Capítulo VII

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Luego de pasar por lo hostil del paisaje invernal, todo comenzó a tornarse más hermoso. El sendero comenzaba a ir en caída, y comenzó ha atravesar un hermoso y espeso bosque. Eliana miraba emocionada a través de la ventana, incluso se atrevió a sacar su cabeza, para apreciar más el paisaje. Era bellísimo, y sensación del aire fresco golpear su cara era indescriptible, puesto que los caballos iban muy rápido. Su corazón se sobresalto al escuchar ese sonido que le encantaba.

—Aquello es…

Era un rio, al parecer uno muy caudaloso, lo podía escuchar a pesar de la distancia. Rápidamente se acomodó en el carruaje, abrió uno de sus libro, busco la pagina donde se extendía un pequeño mapa, deslizo uno de sus dedos por sus páginas y entonces lo halló. Encontró dibujado el estrecho por dónde que estaban atravesando, el agreste sendero estaba después del paso que habían cruzado. Pudo ver que no muy lejos había un gran rio y una cascada.

Su corazón se lleno con el espíritu curioso de siempre. Pretendió que cuando acamparan, dar sus acostumbradas escapadas. Ansiaba ver esas grandes caídas de agua, vistas solo por dibujos y pinturas en su casa, ansiaba tener más cosas que recordar. A pesar que su carruaje se balanceaba mucho por los baches, Eliana era muy feliz, porque ahora no solo conocía cosas nuevas, también podía palpar lo que siempre había soñado. No se arrepentía de haber sustraído muchos libros del castillo del  Duque, amaba aprender y conocer cosas nuevas. Hojeo hacia la otra página y se sorprendió un poco, al leer que por allí abundaban trasgos, pequeños trols, y lumisexfis, aunque eran temidos los primeros, ansiaba poder ver estos últimos, puestos que eran peces luminosos, que en las noches salían de su habitad y comenzaban a volar lentamente en aire. Quería verlos, no, definitivamente los iba a ver. Aunque se decepcionaba de sus capacidades, puesto que no sabia nadar. Quizá si la caravana se detenía, los podría ver en la noche.

—¡Prepárense para acampar!. Benedict, Osbeth y Gorbeg al sur —ordenó. —Camille, Arthur y Griffith al norte y los temas extiendas las tiendas para acampar.

Tristán se miraba imponente dando ordenes desde su caballo, incluso daba mucho miedo más que cualquier rey. Todos obedecieron y comenzaron a preparar las tiendas, otros a cazar y los demás fueron a inspeccionar los peligrosos, que quizá hubieran por allí. En menos de media hora, ya estaban listas las tiendas, habían cazados algunos conejos, gansos y pescados, además de encender una enorme fogata.

—¿Cómo esta todo por el sur?—le pregunto Tristán a  Arthur, quien bajo de su caballo para acercarse a él.

—nada que reportar mi comandante, todo esta tranquilo por esos lares —explico mientras Tristán observaba en múltiples direcciones.

—¿al norte? —le cuestionó a Benedict.

—Todo bien, mi comandante.

—No me gusta lo que expones —la tranquilidad de un lugar no era indicativo de nada bueno, para Tristán.

Era demasiado precavido y desconfiado. Sus filudos instintos lo hacían desconfiar hasta de su sombra, por eso se mantenía siempre alerta.

—Quizá están esperando, que estemos desprevenidos —agregó Camille, observando a todos los lados.

El viento sopló envolviéndolos en un aire desolador, había mucho camino que recorrer.

—Quizá —afirmo él. —mientras tanto no bajen la guardia. Pasaremos la noche aquí, no se separen —indicó. —mantengamos juntos —agregó. —conozco este lugar, estamos muy cerca de las provincias mineras de Furion.

—¡si, comandante! —respondieron con respeto, en  unísono.

Tristán asintió seriamente, dio la vuelta y comenzó a dirigirse al carruaje, donde estaba su esposa. Había algo que quería mostrarle, después de haberla escuchado hablar con tanta exaltación y emoción, en el ambiente invernal. Necesitaba que conociera algo. Abrió la puerta y se encontró que estaba leyendo detenidamente uno de sus libros, al parecer estaba tan concentrada, que se demoró en reaccionar cuando abrió la puerta.

El listón gris ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora