🚬18. Bufones en un cuento

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    EL VERANO DE 1917 NO FUE UNO PARTICULARMENTE CALUROSO, el número considerable de velas dentro de la carpa era una señal, ya que habían más de las necesarias para la iluminación. El escuadrón del Circo Volador intentaba asegurar sus ahorros en tierra, por lo que intentaban que el compañero de al lado no hiciera alguna trampa en el juego.

    Roedrick observaba con pereza como las llamas atrapadas en el vidrio parpadeaban para alumbrar las cartas en la mesa; habían sido días largos con los ingleses y franceses constantemente atacando, cada vez más cerca del área de sus bases, y con Manfred aún en recuperación, el pronóstico no era mejor. Algunos aún temían a que el Barón Rojo saliera a su cacería y reavivara su racha en el abril sangriento, pero una vez que el mundo supo que tenía una herida en la cabeza que lo obligaba a mantener los pies en el suelo, Roedrick juraba que fue cómo si los aliados volvieron a recuperar su valor.

    —¿Qué pasa, chico? Tranquilo, pronto volverá Manfred—le dijo Roedrick a Moritz al rascar detrás de su oreja, intentando que el mastín se apaciguara y desistiera de sus intentos por salir de la carpa; había estado cuidando del can mientras el barón estaba en el hospital, ya que Kate insistía en que no podía quedarse dentro.

    —Ese perro sabe más de guerra que muchos soldados, ¿eh, Stoffen?— Lothar vaciló, jugueteando con las tiras de cuero de su fusta. Si Roedrick pudiera describir al hermano de Manfred, usaría egocéntrico e imprudente en la misma frase.

    Su convivencia nunca había sido cercana y estaba seguro que el tiempo que Manfred prefería pasar con él, sólo alimento la mala cara de Lothar hacia él.

     —Concentrémonos en el juego, caballeros. La guerra puede esperar— pidió Werner cuando notó la intensidad viva en la mirada de Roedrick, que si pudiera matar, tendrían un aviador menos.

     Moritz aulló en respuesta antes de acostarse de vuelta a los pies de Roedrick, pero sin dejar de ver hacia la salida de la carpa improvisada con una lona de avión. Las cartas se deslizaban de mano en mano mientras las risas y el humo de los cigarrillos aligeraban el ambiente. Roedrick sonreía de vez en cuando, pues había menos peso en sus hombros desde que Manfred había respondido al tratamiento hace un par de días, hablar con él y verlo caminar por los jardines del hospital le hicieron soltar las lágrimas que había estado reteniendo desde su casi muerte.

    Roedrick no era un hombre religioso, pero mentiría si dijera que no se había sentido bendecido y fue a rezar en la capilla más cercana, agradeciendo al hombre en la cruz, luego de que Manfred saliera vivo de su última operación.

    —¡Roedrick, esa mano no podría derribar ni un Zeppelin!— Wolff soltó entre risas al ver la mano de color contra los cuatro iguales que acababa de bajar.

    —Espera y verás, Wolff. La suerte es tan cambiante como el viento sobre las Ardenas— Roedrick alzó una ceja con una sonrisa astuta, manteniendo su as escondido, pues planeaba llevarse un par de marcos de oro para su próxima salida a la ciudad cercana.

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⏰ Última actualización: Sep 29 ⏰

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