CAPÍTULO 2

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"NUNCA CONFIES EN ALGUIEN QUE PUEDE MOVER LAS AGUAS"

Las palabras de su padre siguen presentes en su cabeza en todo momento. Le decía una y otra vez a su hija que no bajara la guardia, que se mantuviese firme, pero cómo hacerlo frente a esos ojos.

Ya era inevitable para ese entonces.

Grecia contempló en silencio a la joven mujer a escasos centímetros de ella mirándose fijamente la una a la otra. Se pregunto mentalmente qué estaba pasando. Nunca en su vida se sintió tan atraída por una persona y mucho  menos una mujer. Su cabello trenzado  descansaba sobre sus hombros y a la altura de su cuello podía captar las palpitaciones de su corazón. Tubo deseos de tocar la zona, pero se detuvo en cuanto la vio tragar.

—Debes estar hambrienta —murmuró la reina alejándose un poco para evitar cometer una locura.

Temblorosa, cegada por una extraña  sensación por esos ojos dorados, se aparta igual que ella.

—Te conseguiré unas sandalias para tus pies.

—No los necesito —se apresuró a decir —Estoy acostumbrada a sentir el suelo bajo mis pies.

Grecia frunció las cejas oscuras ante la imagen de sus pies descalzos. No había marcas, o señales de que caminara por un valle lleno de rocas y espinas todo el tiempo.

—Bien. Si así lo deseas.

Lo que deseaba Anira era alejarse de esa mujer que la hacía sentir extraña para volver a su casa en el bosque donde seguramente el cuerpo de su hermana continuaba.

—¿Cuándo podré volver a mi hogar? —se atrevió a preguntar en cuanto las puertas se abrieron dándole paso a sus soldados.


—Este será tu hogar a partir de ahora —los hombres dejaron algunas bandejas  con carne, pan, fruta, y vino sobre una mesa —Ahora quiero que comas, lo necesitarás.

Anira observó a los hombres que se mantenían detrás de la reina una vez dejaron aquello sobre la mesa. Era evidente el miedo que se reflejaba en sus ojos y la angustia de como apretaban la empuñadura de sus espadas en espera de algún mal movimiento.

Suspiró en presencia de todos ellos y se llevó una uva a la boca. El dulce jugo de las uvas activaron su paladar en un hambre voraz en donde se cuestionó la última vez que probó bocado. Comió pan, comió manzanas y cambio el vino por agua bajo el escrutinio de la reina y sus hombre.

Grecia entendió que si necesitaba comer, que no era distinta de los humanos y que igual que otros preferían las fruta envés de carne y el agua a diferencia del vino, no pudo evitar sonreír al ver que no usaba cubiertos a pesar de que eran de madera simplemente tomaba las cosas con las manos y se las llevaba a la boca.

Bebió agua, y se alejo limpiando su boca con la manga de su vestido.

—¿Estás satisfecha?

Anira sintió, le brillaban los ojos y no precisamente de felicidad, sino de tristeza ante las lágrimas que se acumulaban en sus ojos al recordar a su hermana.

—Necesito que me acompañes. Quiero que veas algo.

La reina se abrió paso entre sus hombres siendo seguida por la mujer que caminaba descalza tras ella. Anira pudo sentir los ojos de aquellos hombres escudriñando su nuca todo el trayecto a lo que no pudo evitar un momento más girar su cabeza para descubrir esos ojos furioso posarse sobre ella.

Era sin duda una amenaza latente para la reina.

—Siento que tengamos que hacer las cosas así, pero debo garantizar que tu y mi pueblos puedan estar en paz.

En los huesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora