1. ¿Ángel Caído?

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"El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra" (Juan 8:7)

Un pitido. Constante, agudo y jodidamente molesto. Podía sentir la dura tierra chocar contra su piel, y el sabor del hierro de su sangre en la boca. Le picaba la espalda. Pronto el pitido comenzó a descender paulatinamente, provocando que Adam pudiese escuchar otros sonidos a su alrededor. ¿Eran esos pasos?

Los malditos caníbales, pensó. Maldita sea. Tenía que moverse, y tenía que hacerlo rápido. Sólo tenía que hacer que sus malditos ojos se abrieran.

Un agudo dolor de pronto llenó su ser, siendo el centro de su vientre el origen. Cierto, ese maldito bicho raro lo había apuñalado repetidas veces. Mierda. Apretó los labios sofocando sus gruñidos de dolor, mientras escuchaba cómo alguien se acercaba hacia él.

Escuchó una desagradable risa resonar a su alrededor, y de repente se vio abrumado por la sensación de manos sobre su cuerpo volteándolo boca abajo. Oh, por Dios. Sintió como si una roca estuviese bajando hacia su pecho, justo en su corazón, y mientras sentía cómo su pecho subía y bajaba rápidamente al ritmo apresurado de su respiración, Adam pudo reconocer que lo que estaba sintiendo no era otra cosa más que miedo.

Al tener esta revelación sintió su respiración fallar, y percibió una sensación cálida sobre sus mejillas. Su cuerpo seguía entumecido y se estaba desesperando cada vez más. Dios, no. No permitas que éste sea su final. Dios. Dios.

­Sintió la sensación de un objeto cortando su piel por el nacimiento de una de sus alas y su corazón comenzó a bombear más rápido. No, no, no, éste no podía ser el final. ¿Y sus niñas? No podía ser el final.

Mientras tanto, el caníbal se retorcía en una enferma felicidad. ¡Esta comida era tan gourmet!, pensó. Iba a empezar con las alitas. ¡Cómo amaba las alitas! Encajó alegremente con más fuerza el cuchillo, sin importarle escuchar los quejidos desesperados del ángel bajo sus manos. Estaba tarareando dichosamente cuando, de pronto, una intensa luz dorada surgió de donde su cuchillo estaba cortando las alas, lo que provocó que cubriera rápidamente sus ojos y cayera de sentón al suelo.

Era Adam, ¡sus alas estaban brillando! El entumecimiento que rodeaba su cuerpo desapareció y, a pesar del calor que emanaban sus alas, un sentimiento que no había sentido en mucho tiempo lo recorrió: supervivencia. Después de finalmente conseguir abrir sus ojos, sus alas se desplegaron instintivamente en su totalidad, y se lanzó al vuelo de inmediato, dejando atónita a una multitud de ciudadanos caníbales atrás.

Dejó que sus alas lo guiaran por el infernal cielo, pasando por todo lo alto y llamando la atención de varios demonios. Pasó por las calles, con plumas doradas cayendo a su paso, en línea recta hacia la Embajada del Cielo. Dios, gracias. Daría un suspiro de alivio si todo no le doliera tan jodidamente mal.

Descendió directamente hacia las puertas de la embajada. Adam no se dio cuenta, pero algunos pecadores le dispararon con la intención de dañarlo; sin embargo, la luz dorada que emanaba de sus alas desintegró las armas antes de que estas tocaran su cuerpo, manteniéndolo a salvo. Pronto entró en el edificio, asegurándose de cerrar la puerta principal, y aterrizó descuidadamente en uno de los bonitos sofás del vestíbulo, manchándolo de sangre.

—Puta madre esto duele como la mierda, ough —se quejó débilmente.

Algunos pecadores afuera comenzaron a rodear el edificio gritando venganza; no obstante, al acercarse a tocar las paredes, sus pieles se quemaban. Adam relajó los hombros mientras gruñía. Sabía que nadie que no tuviese sangre divina podría pasar esas puertas sin quemarse en el intento. Serviría mientras recobraba fuerzas.

Guilty as Sin? | AdamsappleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora