Prólogo

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De pequeños a todos los niños les suelen preguntar, ¿Qué quieres ser de grande? Sus sueños o aspiraciones suelen ser variados, desde policías, doctores y hasta astronautas. A medida pasan los años esos sueños suelen cambiar y cada cierto tiempo quieren ser algo totalmente distinto y algunos nunca llegan a cumplir sus sueños y escogen profesiones que les den una estabilidad económica, pero olvidando eso que tanto deseaban. Yo, en cambio, siempre tuve claro lo que quería, mi sueño era ser el mejor piloto de carreras de la NASCAR, ¿difícil y complicado?, sí, ¿imposible?, casi, y más aún cuando dicho deporte no permitía mujeres entre sus filas.

¿A quién se le ocurre explicarle a una niña de cinco años que al tener pecho y nada que cuelgue entre sus piernas no podría cumplir sus sueños? Bueno, mi madre consideró necesario aplastar mis sueños desde temprana edad. Cuando naces en una familia de doctores de más de diez generaciones ejerciendo la profesión todos suponen que debes seguir con la profesión familiar.  Si hubiera tenido otro sueño puede que mi madre me hubiese apoyado, pero manejar un coche de carrera a extrema velocidad era algo que ella nunca me permitiría, no desde que mi hermano mayor había fallecido en un accidente de auto cuando yo era una niña.

Mi hermano era fanático a los coches, él fue quien me regalo mi primer auto de juguete y me dijo que las niñas no debían solo jugar con muñecas. No tengo muchos recuerdos suyos porque murió cuando yo tenía a penas cinco años y él 24. Solo sé que era perfecto, siempre las mejores notas, graduado con Honores, el próximo gran genio de la medicina, pero un accidente lo hizo morir demasiado joven dejando a mi madre desconsolada y con mucho rencor. Recuerdo verlo siempre los fines de semana viendo las carreras y la emoción en sus ojos. El día que se compró a Pegasus mi madre puso el grito en el cielo cuando lo vio aparecer en aquel carro deportivo, pero él ni caso, me tomó en brazos y me dio una vuelta en su McLarent. Poco después ocurrió el accidente, mi madre se deshizo del coche y todos mis autos de juguete, se me prohibió volver a mencionar sobre lo de convertirme en piloto y mi habitación se llenó de libros de medicina.

Cualquier otro niño en mi lugar abría desistido o cambiado de sueño, pero siempre fui demasiado terca, continue viendo las carreras a escondidas y a medida fui creciendo comencé a trazar mi plan. ¿Qué importaba si mi madre se oponía o las reglas me impedían convertirme en piloto? Dicen que lo único imposible es lo que no intentamos y yo no pensaba desistir.
Mi plan era sencillo mudarme de país, internarme muy lejos de mi madre y comenzar una vida como hombre hasta unirme a la NASCAR, una vez que fuera un piloto importante mi madre terminaría rindiéndose, para cuando la administración supiera de mi verdadero sexo mi fama seria tanta que no tendrían otra opción que aceptarme.

Durante años todo marchaba perfectamente sobre ruedas, me habían internado en un colegio lejos de casa, había conseguido una Universidad igual de lejos y madre con ver mis buenas notas estaba complacida, tampoco era que su trabajo le permitiera ser una madre muy entregada, por lo que no había tenido ningún problema hasta entonces. Había acomodado mi doble vida como estudiante universitario y academias de piloto durante bastante tiempo, todo marchaba bien, hasta que año antes de mi graduación me llegó la oportunidad de mi vida, cuando Pierce Racing, una de las compañías mas famosas he importantes de la NASCAR se interesó en mí.

Creí que mi sueño por fin se cumpliría, pero solo entonces comenzaron mis problemas, problemas que aparecieron frente a mi con un metro noventa y dos y una manga llena de tatuajes justo cuando llegue el primer día a las oficinas de Pierce Racing. Problemas con una seductora y coqueta sonrisa que había podido observar de cerca ese mismo verano. Dicho problema llamado Alfie, que era mi mayor rival y ya lo había conocido unos meses atrás, solo que en ese entonces llevaba peluca larga, vestido rosa y un par de tacones.

Entonces allí estaba yo, a solo una paso de cumplir mi gran sueño o a un paso de verlo hecho pedazos para siempre. ¿Qué podría salir mal? ¿Qué me reconocieran y denunciaran?, ¿Qué mi madre se enterara que me había tomado un año sabático de la Universidad para poder competir en carreras? ¿Qué mi nuevo archienemigo se aprovechara de mi actual situación y me amenazara con mi secreto? ¿Qué podría hacer en aquel tipo de situación? ¿Confesar la verdad, dejar de mentir y continuar con mi vida? Claro que no, hice lo que cualquier persona con un pequeño trastorno como yo haría en mi lugar. Sonreí y continué mintiendo como si nunca lo había visto en mi vida.

- Un placer, soy Sasha, el nuevo miembro del equipo. – lo saludé extendiendo la mano y durante un segundo cuando me respondió el saludo creí que lo había engañado.

- Sasha – saboreó mi nombre de una forma que casi vibré de placer – que casualidad, justo este verano conocí a una chica con ese mismo nombre.

Vale, estaba oficialmente pillada, me habían descubierto y su sonrisa me decía que no me la pondría fácil.





Hola a todos, estoy de nuevo por aquí

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Hola a todos, estoy de nuevo por aquí. Justamente hoy navegando por Facebook me encontré con una publicación interesante, donde una colega escritora hablaba sobre una historia que había enviado a un concurso o reto, no sé bien cómo llamarlo.
El caso fue que me llamó la atención esto y decidí buscar más al respecto, y fue entonces cuando dí con el concurso ONC y decidí probar suerte. La mala noticia era que la fecha de entrega era el 29 de febrero y justo hoy es 28.
Comencé esta historia sin muchas expectativas solo dejándome llevar para entrenar mi escritura y la verdad me a gustado. Así que a pesar de que no sea elegida creo que la voy a continuar. Ustedes que opinan.

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Doble CaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora