Pt. 1: Una tarde en Bruma...

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Fuera de las murallas del condado de Bruma existían innumerables árboles, que escondían el lugar si te alejabas del camino de tierra que llevaba a sus puertas. Uno de los guardias imperiales en la puerta norte se encontraba reprendiendo a un niño que se le acercó, indicándole que se devuelva a casa con su madre, y que no le moleste en su horario de trabajo.

El otro imperial, Aaron, no contaba con familia inmediata que lo pudiera molestar en medio de su guardia. En parte porque era mucho más joven, por lo que tenía tiempo aún para ponerse metas así de distantes.

El chico era imberbe y de una altura respetable — aquella que no le empequeñecía frente a malhechores, pero tampoco resultaba poco práctica para encontrar armadura de su talla.

El clima de ese caluroso día ya se temperaba, y el sol se empezaba a ocultar por detrás de las estoicas y grises murallas. El calor le forzó a desprenderse del casco imperial horas atrás, y lucir su pelo largo y castaño en un moño improvisado. Su rostro lucía cicatrices de encuentros anteriores con bandidos del pueblo, que lo armaron de cierto valor y experiencia de batalla durante ese primer semestre como guardia. Ciertamente, había crecido su actitud en comparación al chico endeble que entró a la guardia meses atrás.

A la puerta enrejada se acercó la carroza real, y el guardia más experimentado abrió la puerta con una palanca, mientras Aaron se encontraba hundido en el pensamiento, meditando sobre su familia. Para cuando volvió a su consciencia, estaba frente a la Condesa Maignan II, impuesta por el Rey como mandadora de las tierras de Bruma. Era la primera vez que Aaron la veía en persona, y aunque creyó disimular su sorpresa con una precoz reverencia, la ceja arqueada de la noble le indicó que no, para nada.

"Caballeros," dijo la Condesa, y cruzó las puertas que Aaron custodiaba camino a la entrada del Castillo Bruma, no sin antes jadear en espanto frente a la, —en su opinión,— muy preocupante cifra de tres vagabundos durmiendo en el suelo a este lado del condado.

Más tarde, ya casi al anochecer, se acercó a Aaron un asistente real de la condesa. Igor, su compañero de turno, se desprendía de su armadura.

"Buenas noches," empezó. "Aaron Craess, he de informar por mensaje expedito de su alteza la Condesa Maignan II y firmado por su superior el coronel Augustus de Bruma, que su actitud irreverente frente a la condesa ha resultado en una multa por la totalidad de su salario esta semana. Repórtese mañana en la oficina del general Augustus para recibir mayores informaciones."

Como si hubiera visto a un fantasma, Aaron miró de pies a cabeza al asistente real.

"MEDIA SEMANA!?"

El asistente dió un salto atrás del susto, y cayó en su retaguardia, retrocediendo en esa posición. Aaron miró a Igor con incredulidad, casi pidiéndole una explicación. Su compañero carcajeó.

"Chico, prueba a ahorcarlo. Te lo recitará todo de nuevo, y con la voz aguda." Se terminó de quitar las botas de hierro. "Más que eso no te puedo ayudar. Te veo mañana."

"Pero..."

Igor lo ignoró y caminó en dirección a su casa, quizás a reprimir un poco más a su hijo. El asistente real también había escabullido de Aaron en su confusión. Miró a su alrededor y dió un fuerte suspiro. Tendría que comer pan del Manco Ahmed.

Por la mañana siguiente se dirigió al cuartel general, dispuesto a las reprimendas del coronel

"Señor, en mi defensa, créame que no la vi venir, además nisiquiera..."

"Esta semana recogerás basura y la siguiente merodearás los perímetros del condado junto a los internos," interrumpió Augustus.

"¡Señor, ya perdí mi paga esta semana!"

El Amor me aBruma (ja!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora