Capítulo IV

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—No me rechazaras, no esta vez.

Aquella voz, aquella que siempre temía. Ahora era mas ronca, su toque era mas fuerte. Lo suficiente para sacudirla y arrastrarla hasta las caballerizas. Sintió el heno bajo sus pisadas, y sin medir su fuerza la tumbó al suelo. Los caballos relinchaban y sus pisadas con herraduras eran inconstantes. Lo vio acercarse, ahora tenia un rostro, una de la cual temía mucho, gritó y sus ojos lloraron.

El cuerpo de Eliana se sobresaltó, aun tenia aquellas pesadillas. Se volteó ligeramente, Tristán estaba dormido. Se limpió las lagrimas de los ojos y sus manos sobaron sus piernas. Aun podía sentir el heno entre sus ropas y el olor, ese nauseabundo olor que no le permitía dormir. No quería pensar mucho, para ser exactos, no quería pensar nada. Encriptó su alma y su corazón, debía de controlarse. Se puso de pie suavemente y miro a través de la ventana, con un nudo en la garganta junto sus manos y comenzó a orar. Era consiente que no era la más ferviente devota, pero si creía en dios, que había algo mucho mas fuerte que el acero, algo que destinaba y castigaba todo. Un equilibrio, uno que no olvidaba absolutamente nada. Ella sabia que no era perfecta, era consiente que había practicado "eso" que la iglesia tanto satanizaba, pero simplemente pasó. lo hizo para defenderse y lo volvería hacer. Las veces que sea necesaria.

Todo en su mente estaba confuso, quizá aquella pesadilla había venido esa noche para atormentarla. Por haber pecado al dejarse leer la mano. La adivinación era un pecado para su religión. Sin embargo, aquella bruja sabia de lo que hablaba y eso la aturdió. Tristán parecía también molesto y se pregunto el porque ¿Cómo sabía de su listón y de su significado? ¿las tres primaveras? ¿Porque mencionó doce? Y la pregunta más amarga ¿Qué sabía su esposo al respecto? Quizá era coincidencia, se respondió. Sin embargo sus improvisadas conclusiones, no terminaba de encajar. No conocía a Tristán, pero era la primera vez que pudo ver una reacción diferente a su acostumbrada seriedad ¿Qué era lo que sabia o no quería decir?

«En la noche de las luciérnagas», pensó.

Aquellas palabras hicieron que se enderezara.

—Aquella noche —recordó.

La adivina tenia razón, había acertado en aquel suceso, pero, solo estuvo con Tristán esa noche.

—a menos que...

¿Sir Arthur? El había sido el único caballero que la trato bien desde que la conoció, no la juzgó. Había tenido esa especial confianza en expresarse, tal como era con aquel caballero. Él no mostró ninguna aversión hacia su persona, es más parecía interesado en conocerla. Si, sir Arthur era aquella persona ¿Por qué no se lo decía? ¿Quizá había perdido la memoria o estaba amenazado? Tantas ideas absurdas cruzaron por su mente. Eso era imposible, era impensable. Había oído algunos casos de personas que habían perdido la memoria, por algún accidente en las guerras o quizá un trauma, pero tal idea, la hacia desvariar. Si tal caballero era la persona que estaba esperando, entonces todo estaba mal, allí en medio de la habitación se arrepintió de haberse casado y entregado.

Se sintió indigna, sucia y todos los peores calificativos posibles. A su mente llegaron aquellos insultos hacia ella. Adjetivos tales como: fea, robusta, inútil, vieja y solterona. La llamaron así, y de esa forma se sintió.

Había estado enamorada de aquella persona sin nombre, sin rostro por años. Lo había esperado y soportado todo por él, pero, no llego o ¿Quizá no supo esperar?

Si, Sir Arthur era aquella persona ¿La querría pesé ya no ser virgen? ¿Porque no llegó antes?¿Porque ahora?

Mentira, todo era una vil mentira. Esa anciana se equivocó, aquella persona no podía estar cerca, pero la duda que le sembró era que Tristán sabía algo y no sabía que. Lo supuso al verlo tan desencajado. Cuando le aseguró que le dijera la verdad.

El listón gris ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora