-Me gusta el algodón de azúcar.
-Así que el algodón de azúcar...-repito. Mientras ella tira de los dedos de mi mano derecha como quién deshoja una margarita en el campo. -¿Algo más?
-El pollo frito.
-A mí también me gusta el pollo frito. -confirmo.
-Y detesto las flores, oficial.
Tal vez, se le rompa el corazón cada vez que las ve marchitarse, porque es algo que yo tampoco soy capaz de presenciar sin una copa encima.
-Siempre acaban marchitándose.
-Entendido. -respondo.
-¿Hay algo que no te guste, oficial?
Guardo silencio unos segundos pensando en todas las cosas que me disgustan, que no soporto, y, tras armarme de valor, le doy una respuesta.
-La Navidad.
-A mí tampoco. -me apoya. Ella lleva mi mano hasta su mejilla para que la acaricie, para que pueda sentirla con el corazón tranquilo y hambriento, y así después llevársela hasta los labios para besar cuidadosamente cada una de las yemas de mis dedos. -Has trabajado duro con las manos. Eso me gusta.
La vergüenza me obliga a apartar la mano, porque no sé si en el fondo es consciente de que no tengo nada más que ofrecer que unas manos callosas y una espalda cansada a punto de alcanzar los 40 años.
-Debí cuidarlas más.
-Papá solía decir que se conoce a un hombre gracias a sus manos. Así que, es agradable ver que te has ganado la vida con ellas, y saber que a partir de ahora yo las cuidaré. -comenta.
-¿Lo harás, amor?
-Me gustan tus manos. -agrega.
Y yo no puedo evitar pensar en las cosas que me permitirá que haga con ellas cuando estemos tan lejos de aquí que nada nos duela, ni nadie nos oiga.
-Y todo lo que haces con ellas.
-Me lees el pensamiento, ¿cierto? -le pregunto.
-¡Oh, Nancy Wilson!
Naima se suelta de mi mano para coger el disco de Nancy Wilson que está sobre el salpicadero, echa un vistazo a la carátula, después a las canciones, y, de inmediato, vuelve su atención a mí con la mirada encendida.
-¿Te gusta Nancy Wilson, Schratter? -pregunta. Me niego a responder a esa pregunta, porque ese disco es una parte de mi persona que tiendo a ocultar a los demás. -En mi ático de Seattle tengo un cuadro de esta mujer en el salón. Es inspiradora. Una auténtica belleza negra de los años 60.
-Estaba enamorado de esa mujer. -confieso. Ella me mira con los ojos bien abiertos deseosa de saber más acerca de mi aparente amor hacia la cantante. -Mi padre. Tal vez, después yo también. Al crecer, y mirarla con otros ojos.
-¿Este disco es suyo?
-Sí, lo fue. -respondo.
Cuando estuve investigando acerca de la vida de la escritora descubrí que no había apenas información acerca de su familia, o, incluso, sobre sus orígenes. Por eso, cada vez que alguien en una entrevista se toma el atrevimiento de preguntarle sobre ellos corre el riesgo de que ella abandone el lugar, o de ganarse su enemistad para siempre, así que, muy pocos han osado repetir tal hazaña y no seré yo quién haga lo contrario.
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✨Naima✨
RomansUna casa en llamas, un coche robado y unos fugitivos enamorados, ¿qué podría salir mal?✨ Obra protegida por Safe Creative. Usa tu imaginación, y di NO al plagio.