Capítulo 13

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SALEM.

Nos detenemos en la puerta de la casa de piedra rojiza, el coche apenas se está deteniendo cuando se abre la puerta. Espero que sea Seda, pero en su lugar es Caleb. Baja los escalones, atraviesa la puerta principal y se dirige directamente a la puerta de mamá en el lado del copiloto. —Allie —dice, sonriéndole—. Me alegro de verte.

Le acaricia la mejilla.

—Siempre es agradable verte a ti también.

—¿Necesitas ayuda?

—Nunca rechazaré la ayuda de un caballero tan guapo —bromea.

Se ríe y la ayuda a quitarse el cinturón de seguridad y a salir a la calle. Ya que la tiene, salgo y cojo su bolsa. No me molesté en preparar una bolsa para mí, ya que tengo todo lo que necesito aquí.

Caleb la ayuda a entrar y los sigo.

—¿Dónde está Seda? —pregunto.

Se ríe y me mira por encima del hombro.

—Lo creas o no, durmiendo la siesta. Fue al parque de trampolines con Maddy —menciona a una de sus mejores amigas—, y volvió agotada.

—Mí dulce niña —canturrea mamá—. No puedo esperar a verla.

Caleb me devuelve la mirada, con preocupación en sus ojos. Preocupación por mí y preocupación por ella. Sabe que perder a mi madre va a ser duro para mí. No importa cuánto lo sepas de antemano, perder a un padre no es fácil. Ella ha sido mi roca y mi caja de resonancia. Me ayudó a superar algunos de los momentos más difíciles de mi vida. Y ahora, cuando más quisiera devolverle el favor, no puedo, porque nada puede superar la muerte.

Caleb la acomoda en el sofá de la sala de estar. —¿Puedo ofrecerte algo de beber? —Le pregunta.

—Tal vez sólo un poco de agua.

Sonríe y le pasa una manta.

—Ponte cómoda y volveré con tu agua.

Caleb se va y yo la ayudo a acostarse. La envuelvo con la manta y le acomodo las piernas con una almohada.

—¿Estás cansada?

—Un poco —admite de mala gana.

—Sólo descansa. —Le doy un beso en la frente y me alejo.

En la cocina, apoyo la cadera en la encimera viendo cómo Caleb llena el vaso de hielo y luego de agua.

—¿Cómo está? De verdad, no hay que endulzar las cosas.

Suspiro y me paso los dedos por el cabello.

—Tiene días buenos y días malos. Me siento tan impotente, Caleb. Es como ver la arena en un reloj de arena y sé que en algún momento se va a acabar. Y cuando eso ocurra, perderé a mi madre. Y yo solo... —Hago una pausa, recuperando el aliento. Sintiendo que las lágrimas me queman los ojos—. No sé cómo vivir la vida sin ella.

—Ven aquí. —Me hace un gesto con los dedos, atrayéndome al refugio seguro de sus brazos.

Recuesto mi cabeza sobre su pecho, sus dedos me peinan suavemente. No puedo evitarlo cuando las lágrimas aparecen, empapando el algodón de su camiseta.

—Está bien —canturrea, continuando con las suaves caricias de sus dedos por mi cabello—. Sólo llora. Te tengo. —Y sé que lo hace. Siempre lo ha hecho. Caleb es mi roca, mi lugar seguro—. Eres fuerte —me recuerda—, pero incluso las personas fuertes necesitan llorar de vez en cuando. —Sus brazos se estrechan contra mí, manteniéndome unida.

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