de Incubación y Condicionamiento de la central de Londres.

Un crujido y sus brazos estaban libres. Un silbido y sus manos apretaban mis hombros con una fuerza sobrehumana. Un grito y me encontré volando hacia atrás.

El antes cristal transparente se convirtió en una lluvia de trozos dirigida a todo aquel que estuviese allí.

Estaba en el suelo con diversos cristales incrustados vulgarmente al azar.

Todos me observaron por un buen rato. Luego cada quién se encontró corriendo hacia quién sabe dónde, con la intención de escapar.

Todos menos Dostin y Farcrauch; me tomaron cada uno de un brazo y me alzaron y movieron con cuidado.

Oía gritos, lamentos y chillidos. Los últimos posiblemente de parte de Gex.

Me llevaron a mi oficina y sellaron la puerta de acceso con el código de seguridad.

—¿Qué hacen estos tíos aquí?—mi voz salió apenas en un hilo casi imperceptible—¿No es lo que se suponía que tenía que hacer su arma?

—Cállate, idiota—chilló el mórbido hombre en una esquina—Ese monstruo nos matara si no...

—¿Escapamos? —sugirió Farcrauch—Es más seguro que nos degolle si lo intentamos.

—¿De qué demonios está hecha esa cosa?—dijo Philips dirigiéndose a mí.

—Me sorprende que no lo sepa—repuso Farcrauch al verme incapaz de hacerlo—Usted ordenó la mezcla de ADN de varios predadores y.....

—Pero pensé que era más humana—gruñó.

—Y lo es. Sólo que estuvo en cautiverio, sin contacto humano, más que esas dolorosas pruebas a las que le sometimos.

—¿Qué hará?—chilló Dostin nervioso.

—¿Cómo es posible? —chilló Philips al teléfono— Mierda...

—¿Qué pasa?—el ministro se acercó a él.

—Ha liberado a Delta.

—Era lo más obvio. Ahora...espero que se hayan confesado porque esto se pondrá feo...para nosotros—rio irónico el hombre ruso de dos metros.

—¡Dios!—espetó el ministro—Moriré.

—Nos importa un huevo—gritó Philips tirando de su cabello—Esto es su culpa.

—¿Sabes acaso con quién estás hablando?

—Pronto, con un cadáver. Espero.

—Cállense los dos—pidió—No les hagan más sencillo encontrarnos.

—Señor—Dostin me miró fijo, realmente él deseaba que yo tuviera la respuesta. Me limité a asentir, mientras la sangre se abría paso lenta y dolorosa por cada parte de mi piel rasgada por los cristales—No quiero morir.

—Nadie lo quiere, chico—solté a punto de llorar—Esto es culpa mía.

—No diga eso, señor—suspiró—Todos aquí lo son.

—Tú no, amigo—aseguró serio el ruso—Tu muerte será la más lamentable.

—¿Y qué hay de mí? Yo valgo millones para el gobierno.

—De ser así—repuso Farcrauch—No estaría realizando pruebas de campo a proyectos de alto nivel.

El obeso se limitó a arrugar la cara.

PROYECTO GEX:El despertar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora