Llegó el verano y con él, el calor. Paula había comenzado a asfixiarse en el trabajo, tanto literal como metafóricamente. Ya era julio y el frescor solo lo obtenía al dejar abierta la puerta de su habitación y dejando que el aire acondicionado del salón entrase, al igual que hacían sus amigos. Tanto ella como Serj tenían el sueño más bien ligero, y Carlos roncaba como un oso, en parte debido a todo el tabaco diario que se metía entre pecho y espalda, así que había noches en que pasaban algunas horas de la madrugada fumando en la terraza, alejados de aquel horrible sonido. Se reían recordando un incidente con Carlos de hacía unas semanas, en el que no se dio cuenta de ponerse unos calzoncillos al salir al baño una mañana y lo que había dicho Paula acerca de ello, porque tanto Serj como Carlos se paseaban por la casa, en el día más decente, con un miserable calzoncillo y una camiseta apolillada. Y ella tenía razón, pensaba Serj... En la sección de mujeres de las tiendas de ropa bien podrían vender la ropa transparente, para lo que cubrían las prendas opacas, así que qué más daría si había confianza y ninguno era una estúpida bestia en celo.
Aunque Paula era más dada a usar camisas largas como camisones, pudieron comprobar que cada día que pasaba parecía tener la piel más pegada a los huesos. Y unas ojeras que podría haber pasado por un oso panda, de haber sido un poco más peluda. A Carlos le resultaba inquietante lo que estaba ocurriendo en el cuerpo de Paula, sobre todo porque había empezado a desarrollar algo de músculo en los brazos, debido a la naturaleza de su trabajo, tan físico como era, pero al mismo tiempo ser un saco de huesos. Serj se desesperaba todos los días, tratando de que comiese un poco más, que no volviese a pasar como aquel día hacía un mes. Pero ella, aunque estaba cansada, siempre estaba de un humor excelente. Además, en aquel tiempo, Serj apenas se había dado cuenta de lo muchísimo que habían mejorado a lo largo de todos aquellos meses. Carlos había empezado a seguir los consejos de Serj y trataba de cuidarse un poco la voz y Paula, por imitación, también había empezado a sonar mucho más potente. Franky había estado hablando con el amigo de su mujer, el dueño de la sala donde tocaron la primera vez y, gracias a sus contactos comenzaron a elaborar una pequeña lista de bares, garitos y salas pequeñas donde les darían una oportunidad para tocar, aunque no cobrasen nada.
—Estamos aquí por el arte —dijo Paula al respecto, un día en que fueron los cuatro al último local que les quedaba por reservar.
—El aire acondicionado no está tan fuerte —replicó Carlos.
Paula no supo reaccionar durante los segundos en que tuvo que asimilar aquello. Serj echó la cabeza hacia atrás, bufando. Franky se volvió hacia Carlos con aquella cara tan suya, una expresión de absoluto y profundo desagrado.
—Cuando salgamos de aquí te voy a tirar por el primer puente que vea —amenazó.
—Te pones muy guapo cuando te enfadas —Carlos le tiró un besito.
—Id buscando otro cantante —Franky se volvió a Serj y a Paula, que parecían sujetarse los ojos y no habría habido forma de saber si reían o lloraban—. Está claro que el que tenemos ahora no aprecia la vida.
Carlos le sacó la lengua.
—Como iba diciendo... —José, el dueño del bar, trató de reenganchar la conversación—. Estaríais en el piso de arriba. No se cobra entrada, pero los días de concierto las bebidas salen casi al doble de precio. Lo bueno es que a vosotros os saldrían gratis.
—¿Y nos daríais de cenar? —preguntó Carlos, la compostura algo recuperada.
—Todo es negociable.
—Lo que intenta decirte —dijo Franky—, es que a él le puedes pagar en croquetas y cubatas.
—El local es pequeño, solo puedo ofrecer una de esas dos cosas.
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Cobalt
RomanceSerj y Carlos, dos amigos treintañeros, conocen a Paula en un karaoke de Madrid y quedan fascinados por la fuerza de su voz. Poco a poco, irán forjanzo una amistad que, en muchas ocasiones, acabará traspasando fronteras quizás demasiado dolorosas, p...