CAPÍTULO XIII

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El corazón de Tristán latía tan despacio, era como un suave reloj que no se detenía. Con lagrimas en los ojos Eli se aparto. Con un suave tacto Tristán le aparto los mechones de rostro, apreciando lo bella que era, pero odiando la tristeza que la embargaba. Su cuerpo estaba totalmente expuesto, pero su desnudez poco le importaba. El caballero la atrajo mas a su cuerpo y Eli se dejo llevar por la intimidad de su mirada.

¿Qué le estaba pasando?

Tristán descendió su cabeza y su nariz rozo la de ella, estaban tan cerca. Sus miradas se encontraron, la azul de ella y la negra de él. El pecho de ella subía y bajaba, estaba nerviosa dedujo. Sus pezones estaban erectos y su temblorosa mirada lo desarmaba. Sus respiraciones se unieron en un mismo ritmo, sus pieles se erizaron y sus labios estaban tan cerca, casi podían sentir sus alientos sobre sus rostros.

No era la primera vez que se besaban, pero el grado de intimidad entre ambos era diferente. Su mirada temblorosa y llena de dudas, junto a la de él tan despreocupada y enigmática. Tan cerca, podía notar algunas cicatrices en su rostro. Mientras que él, las pocas pecas en sus mejillas y las muchas en su escote.

Quizá una ingenua curiosidad. Eli elevo una de sus manos, queriendo tocarlo un poco. Ahora que estaba tan cerca, empezaba a vislumbrarlo como un hombre atractivo ante sus ojos. Quería sentirlo, solo un poco. Sin embargo, eso no pasó. Tristán tomó su mano y evito que lo tocara, la magia se rompió enseguida. Eli decepcionada lo miro, su esposo se aparto sin decir más y antes de decir alguna palabra, salió de la habitación.

Tristán no le gusta que toquen su rostro, concluyo.

¿Por qué Tristán la consolaba y luego la apartaba?

(…)

Apartado en las caballerizas yacían dos personas desnudas. El hombre acariciaba la curvatura de la dama, mientras que ella estaba acostada en su pecho firme, se aferró a su cuerpo y escuchó los latidos del caballero. Benedict, había ido por otra buena sesión de lujuria desenfrenada y lo había conseguido, como siempre lo hacía. Lo mejor de aquel momento, fue no haber sido interrumpido por cierta guerrera, que amenazaba con matarlo. Por un momento, se perdió en la mirada de la despampanante rubia. Esos ojos ámbar, labios carnosos y ese cuerpo de infarto, pero había algo que no le gustaba. Su mirada, eso le molestaba. Aquella que desprendía esperanza y amor, uno que no podía darle. Aunque fue consciente que había sido el primero, siempre quedaba la duda si había sido el único.

Era un cobarde. Como demandar alguna explicación, si él como un canalla se acostaba con más de una. En cada viaje, travesía e incluso guerra, siempre había una mujer en su cama. Sin embargo, aquella humilde mujer era especial para él, quizá porque le entregó su pureza.

¿Sentía algo por ella? no lo sabía, quizá no.

Ella le había dicho que era el único en su vida, pero dudaba mucho de su palabra. Le habían pasado muchas cosas malas, para poder confiar en las personas. Eso no había cambiado en la persona que se había convertido. A pesar de ser un caballero, se había valido de sucias mañas para llevársela a la cama. Ella era huérfana, criada por su abuela. Cuando se conocieron, la anciana acaba de morir, estaba vulnerable y como ya se conocían, terminaron enredados en la cama de ella. Había pasado tres años desde entonces y se seguían viendo. Hubo una vez, donde le preguntó de sus sentimientos por ella, pero este no le respondió. Solo la beso y se enterró dentro de ella. Benedict no quería nada serio, ella lo quería todo.

—Lo voy a extrañar mucho, mi caballero —susurro mientras besaba una de sus orejas, estremeciéndolo.

Lo conocía tan bien, ninguna mujer podía estremecerlo tanto, como aquella aldeana, ni la prostituta más experimentada. Lo acariciaba con premura, sus toques fueron subiendo de tono, cuando llego hasta su enorme miembro, haciendo gruñir. Benedict siempre volvía, quizá era su manera, para volviera a ella, dándole un buen sexo como ninguna otra mujer.

El listón gris ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora