2. Soy un gato negro

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Soy un gato negro

Han pasado cuatro años desde la noche en que mis padres fueron arrebatados de mí, y en ese tiempo he aprendido a gobernar este reino con mano firme y sin titubear. A los diecinueve años, lidero un reino que una vez fue próspero, pero que ahora se tambalea en la sombra de la tragedia. Me llaman la Princesa Solitaria, y mi corazón es tan oscuro como la noche en la que perdí a mis padres.

Así me llaman.

El eco de las murmuraciones en los pasillos del palacio es constante. Mi tía, Felipa, la reina de uno de los reinos monarcas vecinos, ha organizado un desafío para jóvenes príncipes, duques y aspirantes de alta alcurnia, quienes competirán por mi mano. Es una farsa, una pantomima que me obliga a recordar la tragedia que envolvió mi vida.

—¿Estás segura de que debemos permitir este desafío, mi señora? —pregunta mi consejero, con un hilo de preocupación en su voz.

Lo miro con frialdad.

—No tenemos elección —respondo con voz firme, mis palabras resonando en la sala del trono—. Si rechazo este desafío, el reino principal caerá. El legado y la monarquía de mis padres también. Debemos continuar, aunque me revuelva el estómago tener que someterme a esta farsa.

Mis palabras son un recordatorio de la amarga realidad que enfrentamos. Mi tía, con su astucia y manipulación, ha urdido esta artimaña para asegurar su influencia sobre nuestro reino. Y yo, la princesa solitaria, debo jugar según sus reglas si quiero proteger lo que queda de la herencia de mi familia.

Ψ

El día del acoplamiento ha llegado, y el palacio rebosa de una atmósfera diferente. Los pretendientes me observan con una mezcla de deseo, codicia, miedo y curiosidad, como si fuera una pieza valiosa en un juego de ajedrez.

Mi vestuario refleja mi posición como futura reina: una túnica de seda negra, bordada con hilos de plata que serpentean alrededor de mi figura. Las joyas que adornan mi cuello y muñecas brillan con un resplandor frío y elegante, símbolos de poder y autoridad.

En la gran sala del castillo, los pretendientes son recibidos con pompa y esplendor. Se les brinda un día de entrenamiento y preparación, donde pueden elegir sus armamentos y perfeccionar sus habilidades. Los entrenadores reales los guían con maestría, mientras yo los observo con una calma que apenas oculta las emociones que bullen en mi interior.

La conversación entre los competidores son menos afilados de lo que esperaba, más centrados en estrategias y demostraciones de habilidades. Sin embargo, sus miradas hablan volúmenes: algunos me observan con admiración, otros con envidia y algunos con un toque de desafío en sus ojos.

—¿Y qué puede ofrecer una princesa tan solitaria como tú, aparte de un título y un reino en ruinas? —pregunta uno de los jóvenes, con una sonrisa burlona.

Solo lo miro.

Mi respuesta es una mezcla de serenidad, un recordatorio de que soy mucho más que mi título y mi linaje, y mucho mejor que el.

—Ofrezco más que un título y un reino en ruinas. Lealtad, honor y la promesa de un liderazgo justo y firme. Si eso no es suficiente para ti, entonces no mereces estar aquí.

La sala cae en un silencio reflexivo, mientras los participantes continúan con sus entrenamientos, conscientes de la gravedad de la situación.

Cuando llega el momento de la bienvenida formal en la gran sala, me levanto con una elegancia digna de una reina, mi mirada escrutando a los pretendientes con escrutinio y expectación.

Sangre RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora