Capítulo 4: Doble Filo

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Las risas burlonas resonaron en la sala de juntas mientras Emerick pronunciaba sus palabras, buscando legitimidad para su propuesta. Sin embargo, en lugar de respeto, solo cosechó el menosprecio entre los miembros.

―¿El Bronx? ¿Unirse al Bronx? ¡Es una locura! ― espetó el líder de Manhattan con desdén―. Y tú, Zar, permitiendo que este mocoso hable de eliminación.

A pesar de la sorpresa, el líder del Bronx mantuvo su compostura. Con determinación, tomó a su hermano del cuello y lo condujo a un rincón apartado, buscando un momento de claridad.

―¿Emerick... qué demonios estás diciendo? ―balbuceó el Zar, luchando por encontrar las palabras adecuadas―. Destruyes parte del edificio haciendo quién sabe qué y ahora esto...

Pasó una mano por su barbilla, humedeciendo y apretando sus labios resecos, mientras luchaba por contener la frustración. Sin embargo, su hermano, imperturbable, continuaba con su discurso.

―No he perdido la razón. Con Mussa hemos planteado esta situación con solidez ―respondió, con confianza―. Todo esto se volvería un negocio seguro, confiable y tan próspero como antes con papá.

El Zar apretó los puños, luchando por contener su frustración ante tales palabras, como un resorte a punto de estallar.

―¡En serio! ¿De él te guiarás? Ese hombre no es digno ni de ser padre. Estás loco si piensas que voy a permitir algo así.

Perezosa, la diablilla de Emerick, posada en su hombro, lo observaba con asombro mientras todo sucedía sin intervenir. La expresión en su rostro era de deleite ante el caos, esperando su momento para sembrar más discordia. Sin embargo, no pasó mucho para que la sala fuera interrumpida por el ensordecedor disparo del revólver de Manhattan.

El sonido atrajo la atención de todos los presentes, silenciando momentáneamente la discusión. Los rostros se volvieron hacia Manhattan, cuya mirada severa ahora se posaba en el Zar y su hermano.

―¡Escuchen, imbéciles! ―rugió con furia ―. Concertar un conclave para proponer una alianza ¡Es patético! No los necesitamos, y en cuanto al control, nosotros lo manejamos mucho mejor.

Las miradas se clavaron en el Zar, quien ahora miraba desafiante al jefe de Manhattan. Con un gesto brusco, liberó a su hermano y se plantó firmemente en el centro de la sala.

―Quizás has olvidado dónde estás parado ―declaró con calma ―. No eres más que un problema, y el Bronx sabe bien cómo desaparecerlos.

El jefe de Manhattan ajustó el cuello de su chaqueta con un gesto lento y deliberado. Sus ojos, fríos y penetrantes, centelleaban con un desafío descarado

―¿Desaparecernos? ―respondió con una sonrisa sardónica―. Me encantaría ver como lo intentan. Mi territorio es inexpugnable y si contamos con alguien "estratega".

El Zar mantuvo su expresión serena, aunque su mandíbula se tensó ligeramente. En la sala, la atmósfera se cargaba con electricidad mientras los miembros de las facciones se observaban, evaluando sus opciones con cautela.

―Muy bien ―dijo con calma el Zar―. Es claro que no hay mucho que decir. Te escoltarán afuera mis hombres. Pero no quiero que tus "mierditas" sigan rondando a mi gente.

Manhattan soltó una carcajada llena de soberbia, negando con la cabeza.

―No necesito tu protección. Mis hombres me cubren y esperan. Es hora de que lo entiendas, Manhattan triunfa en todo ―respondió en tono despectivo.

El Zar, sin inmutarse por las palabras, dio una orden a sus hombres para que escoltaran a su rival fuera de la sala. Emerick, visiblemente molesto por la situación, dio un paso adelante, interponiéndose entre las salidas de ambos jefes. Su rostro reflejaba una mezcla de determinación y rabia

―¡Esperen un momento! ―Emerick exclamó, interponiéndose en el paso con una señal de detención, su voz resonando con autoridad. Los guardias pendientes trataron de interceptarlo, pero el joven los esquivó.

―¡Qué caraj...! ―dijo Manhattan con una mueca de desdén, pero fue interrumpido abruptamente por las palabras de Emerick.

―Antes de que me sometan como gorilas, ustedes saben muy bien que en esta ciudad, el poder va más allá de la fuerza bruta. Se trata de influencia, de quién puede mantener la paz y el caos.

El Zar asintió de manera automática o quizás porque una vocecita le aconsejaba escuchar a su hermano, quien continuó con fuerza.

―Hermano, viví en las sombras, pero no estuve inactivo. Observé, planeé y urdí cada movimiento, infiltrándome en ambos territorios, sembrando trampas que solo yo conozco.

El silencio se hizo tangible, roto únicamente por un murmullo inquieto que se propagaba

―¿Traicionaste tu lado? ―susurró el Zar, su voz cargada de decepción, sintiendo cómo el control se desvanecía.

―Estás jugando con fuego, muchacho ―gruñó Manhattan entre dientes.

―Lo que pido es dejar atrás las viejas disputas y avanzar hacia la prosperidad ―respondió Emerick con firmeza.

Confiado, sonrió mientras las tensiones en la sala alcanzaban su punto álgido. Chasqueó los dedos con determinación y una explosión retumbó en algún lugar del Bronx, sacudiendo el edificio. Sin embargo, el caos se desató cuando los celulares de los rivales sonaron frenéticamente, informando sobre otra explosión en el corazón de Manhattan. Emerick sabía que había dejado su marca. Se enderezó, mirando fijamente a los presentes.

―No busco conflictos, pero no dudaré en superar obstáculos. Mis palabras son ley. Tómenlas en cuenta, que el tiempo es limitado ―concluyó, guiñando el ojo.

Ambos jefes de territorios intercambiaron miradas cargadas de desconfianza, sintiendo el terror inminente ante el peligro que se cernía sobre sus dominios, ahora amenazados.

―Bien, me retiro 

Con ese enigmático comentario, se deslizó fuera de la sala dejando a su paso una estela de expectación. Los demás presentes no paraban de discutir alarmados, pero lo sorprendente y curioso es que la ángel Myles saltaba alegre anunciando: ¡Ya ves, Zephyr! Ahora todos estarán unidos.

Hola, es mi ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora