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5.

La temperatura era perfecta aquella noche tan triste.

El clima empezaba a suavizarse con el avance de los meses, como solía ocurrir en Paris cuando la primavera comenzaba a florecer. En los balcones de las casas, los geranios y las margaritas de colores habían abierto sus pétalos en las macetas y se balanceaban al son de una brisa que no era ni fría ni caliente. Era refrescante, quizás, en medio de un suave bochorno que endulzaba la piel.

El sol se había escondido pero su rastro seguía en la roca de los edificios, sobre el metal negro de la fina barandilla que cercaba el balcón de Marinette. A ella le encantaba que llegara esa época para poder salir a observar las estrellas tras el anochecer sin pasar frío, antaño le había parecido un gesto muy romántico, quizás porque mientras contemplaba el resplandor de los astros ella pensaba en Adrien. Evocaba su rostro en el cielo y se perdía en sus ensoñaciones favoritas; eso era cuando aún albergaba alguna esperanza.

Esa noche había salido al exterior en busca de ese consuelo, aunque el dolor que le oprimía el pecho ya la estaba avisando de que no sería tan fácil. Ese escenario tan querido en otros tiempos ahora le resultaba deprimente y a pesar de todo, no dejaba de resultarle extraña la influencia que el chico tenía sobre todas las cosas que conformaban su mundo; por ejemplo, Adrien nunca había estado en su balcón, no tenía ningún recuerdo de él allí y sin embargo, Marinette notaba su ausencia dolorosa en cada rincón del lugar. Si se quedaba muy callada, incluso, le parecía oír el eco de su voz en el rumor del viento agitando la ristra de bombillas de colores que tenía detrás, colgadas en el muro, cada vez que éstas golpeaban la piedra.

Era apenas un chasquido quedo, a veces tan inaudible como el latido extraviado de un corazón. Pero en sus oídos, la voz del chico se reproducía para ella, hiriéndola en lo más hondo. Y la hería porque Marinette ya no escuchaba la palabra tontería en cada susurro del ambiente que la rodeaba, el recuerdo de esa palabra la enfurecía y la avergonzaba y eso era una cosa, muy distinta, a la pena insuperable que ahora la torturaba al recordar las palabras amables que el chico le había dirigido en la escuela el día anterior.

Sus palabras dulces, sus halagos, sus ánimos, todo se había vuelto demasiado doloroso porque ya no se lo creía. Las dudas lo habían transformado en armas afiladas que se clavaban en ella hasta hacerla sangrar; por más que intentaba pensar con cierta racionalidad en lo que había ocurrido, su mente, retorcida por el rechazo, no cesaba de repetirle que Adrien mentía, que no veía nada bueno en ella, que solo le decía esas cosas por compromiso o por ser amable. Su pensamiento repetitivo, intrusivo, hasta provocarle un absurdo dolor de cabeza, había ido tan lejos que incluso dudaba de que el chico fuera sincero en su amistad.

Si la idea de que salieran juntos le parecía una tontería, es que no había nada en ella que le gustara, así que, ¿por qué querría ser su amigo? Ahora todo le parecía una mentira, un engaño. Puede que Adrien solo hubiese estado fingiendo simpatía hacia ella porque, al fin y al cabo, él era el mejor amigo de Nino y ella, la de Alya.

¿Cuántas veces le habría impuesto su compañía a causa de este hecho?

Y mientras tanto ella seguía soñando con él, con su posible amor, su futuro de niños y hámsteres... ¡Solo con recordarlo se moría de la vergüenza! Y era esa vergüenza insoportable lo que hacía que a ratos se sintiera furiosa y no quisiera volver a dirigirle la palabra a Adrien, y a ratos, la pena la consumiera, la aplastara contra el suelo de un modo inconsolable, casi como si el chico hubiese muerto y esa fuera la verdadera razón por la que no volverían a verse nunca.

¡Era tan confuso, tan deprimente!

Marinette pensaba que si, por lo menos, tuviera claro uno de esos dos sentimientos, podría centrarse en él y superarlo del modo en que fuera, pero esa ambigüedad terrible, ese ir y venir entre la pena y la ofuscación no la dejaban salir de ese estado paralizante. Así era como se sentía: atrapada. Y fuera como fuera, todo lo que sentía era dolor, angustia, tristeza, soledad...

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