El apacible enclave costero de Montevil aún se estremece por los sombríos eventos del 31 de octubre de 2021, cuando la desaparición de Samanta Ledesma, una joven promesa deportiva, sumió a la comunidad en un estado de incertidumbre y misterio que pe...
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E L E N A
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El lunes por la mañana, cuando Elena entró al salón para la clase de historia, sintió un hormigueo mientras anticipaba lo que encontraría al llegar a su puesto. Dirigió su atención al interior de su escritorio con una mirada más aguda, el mensaje que había encontrado tiempo atrás seguía allí, insinuante, pero esta vez su significado se sentía diferente. A partir de ese momento, y durante el resto de la clase, en su mente comenzó a recorrer un torrente de pensamientos que había estado conteniendo durante los últimos dos días.
Realmente sentía que se había esforzado. Durante el fin de semana intentó no pensar en la familia Ledesma, ni en los ojos verdosos de Samantha, tampoco en las habitaciones prohibidas o en la sensación que recorría su cuerpo cada vez que cedía ante la tentación de imaginar lo que habían presenciado aquellas paredes, revestidas de tapizado fino y ostentoso. Sabía con certeza que al adentrarse en los detalles y explorar las irregularidades de aquel panorama de apariencia perfecta, podría descubrir una pequeña grieta apenas perceptible, algún manchón extraño o ese elemento discordante que, eventualmente, le susurraría una historia oculta. Pero una parte de sí misma se preguntaba si realmente estaba en condiciones de manejar esa información.
De repente, en momentos como este, cuando su curiosidad afloraba, los recuerdos del desenlace que tuvo el último caso que le interesó de la misma manera, la arrastraban a una realidad que había procurado dejar en Siena, su antigua ciudad. Sin embargo, sin importar los kilómetros de distancia, aquel pasado siempre se manifestaba como una alerta, siendo un recordatorio constante de sus errores. A veces, sentía que así tenía que ser, tal vez se lo merecía.
—Elena, aún no te vayas, por favor —la profesora Montiel la llamó amablemente cuando la vio pasar frente a su escritorio al finalizar la clase— permíteme hablar contigo un instante.
Elena se detuvo, procurando ser cuidadosa para no chocar con alguien mientras la ola de estudiantes se precipitaba hacia la salida. Se sorprendió al notar que, de cerca, su profesora lucía un poco cansada y que en su bonito vestido de corte moderno, una pequeña mancha café sobresalía de manera imprudente, afianzando un aspecto descuidado que contrastaba notablemente con la primera impresión que tuvo de ella.
—Si, claro. No hay problema —respondió intentando disimular su mirada escrutadora.
Si bien la semana anterior se sintió tan intimidada que apenas había levantado la cabeza lo justo para no chocar contra las paredes, hoy gozaba de una energía inusual, un anhelo burbujeaba en su pecho. No podía evitar sentir interés por todo aquello que cruzaba su campo de visión. En su interior se libraba una lucha entre dos versiones de su personalidad: una que deseaba ser discreta y no inmiscuirse en asuntos que no le correspondían, y otra que exigía escarbar en los detalles, pues eso alimentaba una parte retorcida de su mente que encontraba fascinación ante los misterios.
