La llamada del mar de Pablo Martínez Zarracina
Desde el comienzo, el mar estuvo allí, peligroso y seductor, avivando la imaginación de los poetas, provocando la fascinación de los aventureros. Desde el comienzo, los hombres compartieron historias de barcos y marinos, leyendas de naufragios y exploraciones. En algún lugar muy profundo de nuestro cerebro resuena el rumor cadencioso del océano, ese «silencio hirviendo» que ha sabido ver Félix Grande, esa música ancestral que para unos implica una advertencia y para otros una irresistible llamada.
La presencia del mar es constante en las primeras historias, en los textos fundacionales. Ulises buscó el camino de regreso a Ítaca recorriendo «el ancho lomo del mar» a bordo de su cóncava nave. Jasón reunió en la 'Argo' a una tripulación de héroes y zarpó hacia la Cólquide en busca del vellocino de oro. Simbad, el marino de Basora, se echó siete veces al mar «poseído por la idea de viajar por el mundo de los hombres y de ver sus ciudades e islas». San Brandán, el Navegante, puso la proa de su 'curragh', su barco celta revestido de cuero, al lugar más secreto del océano, aquel donde se encuentra la Tierra de la Promisión, la Isla de los Pájaros y el mismísimo Infierno.
La historia de la Literatura está llena de travesías ficticias y de crónicas de singladuras históricas. El mar funciona como un espejo del mundo y resume los mecanismos de la vida y la muerte. Quizá sea por eso por lo que los escritores lo hayan elegido una y otra vez como tema y escenario. En el siglo XIII Roger Bacon se sorprendía del poder inspirador del océano: «Es un acontecimiento extraño que, durante los viajes por mar, en los que sólo se tiene por ver cielo y agua, la mayoría de los hombres escriben un diario, mientras que cuando viajan por tierra, donde a cada paso encontramos algo que observar, pocos lo hacen, como si las inciertas eventualidades nos fueran más próximas para ser consignadas por escrito que las observaciones reales».
Diarios de singladuras y también de naufragios. El 1 de septiembre de 1659 Robinson Crusoe, marinero de York, subió a un barco que naufragaría cerca del delta del Orinoco, dejándole abandonado en una isla desierta. Allí, con la ayuda de Daniel Defoe, comenzó a escribir un célebre diario: «Yo, pobre y miserable Robinson Crusoe, habiendo naufragado durante una terrible tempestad, llegué más muerto que vivo a esta desdichada isla a la que llamé la Isla de la Desesperación, mientras que el resto de la tripulación del barco murió ahogada». Cuatro décadas después, el 4 de mayo de 1699, el doctor Lemuel Gulliver zarpó del puerto de Bristol con destino a las Indias Orientales y también naufragó, iniciando su celebrada trayectoria como uno de los marineros más increíbles y desafortunados de la historia.
Otro de los marineros a los que no les acompañó la suerte fue Arthur Gordon Pym, el aventurero de Nantucket que se embarcó como polizón en el ballenero 'Grampus' y terminó viviendo una terrorífica aventura antártica. 'La Narración de Arthur Gordon Pym' es el mejor relato ambientado en el mar de Edgar Allan Poe, un autor que escribió clásicos del género como 'Manuscrito encontrado en una botella' o 'Descenso al Maelstrom'. Las páginas iniciales de la novela, en las que el protagonista describe cómo surgió en él la pasión por navegar y relata sus correrías juveniles a bordo del velero 'Ariel' contienen toda la emoción y la energía de la mejor literatura marinera.
Por muy de secano que uno sea, es difícil resistir la llamada del mar cuando se leen fragmentos como aquel en el que Arthur Gordon Pym y su amigo Augusto se embarcan furtivamente en el 'Ariel' para aprovechar la brisa de una espléndida noche de verano. Lo mismo ocurre cuando, en las primeras páginas de 'Moby Dick', conocemos a Ismael, el marinero que nos dice que hacerse al mar es la forma que tiene de «echar fuera la melancolía» y dominar la hipocondría: «Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano».
ESTÁS LEYENDO
Isabella
PoetryUna Obra de Amed Acosta y Samuel Pérez a la memoria de Don Marino, historiador del Poblado Costero de Isabela de Sagua, en el centro de Cuba. Donde se conjugan la poesía marinera, la historias de los pueblos de mar, leyendas, crónicas, testimonios...