A mí me gustaba él, lo quería, lo adoraba, lo anhelaba... Me era indiferente si tenía novia o no, porque a mí me interesaba él, y mi rutina se basaba en observarlo. Siempre. No eran coincidencias nuestros encuentros ni las fotografías de él guardadas en mi armario.
Se lo veía tan hermoso la forma distraída con la que miraba a la vida, pero les aseguro que de distraído no tenía nada. Miré por la ventana, la niebla ya había desaparecido casi por completo y era hora de su fotografía diaria. Tomé mi cámara pero está no respondió. Salió un cartel de exceso de memoria. Hugh, al parecer 1000 fotos de una misma persona eran demasiado para este pedazo de metal. Sacando un destornillador, forcé el pequeño cubículo donde el chip debía encontrarse. Abrí el cajón, dejando dentro la memoria vieja, junto a las demás. Todas llenas de él, de su sonrisa, de su rutina... Algunas eran simples, como él estudiando, o tal vez caminando en el parque, pero otras habían requerido de mayor mérito, como las que tenía de él durmiendo en su habitación, o bañándose en su casa.
Ay, si tan solo supiera todo el esfuerzo que hago por él. Si solo supiera todas esas tardes en las que con sumo sigilo lo sigo por las abundantes calles de esta ciudad.
Me se sus caminatas de lunes a viernes, y con ellas los callejones para tomar atajos, no sabe las horas que paso afuera de su departamento esperando a que se asome por la ventana para inmortalizarlo con mi inseparable amiguita. Miro el reloj de mi mesita de noche, son las 6:00 pm, ya debió haber regresado de correr. Me acerqué a la ventana, con la cámara en mano, él estaba allí de espaldas, afortunadamente para mí, sin camisa.
Este momento debía capturarlo.
Estaba por tomar la fotografía cuando él se giró, encontrándose conmigo. No sabía cómo sentirme, ¿nerviosa? No, este momento lo había estado esperando. Esperando que descubra lo que hago por él, esperando que aprecie todo el tiempo que invertí en él, contra todo pronóstico él sonrío de lado, de forma muy atractiva, y se acercó a la ventana. Comenzó a golpearla con su dedo índice y anular, sin quitar esa sonrisa. Era código morse.
Coloqué la cámara en posición, fue cuando me di cuenta de aquello. El zoom de aquel aparato me dejaba observar a la chica parada detrás de él, terminando de vestirse para seguramente salir a cenar. ¿Cómo era posible haber pasado por alto este detalle? Después de días y noches siguiéndole y mirándole llegar, ¿por qué no había visto a esta persona que sobraba en la ecuación? Pero, él seguía ahí, golpeando suavemente la ventana, como si la chica detrás de él no estuviera, dejándome un mensaje que no podía entender.
En aquel momento lamenté haberme perdido la clase en el campamento de excursionistas donde el instructor Norris nos enseñaba el código morse. Como si yo pudiera imaginar que algún día lo iba a necesitar. Lo miré sin pestañear, absorbiendo cada golpeteo como si lo estuviera recibiendo en mi piel, tratando de memorizar cada pausa y cada línea, cada trazo que dejaba marcado en aquel ventanal. Silencioso, enigmático, letal. Y como si la magia estuviera a punto de romperse, un hilo que pendía entre los dos, la otra se movió, cada paso que daba era como una sentencia de muerte para nuestra pequeña conexión. Fue cuando tome una decisión, esa que nos podría unir o alejar para siempre. Ella debía desaparecer.
Con una sonrisa en la cara vi como se le acerco por completo, abrazándolo por detrás. La sangre me hervía al verla agarrada de él como una garrapata, tenia que deshacerme de ella lo mas pronto posible. Su mirada aun seguía sobre mí, pero lo vi alejarse cuando la hubo apartado, y guiñándome un ojo, se abotonó su camisa.
Los vi mientras salían del edificio, decidiendo internamente si los seguía o no. Con ese dilema en mente, fui hasta mi escritorio y escribí en mi computadora ese mensaje en código morse. Mirando las rayas y puntos, mientras se traducía, la impaciencia tomo control de mi cuerpo, haciendo que fuera hasta mi armario y comenzara a vestirme. Con mi abrigo puesto, el celular en el bolsillo de el, y una navaja oculta bajo sobre mi vestido, salí de casa.
El GPS indicaba que se encontraba en un antro, de renombre. Probablemente habría demasiada gente, por lo que debía pensar una forma de hiciera que esa mujer se apartara de su lado. Con un leve gesto salude al guardia, y entré, buscando entre los balcones privados a aquel hombre que anhelaba con tanto fervor. Sonreí al encontrarlo, sin embargo esa sonrisa desapareció al verlo abrazado de esa. Con la mano derecha detuve a la chica que paso a mi lado, dándole dinero por derramar en el vestido de ella, alguna bebida que la hiciera bajar y fuera al baño, donde la esperaría.
No pasó mucho tiempo tras meterme y escuchar los repiqueos de sus tacones, pero espere dentro de uno de los cubículos del baño a que estuviera de espaldas a mí. Abrí despacio la puerta, con una sonrisa en el rostro, pero mi mirada se vio interrumpida por una figura que reconocía bien.
—Asher, ¿qué haces aquí? Es el baño de damas. —Dijo, con una risita, más él no respondió, la miro atentamente, hasta que por el espejo su mirada conectó con la mía.
Me sonrió, de forma retorcida. —Sal de ahí.
Con el brazo sosteniendo la navaja lo señale, sin amenaza, moviéndola levemente. —Acabas de arruinar mis planes. —le sonreí de la misma forma que él.
—¿Quién eres tú? —dijo ella, mirándonos a ambos. —¿Se conocen?
—Sí, nos conocemos perfectamente... —Contesto él, a lo que alcé mis cejas, sorprendida por su respuesta.
—¿Es así?
Se acercó, tomándome del mentón con una de sus manos. —He visto... —acarició mi labio con su pulgar— todo lo que has hecho por mí. —En mi pecho sentí el revoloteo de mariposas, lo había notado. Le sonreí. —Ahora déjame demostrarte lo que yo siento.
—¿De qué estás hablando? —replicó ella, molesta por la cercanía entre ambos. —¿Qué estás haciendo? —me miró—. Alejate de él, es mi novio.
Yo reí, obviando que era ella quien sobraba entre nosotros dos, mientras él deslizó su mano por mi brazo, hasta llegar a mi mano y tomar la navaja. Se giró a ella, quien se vió calmada al verlo alejarse de mí. Sin embargo, la rodeó y tomándola del cabello, en un movimiento violento, le cortó la garganta, dejándola caer al piso.
Lo miré, sorprendida, pero con una risita emocionada, corrí hacía él y lo besé.
—Salgamos de aquí preciosa.
Fin.
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"Había Una Vez Y Las Demás Historias..."
De Todo"Había una vez..." Muchas historias pueden empezar con esa frase y no necesariamente tiene que ser un cuento. Este libro en especial, no lo es. Aquí te encontrarás con pequeñas historias armadas con la perspectiva de muchas chicas y chicos. No toda...