II: Verzweifeltes geständnis

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La mente de Draco zumba con preguntas sin respuesta, su furia alimentada por la confusión y la incertidumbre que lo consumen desde el día del beso con Harry Potter. ¿Por qué Harry no había aparecido al día siguiente, ni el resto de días por una semana? ¿Acaso había sido solo un juego para él, un capricho momentáneo por su complejo de salvador?

Draco se obligó a hacer un esfuerzo y vestirse para la gran noche que se avecinaba. Con pesadez en cada paso, se levantó de la cama, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros.

El traje negro que envolvía el cuerpo de Draco Malfoy era una declaración de elegancia y refinamiento, una armadura que ocultaba las cicatrices invisibles de su alma. Cada pliegue y costura estaba imbuido de una meticulosa atención al detalle, reflejando la impecable artesanía que había sido su sello distintivo desde tiempos inmemoriales. Pero, detrás de la fachada de sofisticación y distinción, se escondía un corazón lleno de tormento y desesperación, un alma que luchaba por encontrar su lugar en un mundo que parecía haberlo abandonado.

Con un esfuerzo sobrehumano, Draco se obligó a aparecer en Hogwarts esa noche, a pesar de las tormentas emocionales que lo azotaban con cada paso. Cada paso hacia la gran sala era una prueba de su voluntad inquebrantable, un acto de resistencia contra la marea de dudas y temores que amenazaba con arrastrarlo hacia la oscuridad. Pero a medida que se acercaba a su destino, su corazón latía con mucha más fuerza.

Al llegar al lugar, la escena que se desplegó ante sus ojos lo dejó sin aliento. En medio de la brillantez y el bullicio de la festividad navideña, vio a Ginny Weasley besando a Harry Potter bajo el muérdago, un gesto de amor a sus ojos, que lo dejó clavado en el suelo, incapaz de moverse o hablar. El corazón de Draco se detuvo en su pecho, mientras una oleada de emociones negativas lo inundaba, una mezcla de dolor, ira y un profundo anhelo que lo dejó temblando de impotencia.

Alzó su bastón  hecho de acero y adornado con una serpiente enroscada en su mango, y lo golpeó con fuerza contra el suelo. Con un movimiento brusco, se dio la vuelta, su saco de tela larga ondea tras él como una capa en el viento. Cada paso es firme y determinado, sus zapatos golpeando el suelo con fuerza mientras se aleja con pasos largos y decididos. Su mandíbula está tensa, sus puños apretados con rabia contenida mientras su mente se llena de imágenes del beso que acababa de presenciar.

Un aura de furia palpable lo envuelve mientras atraviesa los majestuosos pasillos de la antigua residencia familiar. Con un portazo resonante, Draco irrumpe en la mansión, sus pasos marcando el ritmo frenético de su corazón encolerizado. El borde de sus ojos arde en un fuego de ira contenida, sus labios apretados en una línea. No iba a tratar de disimular la mueca de repulsión.

Con la mansión envuelta en una atmósfera de silencio sepulcral, Draco encendió la chimenea, cuyo crepitar reconfortante llenó la habitación con un resplandor dorado. Se dejó caer en el sillón frente al fuego, su cuerpo exhausto anhelando el consuelo que solo el calor del hogar podía ofrecer. Pero mientras contemplaba las llamas danzantes, su mente se vio invadida por un remolino de emociones tormentosas, y un par de lágrimas solitarias escaparon furtivamente por sus mejillas pálidas.

Frente a la cálida y danzante luz de la chimenea, Draco se sumergió en sus pensamientos. El crepitar reconfortante del fuego parecía hipnotizarlo, atrapándolo en un estado de introspección profunda.

Se dio cuenta, con una punzada de dolor en el corazón, de que nunca había confesado adecuadamente sus sentimientos a Harry Potter. A lo largo de los años, sus interacciones habían estado marcadas por el conflicto y la animosidad, dejando poco espacio para la sinceridad y la vulnerabilidad. La única evidencia tangible de su interés hacia Harry era su obsesión constante por molestarlo, un intento torpe de llamar su atención que ahora parecía insignificante en comparación con lo que realmente sentía. Además del beso.

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