Angustia en el Paraíso

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—Vamos, la noche es joven.

Verosika retocó el maquillaje de sus ojos en el espejo retrovisor del auto. Llenó de rojo sus párpados y de dorado sus pestañas, luego abrió la puerta y salió desde su lado. Blitz la siguió y descendió del lado contrario. Ambos caminaron por las calles nocturnas, se tomaron de la mano y atravesaron directo la fila del club juvenil que abría sus puertas.

Toda clase de razas estaban cubriendo la fila, todos vestidos con ropa muy ligera y de látex, fumando variedad de mierdas mientras charlaban y bebían ruidosamente.

Verosika se conocía a todo el personal del club por los motivos incorrectos, se mostró ante el guardia de seguridad junto a Blitz y ambos pasaron directamente por las puertas principales. Entonces, empezaron a disfrutar de la fiesta. Las luces neón cubrían los techos y las paredes repletas de graffitis, las barras de bebidas estaban llenas al igual que la pista de baile. El humo invadía cada rincón del club, el aroma a perfume y hierba.

Ambos llegaron a los reservados, un lugar oscuro y restringido dónde el grupo de súcubos e íncubos amigos de Verosika los esperaban. Eran al menos unos diez conocidos y amigos, los fiesteros más pervertidos del club. La pareja tomó asiento en algunos sillones, las chicas más experimentadas empezaron a repartir ácido en cartones cortados y a servirles, otras solo repartían molly.

Blitz y Verosika se sonrieron entre si, la chica lo abrazó de lado y depositó la diminuta droga sobre la lengua de Blitz, mientras él se lo permitía. El imp la miró a los ojos, observó esas pupilas brillantes y rosas. Quedó muy fascinado ante ese brillo encantador, la hizo abrir los labios y, cuando colocó solo un dedo sobre su lengua para depositar el pequeño cartón, ella lamió.

Se miraron al comprender que iban a empezar una noche fuerte, la segunda en la semana. Se refugiaron en la adrenalina y el deseo de que los efectos comenzaran de una vez porque era la única sensación que los hacía sentirse plenos. Entonces, ambos se besaron y mantuvieron sus labios unidos, no se movieron.

Era hora de dejar que los minutos se volvieran horas y que la música se volviese eterna. En esa clase de noche, la naturaleza de su relación se liberaba y mostraban quizá lo más bajo de ambos. Verosika le enseñaba como era la vida de los súcubos e íncubos en los suburbios, al menos la vida que a ella le tocó conocer desde que era muy joven.

Algunas horas pasaron.

Blitz cerró sus ojos y pudo percibir ese canto que lo dejaba sin aliento en algún momento de la noche. Abrió los ojos, observó a su mujer sobre un par de hombres, estaba besando y tocando a dos íncubos mientras ambos la atendían adecuadamente contra la pared.

Él no se preocupó, sintió como unas manos femeninas lo abrazaban desde atrás y lo hacían sentarse en la otra punta del sofá. Blitz sonrió lo suficiente ido como para comprender su lugar, fue cuestión de comenzar a dejarse llevar únicamente por sus instintos y tener a la súcubo de cabello corto contra sus piernas para empezar a embestirla.

Una orgía en los reservados era algo que usualmente inauguraba la noche de los súcubos. Y Blitz no pertenecía a la raza, pero aprendía rápido. De hecho, era habilidoso con esa clase de maestros. Fueran mujeres u hombres, él lograba tener un buen desempeño, una buena duración, unos buenos movimientos. Rara vez coincidía con tener relaciones con Verosika al principio de la noche antes de pasar por todo el grupo. Ella era la más promiscua realmente, porque buscaba presas fuera del círculo y últimamente solo se enfocaba en hombres grandes que le invitaban alcohol.

Era extraño, pero más allá de cualquier otra droga, su elixir principal y lo que le hacía sentir una revolución en su pecho  era el whisky o cualquier mierda que superara el ochenta por ciento de alcohol.

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