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-Rocio, amor. Despierta- la mecio su madre por encima de las mantas- debemos ir a la casa de los abuelos.

Rocio estaba semi dormida, pero oír eso le quito todo el rastro de sueño. En un movimiento quito las frazadas que la cubrían y miró fijamente a su madre. Era sábado. Los sábados veía a rivers ¿Por qué ir a la casa se sus abuelos? Eso solo lo hacían los días domingo. La miró con el ceño fruncido en espera de una respuesta, aunque ninguna que pudiera darle le agradaría.

-Los abuelos se van de viaje mañana. Por eso haremos el almuerzo familiar el día de hoy.

-No- respondió sería.

-Rocio...

-No iré.

A Alana le agradaba la idea de que su hija hablará más. Pero esta situación simplemente le rompió el corazón. Esos almuerzos se alargaban por horas y volvían muy al atardecer. Si iban era muy probable que Rocio no podría ir al centro comercial.

-Debes ir- le diji afligida.

Ella pudo ver como sus ojos se cristalizaban un poso, su rostro seguía con expresión molesta. Supuso que estaba experimentado demasiada impotencia en esos momentos. Salió rápidamente de la cama y se dirigió al baño, donde se encerró durante varios minutos. Toda esa situación le resultaba demasiado injusta. No era justo que la privaran de lo que más feliz la hacía en el mundo. Sentía un nudo en la garganta. Tanta práctica en vano. Trataba de calmarse. Luego de pasar largo rato encerrada finalmente salió y fua hasta la sala donde se encontraban sus padres ya cambiados, listos para salir. Ella simplemente estaba con unos cómodos y viejos pantalones de gimnasio y un sweater de lana que le había tejido su abuela hace unos años.

-¿No te cambiaras de ropa, cariño?- le pregunto su madre.

Ella negó con la cabeza viéndola se manera fija. Claramente estaba molesta. Muy molesta. Ella sintió como su corazón se oprimía. Rocio había estado respondiendo con palabras y ahora un cambio repentino de planes había arrojado todo por la borda en cuestión de minutos.

-Internaremos regresar temprano e ir al centro comercial ¿Si? No puedo prometerte nada. Por favor no te enojes. 

Ella la miró fijo y desvío su mirada hacia otro lado. Se encaminó hacia el auto y se subió a el. Cuanto más rápido se librará de la reunión familiar, más probabilidades había de verla al menos unos minutos. Incluso segundos.

Una vez llegados a la casa de los abuelos, Rocio a penas si los saludo a ellos por educación. Estaba claramente enojada y no quieria que nadie la molestara. Ni siquiera se molestaba en responder con gestos, solo hacia oídos sordos a todo lo que le hablaban. La bronca había quitado incluso gran parte de su apetito. Los demás reían y hablaban entre ellos. Ella solo miraba el reloj de la sala. Faltaba tan solo veinte minutos para las seis de la tarde. El horario en el que finalizaba el turno de Samantha. Y sus padres no se veían muy interesados en abandonar pronto la plática. No podía soportar la idea de no verla. Ni siquiera podía ir caminando, dado que la casa de sus abuelos estaba a las afueras de la ciudad. Solo había algo que podía hacer.

-Mamá- la llamó tomándola del brazo.

Ella dejo de reír y prestar atención a la conversación para concentrarse en ella. Hacia mucho tiempo que no la llama así. Solo lo hacía cuando era algo realmente importante.

-Por favor- la miró con genuinos ojos de suplica. Si había alguna esperanza de llegar a ese lugar a tiempo estaba en manos de su madre.

Alana vio lo afligida que estaba y luego vio el reloj. Las probabilidades de llegar realmente eran pocas, pero lo intentaría.

La Chica De Los CDs || Adaptación Factor R Donde viven las historias. Descúbrelo ahora