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Torreón; un pueblo casi olvidado por Dios sumergido en un mar de arena y bañado incesantemente por el abrasador calor del desierto. La figura esbelta que se planta frente a las nopaleras pareciera una sombra de lo que alguna vez fuese un cuerpo con energía, vitalidad y ánimos pero que ahora reflejaba en su rostro las cicatrices del hambre, el dolor, el miedo y la desesperación. Bajo el sombrero de ala ancha y soportando entre los menudos hombros el pesado par de carrilleras cargadas de proyectiles, extiende su brazo hacia las tunas de color rojo brillante. Sin titubear, acciona el arma y la descarga acierta una tras otra en cada una de las frutas que estallan empapando de rojo la arena del desierto. ¿Será un presagio? ¿Será el símbolo de la sangre que derramará en esta guerra que pareciera no tener fin?
- ¡Mira nomás, muchacho! ¡No le fallaste a i uno solo! – escuchó detrás de sí la voz ronca y sonora del grueso hombre que le había entregado el revólver para ponerle a prueba. – Si mis muchachos disparasen tan bien como tú, ya estaríamos en casa comiendo y con las manos cargadas de dinero de lo que conseguiríamos en esta Revolución.
- Gracias, Mi General – dijo sin mirarlo directamente a los ojos, como si quisiera esconder su vista de aquél hombre que sin ningún problema le doblaba en estatura y le ganaba tres veces en corpulencia.
- Bueno, – continuó aquél hombre de bigote espeso, dientes medio torcidos y picados que no paraba de sonreír – Véte con mi compadre Alejandro y dile que te ponga entre el cuerpo de uno de sus batallones. Espérate a que te dé más instrucciones y por ahora, arrejunta tus cosas porque mañana salimos con toda la tropa.
Ocultando una sonrisa por la emoción, se llevó la mano a la sien en un intento de saludo militar que casi hace que se le caiga el sombrero de la emoción. – Si, Mi General, muchas gracias otra vez, Mi General. Al mismo tiempo un hombrecillo bajo de estatura, con el vi entre hinchado y con un fuerte olor a licor combinado con suciedad se acercó a ambos y saludando militarmente, los interrumpió:
- Mi General Villa, el tren ya está listo, ya resurtimos lo que ocupamos para salir cuando usted disponga.
- Bueno, - respondió Francisco Villa mientras iniciaba carrera hacia la parte más lejana del campamento. – Dile a Emilio y Servando que los quiero ahorita mismo en mi vagón; vamos a revisar los planes para mañana. Se alejó sin volver a mirar al escuálido y diminuto personaje que había felicitado unos instantes atrás. En su andar, levantaba el polvo de esa tierra seca y amarillenta que lo cubría de pies a cabeza. Cuando estuvieron a la distancia, se dijo en voz baja: - ¿Qué estás haciendo Petra? ¡Te van a descubrir! Pero el peligro de que la División del Norte se enterase de que habían aceptado a una mujer, le parecía, al mismo tiempo, una oportunidad demasiado buena para rechazarla. Petra quedaba oficialmente en el pasado; desde ese día, Pedro Herrera se unía a La Bola; la Revolución Mexicana le esperaba.

Petra en la revolución Donde viven las historias. Descúbrelo ahora