Capítulo seis

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La noche cayó poco después de que Calypso aparcara así que, cuando subieron las escaleras y Nissa vio a la rubia sacar unas llaves del bolso para después abrir la puerta como si nada, la oscuridad las envolvió hasta que la puerta del apartamento iluminado de Kenneth fue abierta.

¿Calypso tenía llaves de la casa del vampiro? Realmente eran cercanos. ¿Kenneth le habría chupado la sangre alguna vez a su mejor amiga? 

—¡Ya estamos aquí! Dios, qué bien huele —dijo Calypso mientras se apartaba para dejar pasar a Nissa, aspirando el aroma sabroso de lo que fuera que estaba cocinando Kenneth.

Nissa entró demasiado incómoda, volviendo a analizar el piso pero ahora con distintos ojos. Las luces tenues daban un aspecto acogedor al lugar, más ordenado que el día anterior. Notó una corriente de aire viniendo de una puerta que estaba abierta hacia lo que parecía un balcón y se tuvo que recordar que Kenneth probablemente no sentía frío.

Esa vez la mesa redonda cercana a un lado de la puerta principal estaba preparada con cubiertos y vasos, puesta para dos personas. La televisión estaba encendida pero sin sonido, mostrando las imágenes de un canal de cocina, y en el sofá también había un libro abierto con un separador en el medio.

Para cuando volvió a poner su mirada en Calypso ella ya había cerrado la puerta, se había quitado el abrigo y se había ido corriendo hacia lo que supuso que era la cocina, ya que era desde donde venía ese olor especiado. 

Nissa aún tenía algo de ácido desagradable en la garganta. Y, por mucho que Kenneth se hubiera molestado en hacerles la cena, estaba preparada para rechazar la comida y simplemente escuchar lo que él tenía que decirle, recuperar su bestiario y... ¿Y luego qué?

—¿Habéis llegado bien? —escuchó desde la entrada la voz grave de Kenneth hablando con Calypso, bastante sorprendida del cambio de su personalidad de un día para otro.

El día anterior se dirigía hacia ella con un tono frío y seco y en esos momentos parecía incluso dulce. Continuó inmóvil frente a la puerta volviendo a mirar todo una y otra vez por si había algún mínimo detalle que se había perdido. Cuadros de ángeles, plantas bien cuidadas, decenas de libros y aún así el bestiario no se encontraba en ningún sitio. ¿Lo tendría en su cuarto? ¿Dónde estaba su cuarto? ¿Si quiera dormía?

Escuchó la conversación trivial que estaban manteniendo los amigos y sintió el peso del día sobre sus hombros: primero ese sueño la dejaba temblando y luego el chico de la floristería. Ella solo quería llegar a casa y quedarse en su habitación, mimando a Onyx.

—Ah, perdona. ¿Tienes frío? —preguntó Kenneth apareciendo frente a ella, con las mangas de su camisa azulada de cuadros arremangada hasta los codos. Su rostro pálido estaba relajado e incluso amigable, y un delantal decoraba su atuendo. Fue con rapidez a cerrar la puerta del balcón y Nissa frunció el ceño unos segundos después cuando, en vez de eso, se quedó fuera y lo escuchó discutiendo solo.

¿Estaría peleando con algún vecino? Estaba planteándose abrir la puerta que tenía a su espalda y salir de allí cuando él finalmente se dio la vuelta. Se tensó, demasiado sorprendida para articular palabra al ver como Kenneth volvía a entrar con un cuervo apoyado en su hombro. 

—Tenemos una invitada y no puedo dejar la puerta abierta porque entra el frío. Te he ofrecido quedarte fuera pero no has querido —le dijo al pájaro. Era un cuervo enorme y parecía revuelto.

Nissa, ante la presencia de un ave unas horas después de su sueño, se tensó completamente. No solía tener miedo a nada, pero ¿de pronto le asustaban los pájaros? Definitivamente había infravalorado el sentimiento de pánico que le producía la escena bizarra de los gorriones inmolados. 

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