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La luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas semiabiertas de la librería de segunda mano, tiñendo de tonos dorados las estanterías llenas de libros que parecían susurrar historias olvidadas. Ana paseaba entre los pasillos, dejando que sus dedos acariciaran las portadas gastadas y los lomos descoloridos. Era uno de sus lugares favoritos, un refugio donde podía perderse entre las páginas de viejas novelas y descubrir tesoros literarios que aguardaban pacientemente ser rescatados.

Mientras hojeaba un ejemplar de "Cien Años de Soledad", Ana escuchó el tintineo de un collar de perlas acercándose por el pasillo. Levantó la vista y vio a una mujer elegante, con el cabello recogido en un moño impecable y un vestido que parecía sacado de otra época. La mujer sonrió al ver a Ana y se acercó con paso firme.

― Buenos días, señorita. ¿Busca algo en particular? ―preguntó con una voz melodiosa.

Ana devolvió la sonrisa y negó con la cabeza.

― Solo estoy curioseando. Siempre encuentro algo interesante en esta librería ―respondió, devolviendo el libro a su lugar.

La mujer asintió con gesto comprensivo.

― Es un lugar maravilloso, ¿verdad? Mi nombre es Elena, soy la propietaria de esta humilde librería ―se presentó, extendiendo una mano con elegancia.

Ana estrechó la mano de Elena con cordialidad.

― Mucho gusto, soy Ana. Esta es una de mis librerías favoritas en la ciudad ―dijo con sinceridad.

Elena sonrió satisfecha y luego su mirada se posó en un rincón de la librería, donde una mesa de madera exhibía una colección de libros antiguos encuadernados en cuero.

― Permíteme mostrarte algo especial ―dijo Elena, guiando a Ana hacia la mesa.

Entre los libros, había uno que destacaba por su encuadernación dorada y su aspecto imponente. Ana lo examinó con curiosidad, notando que en la portada no había título ni autor, solo un símbolo misterioso grabado en relieve.

― ¿Qué es esto? ―preguntó Ana, intrigada.

Elena le dirigió una mirada enigmática.

― Es un libro muy especial, uno de los tesoros más preciados de mi colección. Se dice que contiene conocimientos ancestrales y secretos ocultos que solo unos pocos pueden descifrar. Pero ten cuidado, querida Ana, porque aquellos que se aventuran en sus páginas a menudo descubren más de lo que esperaban encontrar ―advirtió Elena en tono grave.

Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda ante las palabras de Elena, pero al mismo tiempo sintió una irresistible atracción hacia el libro misterioso. ¿Qué secretos ocultaría entre sus páginas? ¿Y por qué Elena parecía tan enigmática al respecto?

― ¿Puedo echarle un vistazo? ―preguntó Ana, sintiendo que la curiosidad la consumía.

Elena asintió con gesto solemnemente.

― Por supuesto, pero ten cuidado con lo que descubras. A veces, la verdad puede ser más peligrosa de lo que parece ―advirtió una vez más.

Ana tomó el libro entre sus manos con reverencia y abrió la primera página con expectación. Pero antes de que pudiera empezar a leer, un estruendo repentino resonó en la librería, haciéndola saltar de sorpresa. Al girarse, vio a un hombre desconocido tropezando con una pila de libros cercana, provocando que estos se esparcieran por el suelo.

― ¡Oh, lo siento mucho! ―se disculpó el hombre, recogiendo apresuradamente los libros.

Ana se apresuró a ayudarlo, olvidando momentáneamente el libro misterioso en sus manos. Cuando finalmente lograron recoger todos los libros, el hombre se disculpó una vez más y se marchó de la librería con prisa.

Ana suspiró resignada y se giró hacia Elena, pero se detuvo en seco al darse cuenta de que el libro misterioso había desaparecido de sus manos.

― ¿Dónde está el libro? ―preguntó, mirando a su alrededor con ansiedad.

Elena frunció el ceño, buscando entre las estanterías con gesto preocupado.

― No puede ser... ―murmuró para sí misma.

Ana sintió un nudo en el estómago mientras la realidad de la situación comenzaba a asentarse. Había perdido el rastro del libro misterioso, y no tenía idea de quién lo había tomado ni por qué.

― ¿Qué haremos ahora? ―preguntó Ana, sintiendo cómo la incertidumbre la envolvía como una niebla espesa.

Elena le dirigió una mirada grave.

― Temo que hemos abierto una puerta que no deberíamos haber abierto, querida Ana. Pero no te preocupes, encontraré una manera de recuperar el libro antes de que sea demasiado tarde ―dijo con determinación.

Ana asintió con gesto comprensivo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda al pensar en las posibles consecuencias de su descubrimiento. Había desatado un misterio que parecía estar más allá de su comprensión, y ahora solo le quedaba esperar y confiar en que Elena pudiera resolverlo antes de que fuera demasiado tarde.

Mientrasabandonaba la librería, Ana se prometió a sí misma que no descansaría hastaencontrar respuestas sobre el misterioso libro y su inquietante desaparición.Porque sabía que, aunque el camino fuera peligroso y lleno de obstáculos, nopodía permitirse ignorar el llamado del misterio que había despertado sucuriosidad. Y así, con determinación en el corazón y un destello de intriga enlos ojos, Ana se adentró en el desconocido mundo de los libros perdidos

La guardiana del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora