Dolwill.

Prólogo.

La noche caía con una oscuridad impenetrable sobre el oscuro bosque que rodeaba el solitario camino. María apretó con fuerza el volante mientras la lluvia golpeaba con furia el parabrisas de su viejo coche. El temporal había empeorado rápidamente, convirtiendo el viaje en una pesadilla.

El motor del coche comenzó a dar tumbos, tosiendo como si estuviera luchando por respirar. Con un gemido de frustración, finalmente se detuvo en seco, dejando a María varada en medio de la tormenta sin señal de móvil. Miró a su alrededor, tratando de ver a través de la cortina de agua que caía del cielo. Fue entonces cuando vio el cartel desgastado a un lado del camino: "Dolwill - 5 km".

Sin otra opción, María decidió dejar el coche y buscar ayuda en el pueblo cercano. Se envolvió en su chaqueta empapada y comenzó a caminar en dirección a Dolwill, con el bosque oscuro y amenazador extendiéndose a ambos lados del camino.

Cada paso que daba se hundía en el barro, la lluvia golpeaba sin piedad su rostro. La luz de su linterna apenas lograba abrirse paso a través de la densa oscuridad del bosque. El viento aullaba entre los árboles, susurrando historias de antiguos males que habitaban aquel lugar perdido en el tiempo.

Finalmente, vislumbró las luces titilantes de las casas de Dolwill a lo lejos. Corrió hacia el primer edificio que encontró, golpeando desesperadamente la puerta en un intento de conseguir refugio. Sin embargo, todas las casas parecían vacías, sus ventanas oscuras y silenciosas como tumbas.

La lluvia arreciaba, obligándola a refugiarse bajo el pórtico de una de las casas. Fue entonces cuando vio una puerta al final del pasillo que se abría lentamente, como si una fuerza invisible la estuviera invitando a entrar. Una fría sensación recorrió su espalda mientras se adentraba en la casa, presintiendo que algo oscuro y terrible aguardaba en las sombras.

Un susurro en la oscuridad, con la voz rasgada, parecida al gruñido de un animal, le anunció: "Bienvenida a Dolwill, conejita".