Una noche, cuando los niños estaban bien dormidos, llevé a mi marido al dormitorio. Me había puesto excitante a tope, pero dejaba traslucir sin duda un comportamiento estricto y sin concesiones. Llevaba blusa blanca transparente sobre un sostén negro, falda de cuero negro hasta las rodillas y zapatos de tacón alto. Le ordené a mi marido que se desnudase. Apuesto que pensaba que íbamos a tener sexo, algo que se había convertido en un acontecimiento poco frecuente, pero yo tenía otras ideas. En vez de eso me levanté la falda y mostré el consolador. Antes de que pudiera hablar le dije que ya no podía verle como un hombre en el sentido tradicional. Le dije que le amaba y que cuidaría de él, pero que si fracasaba en someterse a mí como un sirviente se somete a su Amo, le echaría y me divorciaría. Le dije que su papel en la vida era ser un perfecto amo de casa y criado. Le dije que tendría que ganarse el acceso a mi cuerpo y que si fracasaba en darme placer en la cama me buscaría otras compañías sexuales dónde y cuándo me apeteciera.
Mientras lubrificaba generosamente el consolador que llevaba sujeto a la cintura, le dije que podía ele- gir, o bien hacía el equipaje y se largaba o se doblaba en la cama y abría las piernas. Le dije que lo de esa noche iba a ser una ceremonia, si se la podía llamar así, que simbolizaría su nuevo estatus en la vida. Empezó a suplicarme que recapacitara pero me limité a decirle que se doblara o se largara. Por supuesto que aceptó lo inevitable y se colocó sobre la cama y esperó que yo, su Ama, le tomara. Le tomé y disfruté inmensamente.
Ahora mi marido es un amo de casa dócil y cuidadoso. Creo en las sesiones semanales correctoras. Se inclina sobre la cama desnudo todos los jueves y yo reviso la lista. El rango de los castigos va desde una dosis con la paleta hasta el fiel consolador.
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CAMBIO DE ROLES, CARIÑO
RomansaUna mujer casada le da un giro drástico a su relación al tomar el papel dominante y disciplinar a su marido.