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3.

La casa del maestro Fu no estaba lejos del instituto, así que Marinette no tardó mucho en llegar. Aunque preocupada, se repitió en más de una ocasión que Tikki se pondría bien para intentar mantener la calma, al menos, lo suficiente como para no equivocarse de camino o tropezar y caer al suelo.

Pese a sus buenas intenciones, aporreó el timbre con desesperación en cuanto llegó a la puerta que daba a la calle. Se coló dentro en cuanto esta se abrió y en su frenética subida por las escaleras, mostrando una expresión demudada, sacó al Kwami del bolso para sostenerlos en sus manos. Tenía los ojos cerrados y se encogía contra su palma, pero Marinette se concentró en susurrarle palabras de ánimo.

Por fin llegó a la puerta del maestro, la que daba al salón de masajes que era el trabajo "oficial" del guardián. Agarró el picaporte, pero el cerrojo estaba echado, así que se puso a golpear la madera hasta que el hombrecillo la abrió.

—¡¿Ladybug?! —exclamó éste, con sus pobladas cejas canosas fruncidas—. ¡¿Q-qué haces aquí?!

—¡Es Tikki! ¡Está enferma! —chilló, empujando a su pequeña amiga hacia el hombre. Este echó un vistazo al Kwami, aún acurrucado en las manos de su portadora y lanzó una exhalación al techo.

—¡Vaya, qué cosas! —murmuró.

—¿Qué? ¡Tiene que ayudarla! —La chica intentó entrar, pero el maestro extendió sus cortas extremidades y se lo impidió—. ¡Pero, ¿se puede saber qué ocurre?!

—Chat Noir está aquí —anunció él y con su pulgar señaló su espalda—. Me temo que Plagg también está enfermo.

>>. Ha llegado tan solo unos minutos antes que tú.

—¿Chat Noir?

—Está des transformado, claro, así que... —Meditó unos instantes hasta que sus ojos rasgados se abrieron de par en par—. Un momento, Ladybug —Y desapareció de vuelta al interior.

Marinette sintió el impulso de seguirle, por puro miedo y preocupación, pero se contuvo. Al otro lado de esa puerta estaba Chat Noir desprovisto de su máscara, de modo que no podía verle.

Ni él a mí.

Ninguno podía saber la identidad secreta del otro, el maestro Fu se lo había dejado claro en muchas ocasiones aunque nunca había llegado a especificar los motivos concretos. Se había centrado en exponerle cuales serían las terribles consecuencias de que alguno de los dos rompiera esa regla: devolver sus prodigios para siempre, así que ella solita había llegado a la conclusión de que tanto secretismo era para protegerse de Lepidóptero. Era la explicación más lógica y ella jamás la pondría en duda. No solo no había intentado descubrir la identidad de su compañero, ni siquiera le dejaba darle pistas o se fijaba en qué dirección tomaba el chico cuando se separaban tras una pelea. No quería saber nada de nada.

Y por eso, saber que había estado a punto de cruzarse con Chat Noir en la calle, con el chico que se ocultaba bajo el antifaz y las orejas de gato, le provocó una punzada de temor en lo alto de la columna.

¡Cómo si no tuviera bastante!

Aunque lo más probable era que no le hubiese reconocido... O tal vez sí.

¿Lo habría sabido si se hubieran encontrado en la misma puerta?

Marinette alzó a Tikki en sus manos y ésta parpadeó esbozando una débil sonrisa. Su cuerpecito temblaba, de modo que la chica la acercó a su rostro y apretó sus labios con suavidad contra la cabecita del Kwami.

¿Los Kwami tienen fiebre?

De repente, el maestro abrió la puerta de par en par y con una mano le indicó que entrara.

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