Capítulo 1 - Albóndigas de Sara

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Normalmente, las historias empiezan con el principio. Pero el principio de esta historia es algo que todavía no estoy preparada para contarte. Sé que, al leerlo, entenderás mejor todo por lo que pasé hasta que comencé a vivir de verdad, pero es una herida que necesita sanar antes de ser hurgada.

Empezaré con una de las anécdotas que más nos unieron.

Era principios de verano.

Los rayos solares a las doce del mediodía entraban sin descanso por la ventana de la A8, la clase de la Universidad en la que más pegaba el sol a esa hora. Además, yo, como buena masoquista, elegí sentarme justo al lado de la ventana, solo por tener el placer de mirar a través de ella de vez en cuando y perderme en el cielo mientras la profesora seguía explicando las causas del inicio de la Ilustración en Francia.

Los pájaros se perdían entre las hojas de los cipreses que rodeaban el campus y las nubes, casi inexistentes, dejaban un ligero rastro de condensación en el azul cielo matutino.

Adoraba mi carrera, adoraba la Historia con toda mi alma, pero aquella profesora convertía la Historia Contemporánea en una charla sin trasfondo que me hacía desconectar y divagar.

Recuerdo que, a lo lejos, en otro campus, se empezaron a escuchar gritos de jolgorio y de alegría. Recordé que me contaste que los alumnos de enfermería intentaríais montar una especie de guerra de agua en el césped que juntaba todos los campus que nos encontrábamos allí.

Mi profesora empezó a maldecir sin saber a qué se debía dicho escándalo cuando, al minuto, terminó la clase alegando que ella no podía continuar explicando de aquella forma.

Todos recogimos y salimos de la clase en un santiamén. Todo el mundo quería ver qué sucedía y, si era posible, unirse a aquella celebración de viernes que nos alegrara un poco la mañana.

En cuanto salí por la puerta solté una carcajada al verte con tu uniforme de enfermera y una pistola de agua enorme entre tus brazos que te hacía parecer un enanito de jardín.

Apoyada en una de las paredes que encajaban la puerta de la universidad, el sol iluminaba tu espalda y tu pelo. Un ángel es lo que tenía delante.

Recuerdo perfectamente cada una de tus palabras, cada uno de los diálogos.

-Bienvenida a la guerra de agua entre carreras, te estábamos esperando- Me dijiste acercándote con aquel armatoste en brazos.

-No sabía que ibais a involucrar a todas las carreras, qué considerado de vuestra parte, médicos- Me reí con la expresión de tu cara al sentirte ofendida por llamarte médico. Te sentaba fatal.

-No te metas conmigo eh, que llevo un arma de fuego y sé cómo utilizarla. Además, se nota por la prisa que llevabais para salir, que la clase que estuvierais teniendo era entre aburrida y un suicidio así que, de nada- Esa sonrisilla pícara tuya tan recurrente apareció en tu rostro.

Intenté rodearte la cadera con las manos con intención de quitarte esa sonrisa a besos, pero fuiste más rápida y me apuntaste con tu arma mortal al pecho.

-No se hacen alianzas con el enemigo, regla número uno de la guerra de agua entre carreras.

Abrí la boca de forma dramática haciéndome la ofendida, lo que te provocó una pequeña risotada.

- ¿Acabas de declararme la guerra? - Dije en tono teatral.

Asentiste con la cabeza y echaste a correr riendo como una loca.

Siempre fui más rápida que tú echando carreras, no porque yo fuese una atleta profesional ni mucho menos, sino porque la diferencia de altura hacía que dos zancadas mías fuesen diez pasitos tuyos, por lo que te alcancé al instante.

Cartas a mi musaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora