El advenimiento de Beer-Sothoth

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—Tío, que te caes.

Fer hizo el amago de sujetar a su amigo, quien torpemente recuperó el equilibrio tras trastabillarse con uno de los peldaños de la escalinata. Tras comprobar que se mantenía en pie, ambos rieron.

—Anda, siéntate un rato.

Marc obedeció sin rechistar y ambos se sentaron en la gran escalinata de la Fira Internacional de Barcelona. Instintivamente, se metió las manos en los bolsillos de la cazadora cuando le acarició una suave brisa de aire fresco. La borrachera que llevaba —que llevaban— encima era importante y tenía algo alterada la percepción de la temperatura ambiental, pero era consciente que en pleno mes de enero y a esas horas hacía un frío considerable.


Marc no tenía intención de salir aquella noche, pero en ocasiones, los planes surgen solos. Estaba de vuelta en el tren de Rodalies camino de Barcelona tras una dura jornada de trabajo y sin mayor pretensión que cenar una pizza en casa aprovechando que aquel viernes estaba de Rodríguez debido a que su pareja tenía una cena con sus amigas. Tenía previsto ver alguna película de terror y estaba meditando algunas posibilidades cuando de pronto recibió un mensaje:

<<¿Andas libre esta noche? Ando por Barcelona, asi que si puedes tienen que caer unas birras>>

Se trataba de Fer, su amigo de Madrid. Se conocían de algunos festivales musicales unos años atrás, cuando Marc tocaba en su grupo de Death Metal y frecuentaba garitos y conciertos. De vez en cuando, Fer iba de visita a Barcelona para ver algunos amigos y si le cuadraba, contaba con Marc para las procedentes cañas. Como era de esperar, Marc le contestó al instante y en cuestión de unos pocos minutos habían quedado para verse en la célebre taberna L'Ovella Negra, en el casco antiguo de la ciudad condal, lugar habitual de sus encuentros. Tras un rato poniéndose al día sobre trabajo, relaciones y amistades comunes en el que las cervezas caían una tras otra y con el estómago vacío, los dos amigos estaban ya seriamente perjudicados.

—Bueno, tío, la quedada está de puta madre, pero voy a tener que marchar ya —anunció Marc.

—¡Venga, no! —se lamentó Fer, eufórico por el estado etílico. Le hormigueaban las piernas— Mañana es sábado, ¿qué prisa tienes?

—No creo que Núria tarde en volver de la cena y llevamos toda la semana casi sin vernos por el curro.

—Bueno, bueno —se rió Fer—. Más tiempo llevas sin verme a mí.

—Ya, pero no voy a follar contigo.

—Porque no quieres.

Ambos amigos estallaron en risas. Un camarero les observaba con semblante serio desde la barra, a pocos metros de distancia, mientras frotaba con un paño unas jarras de cerveza recién lavadas. El bar no se había llenado aún hasta los topes de borrachos, lo cual no tardaría en suceder, por lo que todavía podía disfrutar algo del hilo musical rockero y seguir las conversaciones de los escasos clientes.

—Nada, vamos tirando —Marc intentó mostrarse firme haciendo un esfuerzo pese a la ebriedad—. ¿Dónde estás alojado?

—Estoy en casa de un colega que vive en Zona Franca.

—Pues si quieres acompáñame hasta Plaza España, no me importa ir andando y de paso que me baje un poco la mona, que como llegue así a casa Núria me mata.

Fer se rió y accedió a acompañarle. Entre bromas y risas el camino se hizo corto, y el madrileño insistió en entrar en un bar de copas del Paral·lel a tomar un chupito rápido.

—Tío, ¡que te he dicho que ya no iba a beber más!

—Joder, los de Barcelona sois unos blandos. Además, te estás haciendo viejo. Hace unos años no le hacías ascos a unos chupitos. Venga hombre, por los viejos tiempos —Acompañó con un gesto con la cabeza señalando la entrada del bar.

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