Prólogo

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Mi madre una vez me dijo que cuando una persona moría, lo hacía para convertirse en una estrella e iluminar el cielo, y a mis cortos siete años, me pareció la cosa más real e inteligente que alguien me había dicho. Claro que las madres cuando somos niños necesitan justificar las ausencias de un niño, en mi caso, mi padre. Ella siempre dijo que mi padre había muerto cuando yo era muy pequeña, tan pequeña que no podía recordarlo; para años más tarde, cerca de los once, enterarme que en realidad era una hija bastarda, o al menos así lo llamaban en esa época.

Fueron más de cien años transcurridos desde ese momento, y siempre me quedó la curiosidad de que se sentiría convertirse en estrella. No existir más. No pensar.

Supongo que con el tiempo entendí que mi mama no sabia muchas cosas, entre ellas, que odias quedarte viviendo en la tierra para siempre con la condición de que no vas a envejecer nunca como si estuvieras congelado en el tiempo, y a perder todo lo que creíste conocido a este entonces.

Charles es mi estrella doliente, porque cada vez que pensaba en él, dolía como el primer día. Si había algo que extrañaba de estar viva, era pasar mis días con Charles aprendiendo un nuevo idioma o bailando a la orilla de aquel pequeño arroyo cuando nos escondíamos de su padre y su odio hacia el mundo, como él le decía, o hacía mi, como yo pensaba. Era la hija de la criada, la pequeña escuálida y pelirroja chica fea que cuidaba los establos, porque en ese entonces ser pelirrojo era cuestión de discriminación y desprecio, así que no era del agrado de John Lettom.

A él nunca le importó quién era yo. A Charles me refiero. Para él siempre fui la chica más hermosa del mundo, porque así me hacía sentir. Lo sentí cuando a los siete años me mudé a su casa con mi madre porque había conseguido trabajo allí para ambas, y me recibió con una enorme sonrisa y un cálido abrazo. Lo sentí cuando a los doce años perdí a mi madre y él se quedó sentado conmigo toda la noche en medio del establo de los caballos, llorando desconsoladamente. Lo sentí cuando a los catorce rechazó el matrimonio que su padre había pactado alegando que su corazón ya tenía un nombre, y cuando esa misma noche me confesó que mi nombre era al que su corazón pertenecía.

Parecía el cuento perfecto. El chico rico y mimado se enamora de la sirvienta fea, huyen y viven felices por siempre. 

Bueno, eso no es lo que pasó exactamente.

Teníamos diecinueve años cuando la madre de Charles, Marie, nos ayudó a escapar en medio de la noche. Su padre se había enterado de nuestra relación hacía unos días y estaba tan enojado, que hacía todo lo posible por mantener a Charles fuera de la casa y por convencer a Marie de que debían echarme porque estaba arruinando el futuro de su hijo. El trato hacia mi persona pasó de mal a peor, así que habíamos decidido huir. Marie nos dio su apoyo y mantuvo a John ocupado mientras nos íbamos en uno de los caballos que tanto me había preocupado en cuidar los últimos años.

Sin embargo, John era listo. Demasiado para nosotros.

Nos interceptaron a la salida del pueblo, era tarde y no había nadie cerca. Eran muchos hombres, había mucho barro y el cielo amenazaba por volver a diluviar. Recuerdo mi corazón corriendo desbocado, más que de costumbre, pero nunca pensé que lo que pasaría después seria lo ultimo que recordaba de Charles.

Me arrebataron de sus brazos y mientras lo sostenían en contra de su voluntad, me llevaron al puente que estaba a poco pasos, ese que justo pasaba por encima del río crecido producto de las lluvias de los últimos días, y mientras mas cerca estaba mas entendía que estaba por pasar. Le grite que lo amaba y que lo haría siempre. Lo vi gritar desesperado mi nombre, mientras forcejeaba con los cuatro hombres que lo sostenían, y justo en el momento donde  sentí caer al vacío, escuche mi nombre saliendo desgarrado de sus labios.

FREYA.

Luego vino el frio, era invierno así que el agua estaba congelada. Luche por salir, por volver, pero el frio, la oscuridad y mi falta de conocimiento sobre nadar ayudaran a que todo se vuelva negro.

Y no hay día en que no piense en ello. 

Estrellas que fuimos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora