Capítulo XIX

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Violeta sonrió frente al estacionamiento del edificio. Una mirada rápida a su reloj de pulsera le indicó que tenía menos de cinco minutos para estacionarse y llegar hasta el consultorio de Ruslana para su sesión. Después de aparcar el coche, cruzó a través de la puerta giratoria del edificio.

—Buenos días, Señorita Hódar. —Catherine dijo, mirando en la libreta de citas de Violeta. —La Señorita Panchyshyna la atenderá en un momento.

Ella asintió y dio un leve gruñido de aceptación antes de tomar asiento en una de las sillas cercanas a la pared. Necesito más café, pensó para sus adentros, deseando haber dormido otros veinte minutos esta mañana. Por supuesto que tenía que aceptar una cita temprano debido a la regla de Ruslana de no beber o fumar marihuana antes de la sesión. Supongo que no puedo
quejarme. Ante el sonido de una puerta abriéndose, levantó la mirada y vio a Ruslana.

—Buenos días, Violeta. ¿Comenzamos?

—Siéntate donde quieras. —dijo Ruslana mientras cerraba la puerta detrás de ellas. Las elecciones de Violeta eran las mismas de la cita anterior, el sofá, la silla o las bolsas acojinadas. Sin pensarlo, escogió la silla, recogiendo sus piernas debajo de ella en el cojín grueso de piel —¿Y cómo estás esta mañana? —La terapeuta preguntó mientras tomaba asiento en el sofá, con un portapapeles en su regazo.

—Bien. —Violeta limpió sus manos sudorosas sobre sus piernas, sorprendida por el aumento de temperatura de su cuerpo. Era un sentimiento que ella no había experimentado desde que una vez fue llevada a la oficina del director en la escuela secundaria. —Sólo necesito un poco de café,
supongo.

—Adelante, toma el que quieras. Hay una cafetera sobre la mesa justo en aquella esquina. —Dijo Ruslana.  —Si lo prefieres, puedes traer una taza grande sólo para tu uso.

—Nah, gracias igualmente, Doc. —Se puso de pie y caminó hasta la máquina de café tomando un vaso blanco de unicel. —No estoy acostumbrada a usar mucho las tazas. Además, la mayor parte de las que tenía, se quemaron en el incendio.

—No tiene nada de malo tener una taza favorita para el café, Violeta. Algo especial para ti. ¿Tuviste alguna cosa especial cuando eras niña?

Violeta dejó de echar crema a su café y miró abajo viendo cómo se mezclaba el café de moca con la crema. —No tuve nada especial cuando era niña, Doc. Solo tuve a Denna. —Lanzando el agitador plástico a la basura, volvió a su silla y miró a su amiga/terapeuta. —¿Es por eso que estoy tan jodidamente mal? ¿Porque jamás tuve una taza especial para mí?

—Preferiría que no pensaras en ti misma como si fueras un objeto dañado, Violeta. —Ruslana amonestó amablemente. —Hablando de daño. Hablemos sobre esa horrible herida en tu cara.

—Te dije el sábado en el juego que no fue nada.

—Y creo que te dije lo que pensaba de esa respuesta. No evites las responsabilidades, Violeta, ¿Recuerdas? Así que dime quién te golpeó y por qué.

—Fue un estúpido universitario que alardeaba con sus amigos. Él quiso algo más que sólo mirar y cuando intenté escaparme él me golpeó.

—¿Cómo te hizo sentir eso?

Oh genial. Aquí vamos con las preguntas escabrosas. —¿Cómo piensas que me hizo sentir? —Contestó ella, cruzando sus brazos sobre el pecho y clavando los ojos en los diplomas de la pared. Estaban demasiado alejados como para poder leerlos pero era mejor que estar mirando a Ruslana a los ojos.

—Preferiría que me lo dijeras en lugar de intentar adivinar. —Ruslana argumentó. —Hagamos la pregunta aún más fácil. Olvídate de ese incidente. ¿Cómo te hace sentir el desnudarte en general?

El corazón de VioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora