Acto VIII: promesa

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Kirari se abrazaba a Sayaka con los ojos cerrados y una sonrisa llena de paz. Esa niña había decidido arriesgarse por ella. Aunque no daba la cara, pues se mantenía de espaldas y con una expresión algo tensa, para Kirari, el que quisiera escucharla aún sabiendo las consecuencias, era más que suficiente.

En ese momento se ganó su completa fidelidad.

—Esta es mi verdad, Sayaka.

Y entonces, le confió todo su poder, que no era otra cosa más que su historia y cada secreto detrás del clan Momobami. Desde que una tirada de dados eligió su destino y el de su gemela, hasta el sistema Bami, sus fallas y el tipo de gente que habitaba en esa casa. El tema de los sucesores y los muchos primos que querían tomar su lugar, los verdaderos objetivos de su familia; todo le contaba.

Sayaka estaba hecha una piedra. Escalofríos la recorrían cuando Kirari confirmaba con detalles nada coloridos los rumores que siempre habían habitado en aquel pueblo sobre los Momobami. No solo eran capaces de matar, sino que tenían una rama específica que se dedicaba a la tortura. Corrección, tenían una rama para todo lo que te imaginaras. Sayaka entendió rápido lo que de por sí venía sospechando: ese clan era una mafia, y ahora el modo de ver la vida de Kirari no le era tan incomprensible. Tenía lógica que, habiendo crecido en un circo mafioso, su mente se hubiera visto influenciada, perdiendo así la empatía por el otro. Esa casa no alimentaba a los sentimientos sino a la necesidad de sobresalir. Y ganar. Siempre ganar, no importara a qué costo. Aunque, según Kirari, aquello no era de su interés, mas sí el divertirse.

—¿Estás diciendo que no te importaría perder una apuesta? —le preguntó Sayaka.

—De hecho, me encantaría perderla. Si alguien pudiera ganarme, claro está —contestó Kirari con orgullo—. Si te soy sincera, me gusta más observar que apostar. Creo que de la observación se puede aprender mucho. Para mí, presenciar una apuesta, es como ver una película.

—Y mientras más sufra el protagonista, más te divierte, ¿verdad?

—¿No es eso lo que sienten todos al ver una película? Si el protagonista consiguiera sus metas sin pasar por ningún obstáculo, perdería el chiste, ¿no lo crees? Sería una historia aburrida. Lo que la hace divertida es ver cómo lucha por sobrevivir y sobreponerse a sus problemas.

—Pero estamos hablando de gente real...

—Para mí es exactamente lo mismo. La gente real también debe luchar por la supervivencia. Te lo dije antes, no hay otro modo de vivir.

—La supervivencia del más apto...

—Sí..., eso mismo. —Kirari sonreía en su cabeza—. Como el libro de animalitos que me leíste, ¿te acuerdas? Los animales débiles se convierten en alimento para los más fuertes. Lo mismo pasa con nosotros. Sin embargo, aunque sean débiles, incluso un antílope lucha por su vida antes de ser devorado por un león. Eso es el valor, eso es lo importante.

—Pero no me gusta verlos morir...

—Lamentablemente así es el ciclo de la vida, Sayaka. Los que se desempeñen mejor sobrevivirán. Tal vez el antílope, aunque sea débil en fuerza, pueda llegar a ser más rápido y así escapar del león. Esa sería una sorpresa interesante. Los humanos, a veces, también dan sorpresas. ¿No te parecería divertido verlas? Juntas..., como si fuéramos a ver una película. En aquella academia podríamos ver muchas de ellas.

Sayaka se dejaba acariciar la cabeza, reflexionando sus palabras. La filosofía de vida de esa niña pegaba duro en la mente, quien, a pesar de resistirse, se veía atraída por la información. La encontraba en demasía lógica. Kirari no luchaba contra las reglas naturales, tampoco las creía crueles como otros, sino que se amoldaba a ellas, simplemente aceptándolas, tal como si fuera parte del reino animal. Comprendió, entonces, que para ella los humanos solo eran simples animales.

Kakegurui: La niña del otro lado de la cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora