El reloj en su muñeca marcaba las 15:30.
En un profundo y difuso fondo distinguía la voz de su presumido docente de historia. El costado de su muñeca derecha se manchaba mientras apuntaba los detallados datos que sabía –ella sabía– entrarían en el examen dentro de dos semanas. Hundiéndose en su silla, sus labios dejaron escapar un largo suspiro. "Coll?, Cohen?" No recordaba el nombre del autor del quien este docente expresaba entusiasmada disconformidad. Y en verdad, seguía siendo bastante tímida como para alzar su mano y consultar.Una brisa fría sopló desde la ventana distrayendo su atención una vez más, o aún más. Ya se consideraba lo suficiente distraída. En un disolvente movimiento encaró a aquella grande ventana que atravesaba el viento, como si su mirada desafiante que tantas veces lograba apaciguar las molestias que otros entes podrían causarle, lograría algún miedo al omnipotente soplar del mundo. Sus brazos respondieron al escalofrío con un tierno vaivén, encogiéndose en sí misma mientras sus manos alcanzaban las mangas del ancho sweater que estaba usando. Con un resoplido, volvió su atención a la clase. Kohan era el autor, claro.
A cuentagotas, la tinta de su lapicera amenazaba con acabarse, y la verdad, no podía importarle menos. Soñaba con tener el suficiente valor para juntar sus cosas y marcharse. No es que no apreciaba esta increíble, maravillosa clase que estaba presenciando, pero confiaba que su lectura y crítico análisis bastarían para aprobar esta materia. Honestamente no pretendía más que un simple "aprobado", y su cuerpo se desvanecía por una corta siesta de siete minutos.
Aunque miraba al frente, sus ojos, desenfocados como los telescopios buscando los primeros destellos de la lejana luna, miraban hacia un punto completamente random en lo bajo del pizarrón. Tras un largo resoplido, su cuerpo se sacudió al sentir el tacto de otro ser en su hombro derecho. Otro humano, imaginó.
"Disculpa, ¿sabes el nombre del autor del que está hablando?" Una dulce voz le consultó a su costado.
Violeta torpemente se reincorporó, buscando inconsciente la lapicera que descansaba inútilmente a un costado de su –bastante– vacío cuaderno, como si sostenerla entre sus dedos activaría todas las neuronas de su cerebro para responderle correctamente a la chica que esperaba pacientemente a su lado. Su garganta se movió cuando tragó rápido, y luego, por fin, respondió.
"Coll–" Dios mío..., "Kohan, lo siento." Se corrigió rápidamente causando el mas tierno sonido proveniente de los más tiernos labios que jamás haya visto.
"Gracias." Respondió la joven, y Violeta asintió con su cabeza lentamente, ofreciendo una cálida sonrisa.
Otra vez sintió un frío atravesar su cuerpo, causando que se sacuda nuevamente. Pero cuando sus ojos viraron hacia la izquierda, en busca de su presunta primera sospecha, se encontraron con la ventana completamente cerrada, como si nunca, quizás nunca, hubiera estado abierta.
"¿Tienes frío?" Preguntó su segunda sospecha.
Violeta se giró para contestarle, su cabeza negando, intentando ¿convencer–se, la? De... "No, tan solo fue un escalofrío, debe ser el cansancio." Respondió con una voz lo suficientemente baja para que sólo el microuniverso que habían creado donde Kohan en realidad era Coll y los escalofríos los causaban verdes irises que podían contemplarse tan sólo en las más tranquilas aguas de los más recónditos lagos del país, pudieran escuchar.
"Toma..." susurró la mujer, desenvolviendo su bufanda de su cuello y rápidamente –y con una sorpresiva precisión–, enrollándola en el cuello de Violeta. "Mi abuela dice que los escalofríos nacen en la nuca." Comentó torpemente, una pequeña risita escapando de sus labios ante, al parecer, un tierno recuero de su infancia. "Puede ser la muerte pasándote por detrás, quien sabe..."
Y por primera vez en su vida, Violeta creyó que la superstición era una ciencia completamente exacta. Incluso más exacta que la mismísima matemática.
O al menos más interesante que lo que sea que Kohan escribiera.
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Espero que les guste ❤️
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superstición.
FanfictionVioleta nunca estuvo enamorada. En realidad, puede contar tres veces en las que debería haberse enamorado y no pudo. Son uno, dos, tres y cuando cierra sus ojos al final son dos semanas enteras en las que no habló con Chiara. Y se pregunta por qué...