Jujutsu Kaisen Fanfic - Takuma Ino.
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Ruri Miyako fue el primer flechazo de Takuma a sus 17 años. Una estudiante de la Escuela de Hechicería Metropolitana de Kioto que lo cautivó con una sonrisa y algo más, pe...
Nunca había tenido grandes expectativas sobre sí mismo. Se encontraba cómodo en la posición de hechicero que ocupaba hasta aquel entonces. Aunque se lamentaba un poco de aquel rol que había adoptado donde todos parecían tratar de cuidarlo como si aún fuera un inocente adolescente, no había tomado medidas para cambiarlo.
Tal vez sólo necesitaba un modelo a seguir, y ocurrió el día que conoció a Kento Nanami.
No tenía muy claro lo que quería para su futuro. Ser un hechicero de primera, por supuesto estaba en sus planes, pero más allá de eso no había pensado aún. Quizás cuando se retirara esperaría encontrar algo de paz con una casa en la montaña que compartiría con alguien especial.
Claro, primero debía encontrar a esa persona, pero no era su prioridad en ese momento.
Tal vez, aún seguía pensando en que podía vivir el día a día sin ahondar demasiado en ello. Aunque desde que había conocido a Nanami, se había propuesto su propia meta.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por mejorar como hechicero e intentar parecer más serio, seguía siendo el mismo de siempre, con su sonrisa y optimismo que le hacía ver algo iluso frente a los demás.
Quizás necesitaba aprender más, en todos los ámbitos de su vida. Quizás necesitaba que algo revolviera la tierra bajo sus pies, rompiendo los cristales teñidos de rosa para entender mejor la vida.
Quería aprender a ser alguien más, sin perder su esencia en el intento.
Ruri
Nunca le había gustado madrugar, pero se había terminado acostumbrando a ello dadas las múltiples veces que le tocaba dejar una cama ajena por la mañana. Tampoco es que pudiera conciliar el sueño la mayoría de las veces. Casi como una gata escurridiza, saliendo en puntillas sin hacer el mínimo ruido dejaba el lugar. Si no fuera por la manera en que su perfume se impregnaba en las sábanas podría haber hecho creer a más de un hombre que todo había sido un sueño y que nunca existió.
El bullicio de la ciudad no era capaz de acallar su mente. Siempre tenía esos pensamientos después de acostarse con un hombre diferente. Sabía que no había nada de malo. Si se tratara de un hombre que mantenía su mismo estilo de vida, nadie lo habría juzgado; así que no se criticaba por eso a sí misma. Su mente divagaba intentando encontrarle sentido a sus acciones. La mayoría de ellos, el único atributo que podían ofrecerle, era una cara bonita y buen sexo, nada más.
Se preguntaba si había dejado de hacerlo por diversión y más por rutina, o si quizás estaba intentando encontrar a alguien que lograra hacerla sentir algo otra vez.
Tampoco se preocupaba más allá, no tenía un plan a futuro. No tenía sueños para su vida. Incluso eso le había quitado la hechicería.
Pero creía estúpido llorar por ello y sentirse vacía cuando tenía un bonito loft en Manhattan y un trabajo que cubría su costosa vida. Las personas occidentales adineradas podían llegar a pagar muy bien si estaban desesperadas. Ni si quiera recordaba bien cómo se había metido en ese trabajo, ni por qué aceptaba a hacerlo.
¿Por qué había ido a Manhattan? Sabía la respuesta, pero ciertamente no entendía porqué seguía ahí. Quizás por la comodidad del dinero fácil y porque estaba lejos de casa.
Sentía que había dejado Japón hace una década, pero no era así. Quizás por eso sentía que todo su pasado se seguía aferrando a ella, lastimándola con sus garras infestadas de tristeza que no la dejaban avanzar.
Manhattan le había demostrado que sin importar cuán lejos huyera de casa, el dolor la perseguiría. Sin importar cuánto dinero tuviera, en cuántas camas se revolcara, cuánto alcohol pusiera en su sistema; nada podía darle sentido a su vida.
Incluso si los mismos árboles y las mismas calles la recibían, nada sería igual, porque la inocencia y la esperanza ya no habitaban en ella. Había cambiado completamente.
Aunque no quisiera admitirlo, parte de ella deseaba, absurdamente, que alguien le enseñara que su corazón podía volver a latir como lo había hecho alguna vez a sus dieciséis.
