Se acabó el oxígeno

7 1 2
                                    

A pesar de no tener branquias a veces siento que me asfixio fuera del agua. Siento unas manos que me agarran con fuerza el cuello, que me aprietan sin descanso. Intento zafarme de ellas sin éxito. Se me saltan las lágrimas y me duele el pecho. Me arden los ojos y me quema la garganta. Finalmente me rindo y dejo caer mis lánguidos dedos sobre esas manos fantasmas que me estrangulan. Las acaricio y lloro en silencio.

Así es como se siente llorar por ti cuando cae la noche.

Me siento como si me hubieran robado el oxígeno. Como si me hubieran lanzado al fondo del mar con un ancla encadenada al tobillo. Como si me hubieran empujado desde un precipicio en dirección al vacío. Me sube una sensación amarga y punzante desde la barriga hasta el centro del pecho cuando lo recuerdo todo y luego la realidad me golpea como un muro invisible para recordarme que todo eso se acabó y que no volverá a repetirse. Tú formarás parte de mi pasado para siempre, pero no de mi presente ni de mi futuro. Ese pensamiento se convierte en arena del desierto y yo me arrastro por ella, lánguida, sin fuerzas, con sed, medio desmayada por la fuerza de un sol abrasador que me dispara con sus rayos. Las rodillas me arden y me sangran mientras trato sin éxito de salir de ese pensamiento cruel, pero el desierto parece no tener fin. Y vuelvo a asfixiarme. Solo trago arena. Solo trago pensamientos injustos sobre nosotros. Sobre como un día pensé que llevaría tu apellido escrito en una alianza. Sobre como un día imaginé que quizá contigo sí tendría hijos. Sobre como un día imaginé despertando a tu lado un domingo por la mañana, los dos despeinados, bajo un huracán de besos. Sobre como pensé que la despedida sería una pausa, un hasta pronto y no un final. Sobre como fui tan ingenua como para creer que los kilómetros que nos separaban no eran más que unos números sin fuerza para impactar sobre nosotros.

Las manos me vuelven a apretar. Jadeo en silencio, todos duermen, no pueden oírme llorar. 

Y entonces recuerdo como me abrazabas cuando me rompía de esta forma. Como corrías a mi encuentro, me besabas en la frente y me contabas un chiste malo, mis favoritos, para que las lágrimas se evaporaran bajo el humo de mi risa.

Me ahogo.

Si tu risa pudiese transformarse en hilo, te juro que me bordaría la piel con ella.

Se me escapa un sollozo y me cubro los labios con mis dedos trémulos. Contemplo la noche estrellada a través de mi ventana. Con el pie, acaricio el lugar que tú deberías ocupar en mi cama. Mi corazón da un salto.

Me asfixio cuando te recuerdo, pero no puedo olvidarte. No quiero olvidarte. Si es necesario, moriré recordándote. Dejaré que esas manos invisibles me aplasten la tráquea hasta el final, como castigo por entregar mi mente, sumisa, a la forma etérea de tu persona, que ocupa un lugar clave en mi subconsciente. Lloraré hasta que se me acabe el oxígeno y cuando me desplome, soñaré contigo.

Las manos me han soltado. El manantial de mis ojos se ha secado. Ya solo quedan cadáveres de lágrimas en mis manos húmedas, costras secas por mis mejillas. Todas han arrastrado los recuerdos fuera de mi ser. Me siento purificada. Me siento exhausta. Me siento adormilada. Me tumbo y me oculto bajo las sábanas. Abrazo la almohada, imaginando que eres tú, y pienso en lo afortunada que fui por haberte tenido, aunque fuera menos tiempo del que tenía planeado. Y sonrío porque sigo siendo afortunada, aún te tengo, grabado a fuego en cada rincón de mi piel. Revestiste con besos y caricias cada palmo de mi ser, y eso no habrá nada que lo borre. Me siento afortunada porque aún te puedo ver y perderme en tus ojos verdes cuando cierro los míos.

Porque aunque me asfixie cuando una ola salvaje de recuerdos me golpee bestialmente, me dejaré llevar por la marea hasta el final de mis recuerdos, reviviré todo con cariño y me empaparé con todo lo que me has enseñado.

Y te llevaré conmigo durante el resto de mis vidas.

Caricias de arenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora