Capítulo 14

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Habían pasado unas pocas semanas desde aquel incidente. Carlos entró en cólera cuando Serj le contó qué había pasado, como era de esperar, pero entre Paula y él consiguieron aplacarle. Y todo siguió como siempre, Serj se levantaba a las ocho sin demasiados problemas, meaba, fingía que un pantalón de chándal viejísimo y una camiseta gastadísima eran una buena elección para trabajar, se tomaba el café en el escritorio mientras preparaba todo para empezar la jornada laboral, hacía alguna pausa entre lecturas o alguna reunión improvisada por teléfono para volver al baño o fumar...

Día tras día.

Carlos y Paula tenían una expresión cada vez más extraña cuando le miraban y Serj no entendía por qué. Tampoco entendía qué querían decir cuando hablaban de su aspecto, ni de su dejadez, él, que siempre había sido pulcro cual gato, ni tampoco de que cada día se despertaba más tarde... si lo hacía. En las comidas entre diario, Paula intentaba sacar el tema y Serj la evitaba como podía, cambiaba de conversación o poniéndose borde hasta que ella cedía o le mandaba a la mierda. Carlos se ponía pesadísimo por las tardes para salir a dar un paseo o a correr, porque Serj había dejado de hacer ejercicio, pero él no le mandaba a la mierda como Paula, no desde aquel día que tuvieran el gran broncazo; se quedaba mirando a su amigo con lástima o hacía algún suave aspaviento y se largaba sin él.

Serj aprovechó un puente para coger un par de días de vacaciones, días que ni Carlos ni Paula aprovecharon, así que él los usó para lo más práctico que se le ocurrió en aquel momento: meterse en la cama y no volver a salir hasta que alguien le reclamara o viniesen los de Pompas Fúnebres a llevarse su cadáver. Se acercaba su cumpleaños, así que fueron Carlos y Paula quienes tuvieron a bien interesarse por su bienestar. Serj les había advertido en algún momento de aquellas semanas que no quería celebrar nada, que no quería regalos, que lo que pasaba era que estaba en medio de la «crisis de los treinta», a lo que sus queridos amigos contestaron que lo que realmente tenía era la «crisis del gilipollas» (aunque Paula decía que lo que tenía era el más que probable inicio de una depresión). Sin embargo, aunque Serj ya les tenía hastiados, no pudo evitar que montaran un numerito, llegado el día.

—¡BUENOS DÍAS, PRINCESA!

Carlos acababa de reventar la puerta de su habitación, o eso pensó Serj en un principio, porque había oído perfectamente cómo le metía una patada y cómo ésta se estampaba contra la pared.

—No, por favor, no, no... —susurró angustiado contra la almohada.

—Monty, dile con quien has soñado toda la noche, venga —oyó que decía Paula, animándole.

—Nononononono... —continuaba él, cada vez agarrando más fuerte el edredón, porque intuía lo que vendría después.

Carlos se tiró sobre la cama y le abrazó por encima del bulto que era en aquel momento, tratando de encontrar su cabeza en medio de toda aquella ropa de cama que le envolvía.

—Contigo — susurró sensualmente a algún punto del edredón que tapaba la cabeza de Serj.

Éste se hizo una bola, más aún si cabía. Notó cómo Paula descorría las cortinas, subía la persiana y abría la ventana.

—No sé a quién has matado, pero ya empieza a oler —dijo.

—Yo no huelo a nada —dijo Carlos.

—Porque en tu cuarto huele peor —replicó Paula.

—¿O dices ese olor a macho sudado que te está poniendo más cachonda que a una mona? Porque entonces, sí, se huele, se nota... se siente —fingió embestir a Serj por detrás.

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