Así como jamás quise ver las estrellas, las luces azules que me hacen parpadear con dolor como el dolor en tus ojos, tus dedos suaves que me tocan como si entre nosotros hubiese un cristal. Uno tan frágil que con el suspiro de tus labios rojos se quebrara, igual que yo caería en pedazos entre tus pies.
Río como un tonto, tanto que se me cierran los ojos y caen lágrimas frias, mi cuerpo se dobla y siento el pesado calor del cigarrillo cerca de mi frente. Mi mano inconscientemente fue a quitar esas sucias lágrimas. El ambiente es tranquilo, lo suficiente para relajarme un poco y disfrutar las risas entre compañeros, compañeros de celda claramente. Somos cuatro hombres con el futuro escrito en la muñeca.
El mayor es un hombre de setenta y cinco años, bajo, grueso y canoso. Tiene una barba recortada y el cabello como un peinado de señor de oficina. El color rojo significa más de trescientos años de cárcel. La cadena perpetua es ilegal en este lugar.
Otro es de mediana edad, tendrá apenas unos cuarenta años. Jamás le he visto una cana en su cabello, usa lentes cuando lee y antes de llegar aquí tenía un trabajo estable, esposa y dos hijas que llevan sus ojos y cejas grabados como copias idénticas. El color negro significa que ni con todo el buen comportamiento y trabajo que hagas, nunca volverás a sentir el bullicio que no sea el de otros miles de hombres encerrados para toda su insignificante existencia.
Hay un señor que no es asiatico, parece ser afrodescendiente o algo así. Su piel es tan oscura como sus ojos. Llegó hace tres meses, le decimos "novato". El color blanco, irónico, es el que representa la mayor posibilidad de salir de acá. Menos de veinte años. Su nombre es Amari y tiene una cicatriz que llega de su mejilla, cruza la mandíbula y termina en su pulgar.
Es divertido hablar con desinterés de la vida, sentir que estoy aquí por gusto y no por condena. Tomar agua como si fuera cerveza pero fumar hasta mientras rezamos. Aquí se habla de la libertad como si fuera un día cualquiera, casi mañana, con indiferencia y sarcasmo, reímos y antes de decir "Amén" le damos una calada al cigarro que es dura y asfixiante en la garganta.
"Amén, chicos, todos arriba." Salimos de la celda con la cabeza en otro lado y seguimos al otro por el pasillo angosto de cemento puro. El murmullo y los saludos cotidianos son agradables después de un tiempo, ver sus caras es como sentir felicidad plena. Es imposible no reconocerla y no creo que alguna vez en mi vida pueda olvidarla. He visto hombres entrar y salir como rutina por quince años. Todos entran con el mismo rostro y salen asustados como cucarachas en el libro. Después de entrar aquí, no tienes vida. El silencio, el ruido y el agua son muy distintos. Aquí somos alguien, tenemos un número de entrada, tenemos nombre, historia y cama, es tenerlo todo bajo las decisiones equivocadas, Bueno, no siempre es un error llegar aquí.
Las cosas son casi románticas acá. No podría salir de este lugar ni aunque lo intentara, a diferencia de muchos hombres con condena, yo sé reconocer que fuera de esto no soy nada. Tuve familia, casa, estudios, amigos, sueños, hijos y muchas cosas que no recuerdo. Nada de eso volverá y sé quien eligió esto para mi vida.
Por supuesto que yo fuí.
"El novato se ha hecho compañía rápido." Lo vemos irse para hablar con unos hombres de su edad, él ríe y se ve aún más joven de lo que es. Miro al señor Cho, asiento en su dirección con la sonrisa más sincera que creo haber dado y también la más triste.
"Ellos tienen unos veinte años menos que yo, Cho, él aún es niño y no siempre entenderá las palabras de sus mayores." El señor Cho me mira con diversión, tiene un cigarro entre los dedos y por el color del papel, reconozco el tabaco original, eso es lo que fuma un hombre.
"Tienes razón, niño."
Entre ambos nos reímos burlescos y seguimos fumando, me convida el cigarro tradicional, el que fumaría un chico listo para ser un hombre. Estar junto al señor Cho es como hablar con tu hermano mayor, no podría verlo como a un padre, ninguno de los dos podría pero somos confidentes como dos hermanos de sangre.
Los estruendos de los muchachos resuenan en las paredes eternas que nos rodean, los más morbosos se agrupan entre la reja principal y las escaleras, miran con hambre a los guardias, ríen exageradamente y hacen bromas para asustar. Pienso que cuando llegué aquí, fue igual, con todos esos hombres rodeándome desde arriba, gritando y escupiendo, marcando terreno frente a un chico que no sentía miedo de nada pero que se hacía pequeño a las burlas. Es humillante el morbo, lo pensé en ese momento y lo recuerdo con claridad porque aún pienso así, no me acerco a ver porque no me interesa quien llegue y sé que el verdadero dueño del lugar no se pondrá el título ni se presentará. Si algo llama mi atención, será porque llega a mí.
Siento el olor a colonia cara y no debo pensarlo mucho para saber quien es. Creo que Yoon Yoongi es el único preso con tan buena presentación. Huele caro siempre, me sonríe como un magnate, se inclina con sus labios torcidos y le paso el cigarrillo. Se aleja de mí y suelta el humo sin soltar la colilla. "Muchachos." Saluda educado, su ropa está limpia y planchada, no le interesa que sea un uniforme de la cárcel en lo más mínimo. Parece ser un esposo listo para el trabajo, de esos que conducen un auto elegante, usan traje y ríen poco. Probablemente así era su vida antes. Sé que sus dos hijas ya son adultas de casi treinta años, también sé que él está aquí desde hace más de veinte años. La foto más reciente de sus hijas es una toma de ellas dos con un niño pequeño entre sus brazos, es abuelo.
El señor Cho y Yoon Yoongi hablan animadamente de algo que no me interesa, no les presto atención tampoco. Estoy más atento a la multitud, unos cuarenta hombres han llegado como cada semestre a llenar las camas de los dados en libertad y los difuntos.
Esta temporada han muerto tantos hombres como podían, con el comienzo del invierno mueren muchos señores de la tercera edad. Algunas veces no sabemos con exactitud qué los mató. ¿El frío o los años? No sé dónde terminarán esos cuerpos de reclusos muertos y con más de ochenta años encima no deben tener familia ni vida fuera de este lugar. Dicen que los creman y sus cenizas son soltadas apenas tres metros afuera de este lugar. No creo que valga la pena morir así.
Me disculpo y me levanto de la mesa. No escucho despedida de ninguno. Tampoco me despido yo. Camino lento entre los hombres, hay un poco de todo, sé quienes van solos y cuales son los grupitos de amigos, también sé cuales son maricas. Siempre hay dos tipos de maricas, los que llaman tu atención con solo verlos caminar y sabes sin siquiera cruzar palabras que son gays, y los que son rectos, toscos y no podrías saberlo incluso si los ves follando con otro hombre o con un pene en su boca. Hay quienes saben y quienes no.
Tuve una esposa hermosa, con lindos labios, lindas manos y lindas piernas. Tuve, igualmente, muchos amantes. Hombres de todos lados dispuestos a todo con tal de estar inclinado frente a mí y conmigo dentro.
Hoy llegan cuarenta hombres, como cada semestre.
"Muchachos, hagan espacio." Saludo a cada hombre y le doy la mano al que está de cabecera de mesa. Dakota. Un hombre americano que solo me lleva tres años. Es silenciosamente maricon. "Seokjin."
"Lian." Me hace sentarme en la otra punta de la mesa. Veo a sus compañeros, hombres rudos, musculosos y con miradas inquietas. Me pregunto con cual de todos ellos estará follando. "Sabes que hago acá."
"Sí." Ríe como todo un dominante, tan masculino y tosco. Es natural de él. Apunta detrás de mí, la multitud. "Cuarenta y cinco hoy, Seokjin, es como año bisiesto. Deberías pedir un deseo."
Mi lengua choca contra mi paladar, cierro los ojos unos segundos y lo miro con genuina admiración. "Siempre tienes mi atención." Guiña un ojo y comienza. Describe a cuarenta y cinco varones, detalladamente y con cautela. No es un secreto para quienes estamos en esta mesa porque nos interesan esos muchachos. De cuarenta y cinco reclusos que llegan hoy, solo sabemos edades, físico y nombres, más solo siete de su condena. Y ahí comienza, los vemos entrar uno tras otro. Todos con su uniforme azul marino, rapados y esposados de manos y pies. El bullicio y las risas son exquisitas desde mi punto de vista. Son caras nuevas, solo unos pobres que probablemente nunca habían visto una prisión de alta seguridad. Los más débiles van con la cabeza gacha, otros nos miran directo a los ojos. Puedo verlos a todos ahí, pasando entre las mesas, listos para ser depredados.
Veo a Lian, Dakota, y le sonrio genuinamente. "Tienes razón, hoy estamos de suerte."
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los últimos momentos en la tierra 🌀 jinkook
Non-Fictiondicen que judas lo traicionó a jesús con un beso y los sapos le tiran a tu mujer cuando estas preso.