6 | Matías

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Alguna vez América leyó que cerca del mar la gente era más feliz, desde ese momento, se volvió una fiel creyente. Creía que las personas podían convertirse en su propio océano. Cerca a quienes quería, ciertamente, era posible ser más plena. Había gente que era «su mar». Gente que entraba a un lugar y brindaba más luz, más risas, más calma. Eran ellos quienes veía y enseguida se llevaban las penas.

Amaba el amor, no sabría lo que era la vida sin vivirla ilusionada. Era el amor quién le daba vida a su vida. Tampoco sabría vivir sin creer en él, lo veía en todos lados; admirando cada detalle con locura. Incluso ella, que no paraba de estrellarse, no podía detenerse y parar el amor que sentía por cada una de las facetas que demostraba.

América seguiría hasta que el amor finalmente le pegara de lleno, de momento; enamorándose de la luz que le dejaban los estrellos de sus consecuencias.

—¿A qué hora sale tu vuelo?

La morocha desvío la atención de la portátil por un momento antes de hablar, estirando los dedos ya adormecidos. Llevaba horas escribiendo un reporte para sus jefes y si deseaba llegar a tiempo, las distracciones no estaban permitidas.

—Hoy —murmuró, dándole un sorbo a su mate.

—Te pregunté la hora, no el día.

Meri rio ante su torpeza y le dio un vistazo veloz, encontrándolo extremadamente encantador. Era un lapsus constante y como le podía fascinar perderse en él.

—Ocho y cuarto —respondió al cabo de unos segundos—, pero si no acabo esto; puede que nunca.

—¿Son las ventas del mes?

—Ajá.

América tipeó las cifras que restaban en el inmenso cuadro y su novio le lanzó un papelito, riendo ante su profunda concentración. Siempre había sido de esa manera, jamás pudo gozar de los privilegios multifacéticos que muchas mujeres presumían. Su mente tan solo podía enfocarse en una cosa a la vez, por lo que las risas de Eduardo la alejaban del verdadero objetivo.

—Voy a perderme las fiestas por tú culpa —murmuró.

—Me gusta la idea de que te quedes aquí conmigo,

—Y no lo voy a saber yo —se burló, besando por un breve instante sus labios.

Edu disfrutó su tacto dócil e hizo que se moviera de la silla, calculando sin mayor esfuerzo lo que tanto trabajo le estaba costando a la ojiazul. Ella apoyó la cabeza contra sus hombros e inhaló profundamente su perfume, reservando en una esquina de su memoria las sensaciones que brindaba aquel aroma.

—¿Qué haría yo sin vos?

—Probablemente estar desempleada.

—Salí de acá.

Ambos rieron y antes de enviar aquel reporte, el pelinegro la posicionó frente a sus narices, percibiendo de cerca cada detalle en su rostro. Echaría de menos más de lo que le gustaba admitir a la mujer. No solo por las semanas de ausencia, sino por la vitalidad y felicidad que llegó a su vida desde que esos ojos azules y caballera indomable cruzaron los pasillos de la oficina.

No tardó demasiado en caer por ella, pero ahora que finalmente la podía llamar suya; el miedo de perderla lo acompañaba día a día. Conocía el arduo trabajo que le costó robar ese corazón suyo, por lo que aquellas inseguridades nacían de manera irremediable al verla partir por primera vez. No dudaba sobre la fuerza de su amor, pero se encontraba sobre terreno desconocido al no tenerla cerca, temía no controlar ciertos aspectos que aún prevalecían en ella; si bien las heridas habían sanado casi por completo, no podía asegurar que eran parte en su totalidad del pasado.

one shots | LSDLNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora