2 | Enzo

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Magnolia sabía por qué se dirigía al teatro. Sabía que no le fascinaban las clases, mucho menos la idea de ser actriz, pero la simple ilusión de estar unas horas junto a aquel hombre eran lo suficientemente gratificantes. Las calles de Buenos Aires vibraban calientes contra su piel bronceada y los rápidos latidos conta su caja torácica la invitaban a dar pasos apresurados hasta el lugar.

Al llegar, la amable voz de Gerónimo, uno de los tantos profesores; la recibió con un «Buenas tardes, Magno; apúrate que ya empezaron». Sus pies aceleraron su velocidad y se encontró irrumpiendo el discurso que daba aquella voz rasposa y profunda. Sus ojos, tímidos como de costumbre, colisionaron con los suyos y se apuró a tomar asiento en el suelo.

—Llegas tarde, boluda —murmuró su amiga, sintiendo sobre ellas la penetrante mirada del pelinegro.

Magnolia le hizo señal de guardar silencio con los labios e intentó regular su respiración mientras oía las palabras del hombre. Creía saber de qué hablaba, pero en realidad se encontraba sumida en la melodiosa forma en la que sus palabras viajaban por el escenario. Encontrarse ahí era un lujo y ella lo sabía, pero ¿quién podría culpar a la estudiante cuándo era el maestro quién le robaba más de un suspiro desde que se conocieron? Era inevitable, la conexión entre ambos era palpable y a pesar de la diferencia de edad y poca racionalidad; era casi imposible mantener en secreto todo lo que la hacía sentir.

—...Tenemos que trabajar en su desenvolvimiento —habló, caminando confiado—, sí ustedes se sienten cómodos en su propia piel, el público lo notará.

—¿Cómo hiciste vos para soltarte tanto? —Preguntó Tamara, estirando las piernas.

—Fue el tiempo —se encogió de hombros, echándole un vistazo rápido a la morocha—, uno no nace sabiéndolo todo; es cuestión de explotar al máximo nuestras fortalezas y miedos también.

—¿Entonces si explotamos nuestros miedos, Bayona también nos dará el papel de nuestras vidas? —Habló ahora Rodrigo, ganándose risas de todos.

—Y sí, ¿quién sabe?

Magnolia encontró agradable el ambiente que se formó e intentó incorporarse cuando los ejercicios de improvisación comenzaron. No era la mejor, pero lo seguiría intentando; era vital.

—¿Cómo vamos acá? —Cuestionó Enzo, acercándose de manera gentil y suave.

—Dándole —sonrió a medias Tamara, dando unos pasos al costado.

—¿Vos, Magnolia?

—Me cuesta aún —murmuró, sintiéndose intimidada ante la mirada penetrante del pelinegro.

Tamara lo notó de inmediato, pero se mantuvo callada y expectante ante la tensión que se formaba cada vez que la estudiante y su maestro mantenían cualquier tipo de conversación o contacto.

—¿Qué es lo que te cuesta, Magnolia? —Habló, fuerte, preciso y para la sorpresa de la chica; estúpidamente caliente.

—Soltarme —dijo, con voz más clara esta vez—, no sé.

—¿Querés intentarlo conmigo?

Ella asintió ligeramente y su amiga se alejó con una mueca cómplice, dejando al par en una de las esquinas del escenario. Enzo al notar que se encontraban a solas, se soltó y sintió algo más de confianza alrededor de la chica. Ella lo notó de inmediato y la sangre subió rápidamente a sus mejillas al percibir el toque de sus dedos viajar por sus manos.

—¿Todo bien? —Susurró Enzo, pretendiendo que ajustaba su postura con profesionalismo actuado— Llegaste veinte minutos tarde.

—No calculé bien el tiempo —contestó, conteniendo la respiración al sentir su toque presionar la parte baja de su espalda.

one shots | LSDLNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora