Capítulo 2

27 5 1
                                    


No sabía qué decir o hacer. No me esperaba que Paul me dijera que era de Alaska. Imaginaba que era extranjero por su acento y rasgos nada europeos, pero no imaginé que íbamos a ir tan lejos. Al principio me sorprendí y entristecí, después me alegré al pensar que allí no me encontrarían.

-Tengo que hacer una llamada. Tengo que avisar a mi madre que no me busque porque voy a salir del país. Por lo menos, para que sepa que estoy bien, antes de desaparecer. - Empezaron a brotar mis lágrimas, nada más de pensar en despedirme de mi madre, pero era lo último que podía hacer por ella. Deseaba que supiera que seguía viva.

-De acuerdo, pero date prisa. El primer vuelo disponible despega en veinte minutos.

Giré y me alejé un poco para tener intimidad. Saqué mi móvil del bolso para usarlo por última vez.

-¿Diga?- Lo cogió mi madre. Se notaba tensa.

- Mamá, soy Julia.

-¿Julia? Cariño, ¿dónde estás? Estaba muy preocupada.- La escuché llorar y escuché a alguien de fondo.

-Mamá, sé que están ahí. Sólo quería que supieras que estoy bien. Por favor, no me busques. No podré volver a llamarte para no ponerte en peligro de nuevo. Quiero que sepas que encontré a alguien que va a ayudarme y que voy a estar bien. Te lo prometo.

Al final la voz se me quebró y comenzaron a bajar lágrimas por mis mejillas.

-¡Julia! Por favor, hija, cuídate. ¡Te quiero! - Escuché un golpe y el ruido que hace un cuerpo al caer al suelo antes de que se pusiera al teléfono.

-Juro que te encontraré... Nunca podrás escapar de mí.

Colgué el teléfono, me apoyé contra la pared y me dejé caer, llorando. Todo el mundo me observaba, al pasar por mi lado, pero nadie se detuvo. Paul me vio y corrió hasta mí. Me abrazó, como si de mi abuelo se tratase realmente, y le correspondí con un abrazo fuerte, enterrando mi cara en el hueco de su cuello.

Intentó tranquilizarme, pero hasta que no descargué todas las lágrimas que quedaban en mis ojos, no pude. Al levantar la mirada, sólo contemplé cariño, reflejado en los ojos de Paul.

-No sabía que te llamabas Julia. - Dijo éste, con una sonrisa. - Tu pasaporte no dice eso ¿verdad?

-No. – Suspiré. Hubiese preferido que no conociese mi nombre real -. Mi nombre es Julia, pero una amiga, Ángela, viendo mejor que yo lo que iba a ocurrir, se encargó de prepararme todo tipo de documentación para que pudiese salir del país y evitar que me encontrasen.

Pensé que me miraría con reproche, que se negaría ahora a ayudarme. Pero resultó lo contrario.

-Entonces, ¿debo llamarte Ami? - Me sonrió para demostrar que no estaba molesto -. Si huyes de alguien, era de esperar que quisieras borrar toda tu identidad anterior, para evitar que te encontrasen. Tengo cincuenta y siete años, y aunque no lo creas, yo también huí una vez.

Le miré esperando que continuase, pero comprendí que no iba a confesarme nada más. Y así lo preferí, puesto que hay cosas que es mejor guardarlas para uno.

-Vámonos antes de que nos dejen en tierra.

Mientras iba pasando a través del túnel para subir al avión, no pude evitar acordarme de todo lo que dejaba atrás: mis padres, hermanos, amigas, mi trabajo... Pero no había vuelta atrás.

Me senté junto a Paul, pegada a la ventanilla. Me puse los auriculares, para escuchar música y cerré los ojos, intentando olvidar que estaba huyendo.

Hicimos varios trasbordos y en todos, el procedimiento fue el mismo. Sólo cerraba los ojos y dejaba mi mente en blanco.

Paul respetó mi silencio, hasta que el último vuelo que habíamos tomado, empezó a descender para tomar tierra.

-Recuerda... Tus padres eran íntimos amigos míos en España, por eso me acompañas. Vas a ayudarnos en la tienda, ¿de acuerdo?

Le observé y escuché muy seria, porque estaba nerviosa.

-Pero, ¿en qué tengo que ayudarte?

-Mi familia y yo tenemos una tienda de alimentos. Necesitamos una persona ya que mi hijo no quiere trabajar allí. No te preocupes, no es nada complicado.

Sonreí, en señal de aceptación. Era lo mínimo que podía hacer. Nunca pensé que me ayudarían, me darían cobijo y trabajo.

Al salir del avión y tras recoger la maleta de Paul, fuimos a comprar algo de ropa de abrigo, para mí, y una maleta. Pensamos que así sería todo más creíble para su familia.

Visitamos muchas tiendas, siempre buscando ropa de mucho abrigo, ya que yo no estoy acostumbrada a las bajas temperaturas. Mientras yo compraba la ropa, Paul llamó a su familia para avisar que ya había regresado; así que cuando íbamos a salir del aeropuerto, no llegamos muy lejos.

Tres mujeres se abalanzaron sobre él. Supuse que eran su mujer e hijas. Me aparté mientras le recibían y daban la bienvenida, llorando de alegría. Paul me confesó que llevaba sin ver a su familia un largo año, debido a unos asuntos que debía solucionar en España. Me separé aún más, porque tenía lágrimas otra vez en los ojos. Yo no podría volver a ver a mi familia. Jamás volveríamos a saber los unos de los otros.

Cuando me percaté que Paul me buscaba con la mirada, limpié mis lágrimas, que caían rápidamente, y me acerqué un poco. Al principio todas me miraron extrañadas.

-Os presento a Ami. Es la hija de los amigos que os conté en nuestra última conversación.

Automáticamente, sus miradas cambiaron y empezaron a mirarme con cariño. Una a una, fueron acercándose para saludarme amablemente. La última fue la mujer de Paul, Margaret.

Me rodeó los hombros, con su brazo, para salir al frío de la calle, y subir a su coche.

Me agradó la acogida que me dieron, sin saber nada sobre mí. Me trataron de una forma tan cordial, que no pude retener mis lágrimas. Afortunadamente, todos pensaban que mis padres habían muerto y era normal que llorase al recibir sus muestras de cariño.

Margaret me sonrió y me dijo:

-Bienvenida a Fairbanks.

FAIRBANKSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora