Capítulo 5: Mentiras

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Estuvo lloviendo hasta pasado el mediodía y comenzó a clarear ante los primeros arreboles. Entretanto, Neil se armó de valor para recorrer la casa e incluso limpiar algunas de las estancias, lo que resultó mucho más aterrador de lo esperado. Ahora se encontraba junto al fuego, pensando en sus hallazgos y en todo aquello que James le había ocultado mientras hojeaba un viejo diario y unas cartas que ocultó bajo sus ropas apenas oyó el sonido de la puerta.

Patrick se presentó con una jarra de bronce repleta de leche recién ordeñada, y de su hombro colgaba un fardo el cual despedía aroma a pan recién hecho.

—¿Has descansado? —le preguntó con una sonrisa. Se sentó en el suelo y vació la bolsa. En ella guardaba queso, bollos, una bota de vino, té y algo de embutido.

Neil se acomodó a su lado y, sin ningún reparo, se sirvió del banquete que traía el monje.

—He explorado la casa. —No recordaba estar tan hambriento, ni siquiera recordaba haber pasado hambre durante el día—. Y encontré cosas muy interesantes —confesó a la par que masticaba. Sabía que era una falta de respeto, pero le apetecía incomodar al santurrón, quien, había descubierto al fin, de santurrón tenía más bien poco.

—¿Has subido arriba? —preguntó Patrick con evidente preocupación.

Neil asintió. Tras dar el último bocado, lo miró fijamente. Pese al miedo repentino, la preocupación lo acompañaba aferrada a su brazo desde el mismo instante que cruzó el umbral, por mucho que lo hubiera tratado de disimular con sonrisas y manjares.

—Esta mañana no me dijiste de qué conocías a James.

—Éramos buenos amigos —reconoció Patrick.

—Buenos amigos —rio él.

Señaló uno de los retratos familiares encontrados en el altillo y que, poco antes, había reubicado en el salón. El óleo estaba dañado y el marco carcomido. Aun así, pese al desgaste, se apreciaba cada uno de los rostros de la familia Miller junto a otra familia que, suponía, era la de Patrick. Y, aunque el cura y su amado apenas eran unos adolescentes, el artista supo capturar la mirada de James, deslumbrada por el pelirrojo que se situaba entre él y una Teodora que no tendría ni doce años.

Patrick se acercó al retrato como si este fuera una reliquia. Lo acarició con el índice y una lágrima asomó a sus ojos cuando se detuvo sobre el joven James.

—Nuestras familias eran amigas.

—Ya veo. ¿Y pretendían casarte con Teodora? No sé mucho de vuestras tradiciones, pero este cuadro parece un contrato de compromiso.

Patrick sonrió grande, como si recordara aquellos días con ternura.

—Se les pasó por la cabeza, pero Teodora no quería y yo estaba enamorado de otra persona. Al final, nuestras familias nos liberaron del pacto.

A Neil le repugnó esa declaración. De otra persona. Pensó en las cartas que había descubierto, algunas de las cuales Patrick no llegó a entregar, y las confesiones de su diario.

—Parece que James no tuvo la misma suerte que vosotros. ¿Conociste a su esposa? —le preguntó con malicia.

Patrick suspiró hondo. Asintió en silencio y se mordió el labio inferior.

—Eloísa era una mujer espléndida.

—Quizá demasiado espléndida, ¿no? Por eso la quemaron.

De súbito, la paz se esfumó de los ojos de Patrick, quien lo contempló como si estuviera frente a un vil enemigo.

—¿Qué pretendes? —se defendió.

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⏰ Última actualización: Mar 17 ⏰

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