El asilo

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El olor a muerte se respira en este lugar, junto a un silencio perturbador, en el que te sumerges una vez te adentras al vestíbulo. La falta de vida de los viejos que viven aquí, quienes transpiraban un aroma a medicamento, son, en realidad, la razón de ello. Sin embargo, de lo que deberías preocuparte es, más bien, de la mujer que siempre suele rondar de madrugada. Viste una bata, sus cabellos son blancos y sus pasos, son escabrosos. Siempre, y sin faltar, da su rondas por las madrugadas, yéndose antes de que el primer rayo de sol se asome, como si la luz solar espantara su presencia. Deberás correr si te la encuentras de frente, o te tomará por el cuello y te arrastrara hasta lo más profundo del lugar.

Reí sin ganas ante la historia distorsionada que había contado la enfermera en jefe. Era otra historia que ella repetía y modificaba, como lo hizo con la del conserje o la del maestro fantasma. Historias que eran contadas en realidad, por los ancianos de este asilo, quienes normalmente están algo desequilibrados. No entran así, es algo que les ocurre con el tiempo. Empieza tras unas cuantas alucinaciones debido a tanto medicamento, o probablemente, producto de la soledad.

Era mi primer turno de la semana y me tocaba cuidar a la señora Smith, una anciana muy dulce. La saludé al llegar a su habitación, pero su mirada se encontraba perdida, y supe de inmediato que se debía a "aquella visita", que venía todos los miércoles de 6 a 10 de la mañana, donde la luz del sol no era tan fuerte y quemaba. Alguna vez tuve curiosidad por saber la razón del comportamiento poco usual de esta dulce anciana después de su visita, y espié un poco. Lo que vi, me causo escalofríos, su mirada era fría y asesina cuando él venía e intentaba tocar a la señora Smith, pero al pasar esa hora, la mirada de la señora cambiaba a una conocedora, como si supiera que se ocultaba en las sombras y que había dentro de las miradas.

Aunque, en realidad, si tú la mirabas a los ojos, podrías ver lo que había hecho.

Realmente no recordaba con exactitud lo que había sucedido, pero si  todo aquello que el doctor Arthur —su visita de los miércoles— en numerosas ocasiones le había recalcado durante todo ese proceso y la historia que ella tenía que contar. Porque, sí, el expediente de la señora Smith era muy grueso. Mirabas las páginas con asombro, y si sus episodios neuróticos daban miedo, lo que había escrito en él, causaba pesadillas. Nunca me atreví a saludar a ese doctor, me causaba peor impresión que ella, y eso era mucho que decir, pues al leer la primera página de su expediente te encontrabas con la condición en la pobre, si es que pudiéramos referirnos así a esa mujer, había terminado.

Esquizofrenia.

Ana Smith había asesinado a su esposo e hijo, Arthur Smith y Cris Smith, el niño de 6 años con la que la señora Smith aseguraba hablar cada noche antes de dormir y que perseguía por los pasillos.

—Señora Smith, ¿cómo se ha sentido estos días? —Saludé animada.

—Bien —sonrió la abuelita— Arthur me ha dicho que me ama, que Cris me extraña y por eso vendrá a visitarme hoy en la noche.

Tragué saliva fuerte.

Sabía que la mente de estas personas podía jugarles sucio, sin embargo, mi preocupación era porque la única persona capaz de ver a Arthur y a Cris además de la señora Smith, era yo.

La oscuridad de la noche ya había caído, las sombras se alargaban y los susurros del viento se convertían en murmullos inquietantes, de nuevo, me encontraba sola en el oscuro asilo y la presencia de Ana se hacía cada vez más inquietante, junto a su mirada perdida en la lejanía de una realidad distorsionada por su enfermedad.

Cada noche, mientras me adentraba en los recovecos sombríos del asilo, sentía la presencia de Arthur y Cris Smith, acechándome desde las sombras, como entidades que se retorcían en la oscuridad. Mis manos temblaban mientras hojeaba las páginas del expediente una vez más, buscando respuestas en los oscuros recovecos de la mente de la señora Smith. ¿Cómo era posible que yo fuera capaz de ver a las personas que la acechaban? Vez tras vez, mientras la señora Smith hablaba con Arthur y Cris en la oscuridad de su habitación, sus formas etéreas retorciéndose con una malevolencia, helaba la sangre en mis venas.

¿Eran almas atormentadas en busca de venganza, o simples productos de la mente trastornada de la señora Smith?

Las respuestas se escurrían entre mis dedos como arena en un reloj de arena, mientras la locura y el horror se entrelazaban en un baile macabro en lo más profundo de la noche, entre susurros de sombras y lamentos. Me encontraba atrapada en la oscura telaraña de los Smith, donde la realidad y la fantasía se fundían en un torbellino de terror sin fin.



—¿Se encuentra sedada? —Habló el doctor mirando a la paciente de cabello negro azabache.

—No, la droga anterior no ha dejado por completo su sistema... ¿quiere que comencemos el procedimiento? —respondió el joven enfermero de forma ansiosa, la adrenalina lo incitaba a actuar antes de tiempo.

El doctor lo medito un poco, si la droga aún no salía y su mente de ella se encontraba totalmente en otro plano, creando en su mente algún escenario ficticio, podían empezar. El experimento sería un total éxito si lograban descubrir cuales son los secretos de una mente esquizofrénica.

—Comencemos —extendió la mano pidiendo un bisturí, y después de utilizarlo, una sierra para hueso, comenzando a cortar el cráneo de la paciente. —Querida Ana, veamos que hay en tu mente...

—Dr. Smith...

—¿Si? —El hombre levantó el rostro para mirar al enfermero, trayéndole consigo recuerdos de su pequeño, imaginando como se vería si tuviera la edad del joven frente a él. 



Fin.

"Había Una Vez Y Las Demás Historias..."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora