Acto IV: hacia ti

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—¿Sayaka?

La nombrada ya se encontraba en plena misión. Ponía un pie en el tronco, luego el otro. Comenzó a trepar por el árbol de su jardín.

Kirari pestañeó al escuchar un gritito.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí..., solo dame un momento.

«Ah..., aún está ahí»

Pensaba, sintiendo un alivio.

Sayaka se levantaba del piso. Primera caída. Volvió a intentarlo. Esta vez se aseguró de clavar bien las puntas de las sandalias marrones en las cortezas. Hizo una prueba de resistencia, presionándolas un poco. Bien, la sostenían. Comenzó a trepar de nuevo, asegurándose de pisar en el lugar correcto. La primera rama que le serviría de apoyo se encontraba cerca. Estiró la mano con los dientes apretados, tratando de alcanzarla.

Segunda caída.

—¿Debería empezar a preocuparme, Sayaka? —decía Kirari con las manos apoyadas en la cerca. La escuchaba quejarse del otro lado—. Aunque las sorpresas son de mi agrado, debo admitir que estoy sufriendo mucha ansiedad aquí.

—¡A-Aguántala un poco más!

Con esfuerzo y determinación, Sayaka finalmente llegó a la primera rama. Cayó de panza contra ella. Sus pies quedaron penduleando en el aire. Los ojos, fijos en lo bajo. Tragó pesado. La imagen del césped a lo lejos le llenaba el pecho de vértigo. Tratando de no pensar en él, se sostuvo del tronco y consiguió poner los pies en el primer piso. Miró hacia arriba. La rama que le seguía era su meta, aquella que se colaba por el jardín de Kirari. Si se caía desde ahí varios huesos se rompería, pero las ganas de verla superaban cualquier miedo.

Kirari esperaba del otro lado. Se refregaba los dedos entre sí, sintiéndose rara.

«¿Nervios?»

Pensaba, humedeciéndose los labios. ¿Por qué no podía dejar de sentirse anormal? La normalidad para ella era no sentir casi nada. Ahora, sintiendo todo de golpe, no sabía cómo procesar esas emociones. Su sistema otra vez mostraba fallas, el cuerpo no le respondía, moviéndose ansioso. Subió la cabeza, respirando profundo para calmarse. 

Y entonces sus ojos vieron una maravilla.

—Saya... ka.

La niña, ya no del otro lado de la cerca, la contemplaba desde el cielo. Sonreía agitada, abrazada a la rama que se colaba por encima de su jardín.

—¡Aquí estoy!

Kirari no podía devolver el labio inferior al superior. Era un cuadro. El cuadro de un ángel que había venido a rescatarla. Sus alas parecían heridas, pero aquello no le impedía volar en libertad.

Sayaka se arrastraba por la rama como un gusano, pasaba aquella barrera de madera que hacía días venía separándolas. Con mucho cuidado, estiró la mano para agarrar una rama que sobresalía del árbol de Kirari. La sostuvo fuerte y comenzó a levantarse. Puso un pie en la rama que hacía de puente entre ambos árboles. Kirari se alertó cuando se tambaleó.

—Sayaka, espera.

—¡Solo un poco más!

Testadura como ella sola, Sayaka comenzó a caminar por la rama cual equilibrista hasta tocar el árbol de Kirari. Se abrazó al tronco con su vida. Miró el precipicio, tomando aire. Ahora debía trepar hacia abajo; unos cuántos pisos le esperaban. La buena noticia era que ese árbol tenía más ramas de donde sostenerse.

Kirari la veía bajar por el tronco como un monito, suspendida. ¿Esa niña se estaba arriesgando por ella? ¿Por qué? De repente se encontró pensando que no soportaría la pérdida de esa niña si llegaba a pisar mal, pero, a la vez, una emoción intensa la llenaba como cuando era espectadora de una apuesta peligrosa. Sayaka estaba apostando su vida por ella. Eso sí que era un gran riesgo, pensaba con orgullo. Nunca había admirado a nadie en su vida, pero hoy le dedicaba toda su admiración —y emoción— a esa niña valiente.

Kakegurui: La niña del otro lado de la cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora